Conocí a alguien y no te lo pude contar. A los nueve meses, porque hay historias que son como un parto, decidí no volverle a ver: tampoco estuviste. Durante el año y pico que ha seguido a tu muerte, te escribí en un cuaderno, como cuando te enviaba cartas (cartas de puño y letra, con sobre, con sello, con alguna foto). No lo leerás, porque ya no existes. Camino por las calles de Granada con miedo a que me asalte un recuerdo imbécil que me asfixie. Seguimos desayunando churros en la plaza de Bib-Rambla, me detengo ante la catedral, abrazo a tus amigos que, en el momento de la devastación, también se convirtieron en los míos, tu mujer me cocina salata de vinete. Veo crecer a tus hijos por ti.

Cuando frío cebolla me acuerdo de mi padre. La Orquesta de Extremadura interpreta el Zaratustra en Badajoz y me sorprendo pensando: «Ay, le tengo que avisar». La muerte es así: a menudo creemos que no ocurrió, que no existen los vacíos, que puedes mandar un mensaje o hacer una llamada. El dolor está ahí, latente. Un olor, un sabor, un concierto que te hubiera gustado, una serie (lo que hubieras disfrutado con Chernobyl. Qué enorme actor es Jared Harris), un restaurante, tu reloj en mi muñeca... cualquier nimiedad, en definitiva, lo convierte en una bola espesa que lo ocupa todo durante minutos.

A Rosa Montero se le murió su amor, Pablo Lizcano. Marie Curie comenzó un diario cuando murió Pierre. Los duelos son muy largos. Lloramos: a veces el mismo día, a veces dos días después. Luego no da tiempo a nada más: traducciones de certificados de matrimonio, Seguridad Social, bancos, bancos, bancos, pensiones, dinero, firmas, seguros de vida, un mundo de burocracia completamente desconocido que te transforma en una autómata y te hace correr de acá para allá y hay que comprar comida y cocinar y limpiar y seguir con la vida cotidiana cuando la vida ha dejado de tener toda la cotidianidad certera con la que uno contaba y luego ya sí lloras y te ríes y recuerdas año y pico, dos años después.

Marie Curie estuvo herida mucho tiempo: prohibió a sus hijas hablar del padre, atropellado por un coche de caballos. Rosa Montero la eligió para hablar del dolor, de ese hecho trascendental que es la muerte de aquellos a quienes amas, y escribió La ridícula idea de no volver a verte, porque esa idea es ridícula, sí, algo que, por su rareza o extravagancia, mueve o puede mover a risa, porque la risa y el llanto no son polos contrapuestos y porque a veces alguien llora y no sabes si, en realidad, se está riendo. O al revés: quizá al revés.

La ridícula idea de no volver a verte es un monólogo ahora, que interpreta María Luisa Borruel (es precioso ver en escena a esta mujer), dirigida por Eugenio Amaya, con luces de Xavi Mata (qué importantes son las luces en un espectáculo teatral), proyecciones de Álex Pachón y la música original de Óscar López Plaza. Hay duelo (los duelos raras veces se acaban) y hay celebración, porque en la vida hay costras, dolores y llantos, pero también están la música, la comida, los amigos, los cafés, los viajes, las charlas y el mar.

También están, incluso, los fracasos. Hay experimentos que no funcionaron bien, pero dio igual: Cooper reescribiendo la Décima de Beethoven con sus notas, Halffter orquestando las Siete canciones de Falla, Strauss intentando plasmar el pensamiento de Nietzsche con notas musicales. A los conciertos de la OEx suelen ir algunos niños muy pequeños, hijos de los músicos: no usan los móviles, no se aburren (sí, se puede). Alguna de esas niñas ya tiene un violín. Pero, si no se fían de cómo se comportarán, hay espectáculos musicales para niños (en los que los adultos disfrutan casi más) que ofrecen también algo más amplio, otras referencias culturales que investigar más tarde en casa: Acróbata y Arlequín es el nuevo espectáculo de La Maquiné (ganadora del Max y del Lorca) se basa en el universo del circo que pintó Pablo Picasso y en la música de las primeras vanguardias con Satie y Poulenc. Hay títeres, actores, sombras, proyecciones y Daniel Tarrida toca el piano y Noé Lifona canta. Nos cuenta la historia de Pablo, que vive solito en la calle. Un día, el circo llega a la ciudad y él entra allí como ayudante, pero quiere salir a la pista, quiere ser saltimbanqui. Es un circo de los antiguos, de los que usaban animales (ya casi no quedan, menos mal), pero habla también de cómo todos podemos vivir en armonía. En estos tiempos de cambio climático, de destrucción sistemática de los ecosistemas, ojalá la conservación de la biodiversidad se aprenda más pronto que tarde, porque no nos queda tiempo. Ya no nos queda demasiado tiempo.

--’La ridícula idea de no volver a verte’. Arán Dramática. Viernes, 24. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz).

--’Acróbata y Arlequín’. La Maquiné. Sábado, 25. 18.00 h. Teatro López de Ayala (Badajoz).

--Carmen Solís con la Orquesta de Extremadura. Concierto de fin de temporada. Jueves, 30 de mayo. 20.30 horas. Palacio de Congresos de Badajoz. Viernes, 31. 20.30 horas. Palacio de Congresos de Cáceres.