TCtuantiosos han sido los espectáculos de Edipo rey de Sófocles representados en el Festival a lo largo de su historia. Y creo que este último --montaje de la compañía extremeña Teatro del Noctámbulo-- ha elevado el listón de las mejores producciones anteriores de la tragedia: la innovadora de la compañía de José Luis Gómez en 1982 (en versión de A. García Calvo, dirigida por el griego Stavros Doufeixis) y la del grupo portugués La Comuna en 1988 (dirigida por Joao Mota), representadas con perfección en los espacios del teatro romano y el anfiteatro respectivamente.

Edipo rey , desde que el propio Aristóteles la situara como una de las cumbres del teatro griego en su Poética , ha sido uno de los más indiscutibles clásicos de la literatura universal. Un modelo de tragedia escrita hace más de dos mil trescientos años que, aparte de tratar el tema por antonomasia del estilo clásico --la agresión a la vida; es decir, el reiterativo afán del hombre de forjar para sí mismo un destino trágico-- trata también el incesto y la justicia; esto es, tres conflictos que se exponen en el drama universal: el ético de Edipo consigo mismo, el social del gobernante con su pueblo y el personal con su cuñado Creonte . Todo un material dramático del autor griego de gran belleza y dignidad, que refleja carácter y emoción, y que ha interesado a muchas compañías que presentaron sus propuestas al Festival.

Teatro del Noctámbulo, tras el éxito de Ayax del mismo autor, para esta ocasión del Edipo rey ha vuelto a encargar a Miguel Murillo la versión y a Denis Rafter el montaje. Ambos han funcionado como en Ayax , compartiendo los arreglos de dramaturgia de un texto previo del autor extremeño que proponía la indagación en la tragedia de una lectura más actual, con la interpretación política de unos seres "históricos" socialmente situados, sobre ese fondo de tragedia melodramática de las abstractas pasiones. Sin embargo, la versión resultante se ha decantado más por la fiel y depurada trasposición de la obra original, influenciada por el director irlandés, que considera los conflictos expuestos en el drama universal de altura teológica y profundidad moral (planteados por Sófocles) que están presentes, ya que los esquemas ancestrales de comportamiento humano --con su fragilidad ante la inexorabilidad del destino-- siguen operando por los siglos de los siglos. En fin, una versión que amalgama parte de ambas propuestas, muy lograda por Murillo con su admirable sello poético.

En el espectáculo, Rafter nos muestra la estructurada línea clásica de puesta en escena que vimos en Ayax , de sobriedad y belleza característica de la tragedia, que aprovecha plenamente el espacio romano. Un montaje repleto de calidades formales en todos sus elementos artísticos --escenografía, vestuario y máscaras, luces, música, interpretación-- dentro de esa atmósfera de lo solemne, y de esas influencias shakesperianas sensibles que pesan sobre los destinos que se mueven en una dimensión casi cósmica. Un montaje impecable donde el juego matemático del destino está en su justo punto, sin fisuras ni concesiones.

En la interpretación, todo el elenco está espléndido (incluidas las niñas), pero la estrella es José Vicente Moirón (Edipo ) que realiza una insuperable exhibición de sus recursos dramáticos (suscitando el "temor y la compasión" trágica, que dice Aristóteles). Despliega, en un estado de gracia absoluto y permanente, una increíble energía en los movimientos y en el ejercicio de la declamación --de cadencias y anticadencias de tonos-- que palpitan con brillo en las imágenes dramáticas y en las palabras poéticas en torno a ese fatalismo que sopla sobre su personaje. Destacan también Javier Magariño (Tiresias ), desconocido, bordando el nada fácil personaje del metafórico ciego y Gabriel Moreno (Creonte ) imprimiendo seguridad y mucho oficio a un personaje bien cuestionable. Pero, sobre todo, luce un inspirado coro de suplicantes que interviene declamando --con Francisco Quirós, Pedro Luís López, Javier Herrera, Jesús Manchón, Camilo Maqueda, Juan C. Castillejo (que también se desdoblan en otros roles)-- y cantando con las hermosas voces en griego --de Ana Jiménez, Ana Márquez, Laura Ferrera--, un coro de equilibrio tonal, del que brota el sentido litúrgico de la tragedia. Memé Tabares no se parece en nada a la Yocasta como icono sexual femenino que descubrió Pasolini y otros, pero defiende bien, con expresividad y buena voz, un parco papel de esta mujer que pasa por todas las vicisitudes en su lucha por vencer al destino.

La función fue largamente y fervorosamente aplaudida por el numeroso público asistente, puesto en pie.