Los responsables de la saga John Wick, esa franquicia improbable nacida de una película que a punto estuvo de salir directamente en vídeo en EEUU y aquí ni siquiera llegó a salas, se enfrentan a un verdadero desafío con cada nueva entrega: ¿cómo sorprender al espectador sin perder todo aquello que distinguió a su creación en un principio, es decir, la acción creativa pero inteligible, las escenas de lucha en las que puedes ver quién golpea a quién y dónde?

Por suerte para los fans del asesino profesional encarnado por Keanu Reeves, los creadores siempre han acabado encontrando respuestas. Y además, elocuentes. John Wick: Capítulo 3 - Parabellum desborda de acción tan espectacular como táctil, convierte temerariamente a los animales (caballos y perros) en aliados del héroe, diversifica el arsenal de armas y viaja hasta alguna localización inesperada; nunca en el espacio exterior. Seguimos hablando de un espectáculo a ras de suelo, sonorizado por el crujido de huesos.

Y seguimos viendo a Reeves protagonizar, pero sí muchos de sus momentos de máximo riesgo. Quien prefiera llegar ignorante a la sala debería dejar de leer aquí. Quien no pueda esperar a saber qué clase de retos superó el antiguo Neo en esta entrega, será feliz leyendo lo que sigue. Parabellum empieza con Wick y su pitbull a la carrera por Nueva York. Las prisas se explican porque, en cuestión de una hora, una vasta red de asesinos tendrá permiso para hacerse con la cabeza de nuestro héroe, quien no debió matar a Santino D’Antonio (gran nombre) en el territorio sagrado del hotel Continental. Hay una recompensa de 14 millones y habrá un alto grado competitivo.

Uno de los aspirantes a hacerse con el trofeo, de hecho, se salta a la torera el periodo de gracia y arrincona a Wick entre las estanterías de la Biblioteca Pública de Nueva York. Los fans del básquet quizá salten en su butaca: se trata del astro serbio de la NBA Boban Marjanovic, el hombre más alto de la liga (2,22 metros), pívot de los Philadelphia 76ers. Stahelski ha admitido haberse inspirado para esta elección en Juego con la muerte, en la que Bruce Lee intercambiaba leches con un Kareem Abdul-Jabbar que todavía no había saltado de los Bucks a los Lakers (estos amigos rodaron juntos en 1971).

Si la primera parte era puro gun-fu y en la segunda se superaban en el terreno car-fu, aquí podemos hablar de book-fu. Para defenderse de su espigado enemigo, Wick/Reeves se sirve, un poco al estilo del Bourne de El ultimátum de Bourne, de un grueso libro de cuentos de tradición eslava de 1864. Y al acabar deja el libro otra vez en su sitio. Ciudadano ejemplar.

Acción con animales

Más difícil todavía que rodar con animales es… rodar acción pirotécnica con animales. Reeves ya tenía experiencia con los caballos (La leyenda del samurái: 47 Ronin), pero aquí se supera en este aspecto, quitándose de encima a unos motoristas mientras cabalga a lomos de uno de raza Morgan.

A veces, la acción de Wick se basa en alguna sorprendente limitación: dos hombres altos dándose una tunda entre estrechos pasillos de biblioteca. Pero Stahelski también piensa en términos expansivos, como demuestra esa fabulosa set pièce en Casablanca, donde Reeves y Sofia (Halle Berry) se abren paso entre el fuego enemigo con ayuda de dos pastores belgas malinois. Conseguir los planos adecuados llevó tres semanas.

Es la clase de detalle que confirma a Stahelski como verdadero creyente del cine de acción. Creyente y fan: aquí sigue rindiendo más o menos claros homenajes a películas que pueden ser bastante recientes. Es complicado observar la crueldad gore y creatividad de cierta secuencia con cuchillos sin pensar en The night comes for us, del indonesio Timo Tjahjanto. La persecución con motos y espadas parece salida de la torrencial La villana, del surcoreano Jung Byung-gil. Directores que, como Stahelski, sueñan con hacer creíble lo imposible.