el destino

Reflexiones y recuerdos

José Antonio Barquilla Mateos

Creo que todo pasa tan deprisa que no nos damos cuenta de nada cuando de pronto ya somos mayores, o nos hacemos viejos, y el camino se llena de obstáculos.

Y vemos pasar la vida como un río que se aleja y contemplamos la orilla sin horizonte, el mundo en una tarde, como dicen que se recuerdan muchas cosas en un momento cuando se abandona la vida. Y quizá hemos mirado pasar el mundo o hemos contribuido un poco a que el mundo no muera del todo. Pero hay una guerra, muchas guerras, y mueren miles y miles de soldados, miles y miles de civiles, ciudades destruidas, vidas rotas para siempre, miseria y desesperación, etcétera.

Guerras, sequía y tantas desgracias, tiroteos, venganzas sangrientas y la tristemente habitual violencia de género, y violencia vicaria, y tantos tipos de violencia, tanto horror, que el mundo es como un campo minado, y parece que vamos a salir por los aires hecho pedazos en cualquier momento.

Y resulta que la vida, incluso las vidas más largas, son cortas. Pensemos en los versos de Jorge Manrique: «Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando como se pasa la vida...».

Pero en la vida hay afortunadamente muchas cosas buenas y también hay, desgraciadamente, muchas cosas malas. Desde pequeños aprendemos un poco a convivir con eso.

Las ilusiones de niño eran muy grandes: el primer juguete o la bicicleta nueva, las vacaciones de verano, el traje marinero de la primera comunión, etcétera. Y los temores también se hacían grande en nuestra imaginación de niños.

La inyección que el practicante preparaba ante uno, la llama azul, el olor del alcohol, el pinchazo, el dolor.

O la espera en el ambulatorio una mañana de invierno, color ceniza, por un dolor de anginas, la luz extraña y mortecina del pasillo, los nervios en la espera y la voz del bedel, diciendo de vez en cuando «silencio», con una voz seria e imperativa, mientras en los cristales de las altas ventanas empezaba el repiqueteo de la lluvia.

Si me paro a reflexionar de vez en cuando me doy cuenta de lo insignificantes que somos y la importancia que le damos a las cosas. La vida me parece como un tren en el que montamos para bajarnos en cualquier estación, que quizá no sea la nuestra, y luego el tren parte alegremente sin nosotros.

Como en el cuento de Borges, en el que había muerto Beatriz Bitervo y en la cartelera del cine de la plaza habían cambiado la marca de cigarrillos rubios.

No somos trascendentales y llenamos nuestra vida de trascendencia. Una vida llena de proyectos puede irse, como sabemos, en menos de nada, hacia el olvido porque no somos dueños del destino; no podemos avalar nuestros sueños. Estamos ahora y ya está.

Un moderado optimismo está bien. Somos aves de paso que no sentamos plaza. Somos nómadas inquietos que, probablemente, no tengamos tiempo para reflexionar ni para tomar la vida con calma.

Aunque no estaría de más intentarlo.