Nació en Torremejía, se casó el día de la Virgen de Guadalupe, la luna de miel la pasó en Mérida y penó sus culpas en la cárcel de Badajoz; son algunas de las múltiples referencias a Extremadura que recoge el libro de Camilo José Cela sobre la vida de Pascual Duarte, basado en un supuesto manuscrito encontrado en una farmacia de Almendralejo, la de Alcántara.

‘La Familia de Pascual Duarte’, del que estos días se cumplen los 75 años de su primera edición, es unos de los libros más traducidos después de ‘El Quijote’ de Miguel de Cervantes, se ha llevado al cine y al teatro y es «la historia de un asesino inocente contada por él mismo con la palabras justas».

Con tal motivo, el club de lectura de la asociación cultura El Chinarral, de Torremejía ha organizado un acto con debate y tertulia acerca del libro.

«Yo señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo», reconoce Pascual nada más comenzar el relato de su vida.

Ahí habla de su pueblo, Torremejía. «Nací hace ya muchos años -lo menos cincuenta y cinco- en un pueblo perdido de la provincia de Badajoz; el pueblo estaba a dos leguas de Almendralejo, agachado sobre una carretera lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días -de una lisura y una largura como usted sabe bien, no puede figurarse- de un condenado a muerte».

También dice de su pueblo que es «caliente y soleado, bastante rico en olivos y guarros (con perdón), con las casas pintadas de blanco».

El libro está dedicado a la memoria de Jesús González de la Riva, conde de Torremejía, «quien al irlo a rematar... le llamó Pascualillo y sonreía».

Cela cuenta la mala vida de la hermana de Pascual, Rosario, que con 14 años ‘arrambló’ con lo poco de valor que había en la choza familiar y se marchó a Trujillo y que, tiempo después, «en Almendralejo hubo de conocer el hombre que habría de labrarle la ruina; no la de la honra, que bien arruinada debía andar ya por entonces; sino la del bolsillo».

Pascual, que se casó con Lola el día de la Virgen de Guadalupe, recuerda la luna de miel en Mérida, donde se alojaron en la posada del Mirlo, como los mejores de su trágica existencia.

«Después de haber hecho el honor a los huéspedes, y en cuanto tuve ocasión para ello, cogí a mi mujer, la senté en la grupa de la yegua, que enjaecé con los arreos del señor Vicente, que para eso me los había prestado, y pasito a pasito, y como temeroso de verla darse contra el suelo, cogí la carretera y me acerque hasta Mérida, donde hubimos de pasar tres días, quizá los tres días más felices de mi vida».

Pero nada más pisar Torremejía, en la taberna de Martinete el Gallo, el vino y un comentario de un tal Zacarías sobre un «palomo ladrón», que pensó dirigido a él, marcó el trágico destino de Pascual Duarte. «Abrí la navaja con parsimonia...me fui hacia él y, antes de darle tiempo a ponerse en facha, le arreé tres navajazos».

La novela relata, dentro de la técnica literaria que utiliza el autor, una supuesta carta del propio Cela a Santiago Lurueña, capellán de la cárcel de Badajoz cuando murió ajusticiado Pascual y cura párroco de Magacela, para aclarar algunos detalles de la vidal del criminal.

LA IMPRESIÓN DEL CURA / El sacerdote, que recogió sus últimas palabras, dice que quizás «a la mayoría se les figure una hiena», pero que en el «fondo de su alma» era «un manso cordero, acorralado y asustado por la vida».

«Su muerte fue de ejemplar preparación y únicamente a última hora, al faltarle la presencia de animó, se descompuso tanto, lo que ocasionó que el pobre sufriera con el espíritu, lo que se hubiera ahorrado de tener mayor valentía», relata el cura.

Antes de conseguir su publicación, la novela fue rechazada en varias editoriales con excusas como que el argumento era demasiado terrible y podría tropezar con la censura.

En una de sus visitas a Torremejía, donde pasó 20 días en 1939 como soldado de artillería, Cela dijo que había situado la trama allí «por casualidad».