La opinión es un espacio de poder. Por eso los hombres no quieren dejarlo en manos de las mujeres». Lo dice Soledad Gallego-Díaz, una de las mejores articulistas de España, como colofón al informe que ha presentado la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, la FAPE (Federación de Asociaciones de la Prensa de España): se titula, precisamente, ‘ColumnistAs’. Y da cifras, como siempre: solo el 20% de las columnas están escritas por mujeres. El Periódico es uno de los que más firmas femeninas publica, un 39%. Los hay que no tienen ninguna. Escribimos, sobre todo, de sociedad y estilo de vida. Las áreas más públicas (política, economía) son coto vedado.

Escribo el miércoles, porque el jueves (los artículos se entregan un día antes) es 8 de marzo y haré huelga. Yo puedo. Soy una mujer blanca occidental privilegiada con un buen trabajo en una empresa pública. Otras muchas, aquí y en otros países del mundo, no podrán (aunque quisieran). Hay quien ha decidido no secundarla porque trabaja en Sanidad y los servicios mínimos no podrían sacar adelante todo el trabajo. Donará el dinero a una asociación que trabaje con mujeres. Hay quienes tienen trabajos precarios, muy precarios, y si faltan, se quedarán sin ellos. Hay quienes, con esos trabajos precarios, se han ganado un permiso de estancia en España y, si lo pierden, les espera la deportación. Hay empleadas del hogar que no pueden permitirse parar un día.

Somos las demás quienes tenemos que hacerlo por ellas. Con todas nuestras dudas, sí: si una mujer es feminista, siempre duda: ¿soy plenamente consciente de cómo se ha deshumanizado a la mujer racializada? ¿comprendo cómo se ha construido ese devenir mujer del que hablaba Beauvoir en países que han sufrido colonización por parte del hombre blanco? ¿puedo incluir a esas mujeres feministas en mi constructo cultural, cuando están tan en los márgenes de él? ¿he pensado, alguna vez, que una mujer, por ser negra o migrante, no tiene formación o trabaja en la limpieza y solo puede ser útil a la sociedad ayudando a otros migrantes? ¿estoy excluyendo, en mi pensamiento político, a un sinnúmero de mujeres que no son tan visibles como las mujeres blancas de posición económica media?

Y aún más: ¿por qué los sindicatos mayoritarios del país han secundado paros de dos horas y no una huelga general? ¿Es posible visibilizar el trabajo que hacen las mujeres parando dos horas? El mío, desde luego, no. Me daría un ataque de estrés, pero el trabajo saldría, aunque dispusiera de dos horas menos. ¿Y qué pasa con la casa? El discurso oficial ha dado por hecho que todas vivimos con hombres a los que decirles que cuiden a los hijos: yo no. Yo vivo sola. No tengo hijos, pero hay varios seres vivos a mi cargo, de los que sueltan pelo y maúllan y hay que darles de comer y cambiarles el agua para que la tengan fresquita. Dos amigas mías, mujeres ambas, son pareja y viven juntas. Tienen hijos. Uno es un bebé. ¿No le cambian el pañal? ¿Cómo visibilizamos la falta que hace falta la colectivización de los cuidados, y su remuneración, si no podemos parar de cuidar? Más del 80% de las personas que solicitan excedencia laboral para cuidar son mujeres. Se quedan sin dinero, precarizadas, dependientes. Sufren de ansiedad y de estrés: y eso, señores, no es un problema de salud individual. No es una gripe que te lleva al médico y a una semana en cama: es una cuestión social. Es, simplemente, que la sociedad entera, gobernada por hombres, con leyes hechas por hombres y protocolos médicos hechos por hombres, se ahorra millones de euros esclavizando a las mujeres.

En 1975, nueve de cada diez islandesas se pusieron en huelga para visibilizar el trabajo femenino. La convocatoria paralizó el país y visibilizó su trabajo. Fue el 24 de octubre. Por aquel entonces, el sueldo de los hombres islandeses era un 40% más alto que el de sus compañeras y solo había un cinco por ciento de mujeres en el parlamento. Se cerraron los lugares de cuidado y dependencia. Se paralizaron los colegios. Los hombres se llevaron a los hijos a su trabajo. Cinco años después, Islandia tuvo la primera presidenta de su historia.

En España, los dirigentes de los partidos políticos son hombres. Los candidatos a la presidencia del país, también. Siempre han sido hombres. Son los hombres los que nos explican cómo ha de ser el feminismo, cómo hemos de ser nosotras y cómo hemos de comportarnos: en nuestra lucha política también: hasta ahí llega su apropiación, no solo del espacio público: también del espacio de pensamiento. Ha habido estos días tertulias sobre la huelga feminista en las que solo han opinado hombres. Que las mujeres tengan más autonomía ha creado más tensiones y un aumento de la violencia masculina en todo el mundo. El trabajo, en el sistema capitalista, está adaptado al hombre: no hay horarios flexibles ni espacios de cuidado, pero hemos de ser productoras y reproductoras al mismo tiempo y ocuparnos del resto de los seres vivos del núcleo familiar, aunque no haya consanguinidad directa.

Y esto, señores, no hay cuerpo que lo resista.