Si la generación que nació con la democracia (hoy en los cuarenta y alguno, así es el paso del tiempo) pudiera expresar sus expectativas incumplidas, las promesas defraudadas, con la voz colectiva de un nosotros donde resonaran muchas de sus voces individuales, el resultado sería El lugar de la espera de Sònia Hernández.

Otra novela suya concentrada y sombría que la sitúa en el espacio menos dócil de la narrativa actual, y no solo por ofrecer un testimonio crítico sobre la sociedad que sufrimos (ahí coincidiría con Isaac Rosa, Marta Sanz, Belén Gopegui o Pablo Gutiérrez) sino porque rehúye las fórmulas que podrían gratificar al lector más perezoso.

Así ocurre con este paradójico monólogo plural, enunciado desde un nosotros que va recogiendo sucesivamente las vidas en stand by de un grupo de amigos que comparten el desconcierto y la frustración: el mundo en el que iban a hacer realidad sus sueños no llega o realmente no existe, en su lugar solo encuentran migajas.

Ese sentirse en una interminable expectativa de destino, en una vida que es toda víspera inmóvil y nunca realización, se expresa con pleno acierto en el discurso narrativo que avanza en círculos, sin progreso argumental, girando alrededor de un puñado de personajes en cuyos conflictos se reconocerán muchos lectores.

En la descomunal sala de espera de toda una generación de gentes brillantes, creativas y muy formadas, resuena la indignación ya fatigada, la protesta por los derechos vulnerados, por la incertidumbre como modus vivendi y por las preguntas que nadie se ha atrevido a formular. Y mientras aguardan no se sabe qué, se resisten a abandonar algo parecido a la esperanza. Y ese es el camino que están recorriendo.

EL LUGAR DE LA ESPERA

Sònia Hernández

Acantilado