los mayores

La residencia

La residencia

La residencia / EL PERIÓDICO

José Antonio Barquilla Mateos

Al abuelo o a la abuela les dejamos en la residencia de la tercera edad. Ya no le podíamos atender en casa porque necesitarían tanto que es imposible atenderlos nosotros. Necesitan cuidados permanentes y atenciones especiales. Y ellos mismos piden ingresar en una residencia de ancianos.

Y no hay más remedio que alojarles en una residencia, porque casi de pronto, aunque ya vinieran siendo cada vez más torpes y desvalidos, han dado un bajón tremendo y no se valen por ellos mismos y no podemos atenderlos en casa porque estamos solos y no tenemos medios, no podemos proporcionarles las atenciones que necesitan constantemente y, por ello, nos han pedido que les llevemos a donde puedan estar atendidos en todo momento. 

Así que ingresan en una residencia para ellos y allí les cuidan, les atienden porque hay un personal preparado para esos menesteres. Y hay chicas de la residencia, cuidadoras, enfermeras, que tratan a los abuelos y a las abuelas con mucho mimo y con mucho cariño, por lo menos eso vemos cuando vamos de visita, y les llaman a los ancianos cariño y cielo, como si fueran niños pequeños, y es así como llegan a ser, como nos volvemos cuando la carga de tantos años nos agobia. En la mirada de los abuelos de la residencia hay siempre un niño abandonado o un perrillo perdido que echa en falta a su dueño.

Los ancianos de la residencia nos miran con cariño, pero no con el cariño que un padre suele mirar a un hijo, sino con una especie de súplica desvalida, con un temblor en la mirada, en esa mirada donde vive una paloma ciega que quisiera volar hacia tiernos y verdes olivos de primavera, pero tropieza con tumbas comidas por la hierba y con voces muertas del pasado.

El padre anciano, tan torpe ya y tan débil, con los andares parados en viejos paseos de antaño, entre álamos y veranos de otra época, nos miran no ya como a hijos, sino como a personas que se le confunden ya en sus recuerdos más antiguos, y somos, nos hacemos en su mente maltratada, padres quizá de ellos mismos.

Los ancianos son niños ultrajados por la vida. Desde sus muchos años, la vida ha sido demasiado corta y ha estado llena de baches y contrariedades o cuajadas de penas y preocupaciones. En muchos casos es así. También ha habido proye tos e ilusiones, planes y alegrías. Ha habido de todo, pero al final todo se lo ha llevado el viento frío del otoño, la estación más triste del año, cuando se caen las hojas de los árboles y las mañanas son de color ceniza y las avenidas están solitarias y hay como gemidos del pasado que arrastran las hojas muertas.

Y los ancianos están también en su otoño que es como dice Delibes en La hoja roja la antesala de la muerte, aunque sepamos que la vida entera es la antesala de la muerte.

Los ancianos de la residencia esperan de un momento a otro una voz no se sabe ya si esperada o temida que anuncie que pase el siguiente y en algunos momentos de lucidez se dan cuenta que toda la vida ha sido como un sueño del que están a punto de despertar.