Dentro del contexto de una sociedad conservadora, mis fotografías resultan opresivas. La intensidad de la vida, la pasión- una pasión sana por la vida-: de eso es de lo que tratan. «Transgresor, fuera de su época y de las convenciones, Gerard Fieret distorsiona la imagen y la realidad en busca de algo sobrenatural, un sentimiento de eternidad». Eso dijo de él Diane Dufour, que fue durante algunos años directora de la Agencia Magnum.

Su vida resulta fascinante, por lo triste. Murió en la pobreza hace diez años y en su casa se encontraron decenas de cajas y bidones, mordidos por ratones, que ocultaban una obra maravillosa. Antes, en la Europa de los sesenta y setenta, había expuesto con éxito, pero siguió siendo un desconocido fuera de los Países Bajos, donde nació. En La Haya formaba parte del paisaje: regalaba sus obras, sus fotografías, sus poemas, sus dibujos. Las palomas lo conocían bien: les daba de comer en 21 lugares distintos.

«Se podría decir que, en mi caso, la poesía es un poderoso río del que nacen dos fuertes ramificaciones, el dibujo y la fotografía. Al final los tres medios se unifican, se funden: la fotografía se vuelve poesía, la poesía se vuelve fotografía, el dibujo se convierte en una forma de escritura, y el dibujo y la poesía se convierten en una forma de ver y la fotografía se convierte en un puente en los corredores de un laberinto».

La primera editorial que lo ha publicado en castellano está en Barcelona y la comanda un argentino emigrado (ha emigrado a muchas partes Aníbal Cristobo) que pretende, como tantos otros, horadar el canon. Llegar a donde no se llega, porque se editan muchos libros que aparecen en los escaparates de las librerías, avalados por grandes premios, escritos por personajes que aparecen en televisión... No los desdeñamos: las pequeñas empresas sobreviven aquí gracias a los best-sellers y los libros de texto: compren en las librerías de su barrio y de su ciudad, o de la localidad más cercana, por favor. Se llama Kriller71. El libro de Gerard Fieret se titula Los hombrecitos Hasselblad y lo ha traducido (y ha preparado la edición) Nanne Timmer. Me contó que la fotografía y el amor por los animales fueron pasiones duraderas en su vida: que, en La Haya, repartía comida a las palomas por más de veinte lugares. A los dos años su padre le abandonó: su madre lo hizo al año siguiente, le internó en una institución de acogida católica y abusaron sexualmente de él. Luego acabó en campos de trabajo, en varios, porque era medio judío. En su ciudad, de la que formaba parte del paisaje, le llamaban El hombrepájaro.

Luis Costillo también formaba parte del paisaje de Badajoz... y de toda Extremadura. El pasado 1 de mayo nos levantábamos, en pleno día festivo, el Día Internacional de los Trabajadores, con la noticia de su muerte. Primero fue pintor: luego experimentó con todo tipo de soportes y materiales. Hace bien poco inauguraba exposición en el Meiac, Fahrenheit, como la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, que es la temperatura (de todos es sabido) a la que arden los libros.

Costillo nació hace 62 años en Rosal de la Frontera (Huelva), a los diez años se trasladó a Badajoz, estudió Bellas Artes en Granada y a los veinte empezó a exponer en Madrid. Nos decía que el arte abre puertas y ventanas, que eso era lo que pretendía él. Airear, supongo, en un mundo donde, como dijo Margaret Chan, directora, durante una década, de la Organización Mundial de la Salud, «todo está podrido». El juego también: todos recordamos, cómo no hacerlo, El endiablado juego de la oca. En él reflexionó sobre temas como la muerte, la guerra, la burocracia, la política, la violencia o la economía. Conmigo habló mucho la última vez de fronteras alzadas artificiosamente, de clase obrera, de refugiados, de capitalismo, de desigualdades: de política, en definitiva, porque la cultura es política. Nótense el tiempo que le han dedicado todos los candidatos a las elecciones generales durante la pasada campaña (¿quince segundos?) a una de las actividades (y también a una industria, o a varias industrias, en sentido estricto, porque no hay que desdeñar su poder económico y su contribución al Producto Interior Bruto, a pesar de todas las precariedades) más renovadoras y transformadoras de las que practica el ser humano desde que llegó a poblar el planeta.

Luis seguía trabajando en sus libros artísticos y tenía material como para veinte exposiciones más, porque elegir qué quería mostrar en el Meiac le costó bastante trabajo, me confesaba, para hablar después de qué había querido contar: una posición en el mundo, que consistía en compromiso político, compromiso con el arte y compromiso con los amigos con los que se escribía cartas con dibujos y con los que colaboraba en otros proyectos, porque la gente creativa, generalmente, se une. Por eso, el día 1 de mayo, los amigos escribían: Luis Fano, Gecko, Antonio Gómez. Los artistas vuelan libres por el mundo, dijo él. Y seguirá volando Luis Costillo con nosotros.