Desde 1971, que la montó José Luis Alonso en el teatro romano, con la compañía del Teatro María Guerrero y en versión de Pemán, Antígona ha sido una de las tragedias más representadas en el festival, quizás porque es el texto clásico -sobre la mujer heroína- que más puede calar en un espectador de hoy. Parece increíble que, al cabo de tanto siglos (441 a. C.), esta obra se puede mostrar tan actual e impactante, dejando evidencia la atemporalidad de la naturaleza humana que sigue oyendo en el mundo las palabras «tiranía» o «abuso de poder», además de hablar sobre sentimientos tan antiguos como la humanidad misma.

Como dato curioso, Blanca Portillo, aprovechando el único año que dirigió el festival, hizo un monográfico con tres obras sobre Antígona, alentando las actuales reivindicaciones de la mujer, con ese rigor intransigente de dignidad y valentía con el que la protagonista clásica actúa, encarnando su conflicto político y humano entre la conciencia y la obediencia convencida de que está haciendo lo correcto, que convierte a Antígona en una de las figuras teatrales más notorias de la historia.

En esta ocasión, ha sido la compañía de Víctor Ullate la que nos ha ofrecido una insólita versión -con el inconfundible sello de sus espectáculos de ballet- sobre una síntesis del Ciclo Tebano: fragmentos enlazados de las tragedias que narran la sucesión de los acontecimientos ocurridos en la leyenda de Edipo y la posterior guerra entre sus hijos Eteocles y Polinice, centrándose esencialmente en una versión fiel y depurada del tema de Antígona (de la obra original de Sófocles). Una versión, cuyo desarrollo se comprende perfectamente, de la tragedia de sublimación donde la heroína -que defiende básicamente las leyes de la sangre ante la sentencia del rey Creonte que prohíbe dar sepultura al cadáver de su hermano Polinices, sitiador de la ciudad de Tebas- maneja todos los valores más acertadamente calificados de absolutos: la vida, el espíritu, la conciencia individual y el amor.

Tengo que decir -para algunos despistados que han publicado que es la primera vez que esta obra se estrena como ballet- qué en el festival, en 1986, ya se representó un texto de danza-teatro con el título de Las Furias de Francisco Suárez, con tres historias esquemáticas de raíz gitana donde -en una de ellas muy floja- trascurría el relato de Antígona, que fue coreografiada por José Granero (que hizo lo que pudo por salvarla con un conjunto de bailarines procedentes de la danza clásica y del flamenco). Espectáculo que nada se entendió, resultando desastroso por la ingenua -casi risible- interpretación de una narradora que hacía de diosa de la memoria, portadora en un carrito de todos los elementos de las historias.

La puesta en escena de esta Antígona que está realizada, en la primera parte, por Víctor Ullate y, en la segunda, por su colaborador Eduardo Lao (aunque al final la supervisión haya sido de Ullate), ha elevado el listón sublime de las producciones de la obra griega presentadas anteriormente en el festival. En el montaje, enriquecido por todos sus elementos artísticos componentes: la ingeniosa escenografía de Curt Allen Wilmer -asentada por varios grupos de bidones acopiados, vistosamente iluminados por Luis Perdiguero creando muchos espacios solemnes- y el fascinante vestuario de Iñaki Cobos enriquecen un espectáculo en el que se nota acrisolado el espíritu del baile sagrado y sensual de la técnica de M. Béjart (el gran maestro de Ullate), implícito en el excelente subtexto de la narrativa de la obra, de una trama tejida como si de una trenza se tratara, que logra crear cuadros escénicos espectaculares en atmósferas de música y ritmo intenso, fruto de la búsqueda de signos, por parte de los creadores, que permite al espectador ir más allá en el lenguaje encontrado -de un placer estético, un placer dinámico y un placer emocional-, trascendido hacia lo esencial y poético.

El trabajo preciso y coordinado de todo el cuerpo de baile extasió a la par de los protagonistas. Todos los bailarines, seres verdaderamente de carne y hueso tomaron vida en Antígona, atreviéndose a dejar libre su sensibilidad -con esos cuerpos disciplinados, entrenados y formados que poseen- para servir como significantes a las acciones coreográficas y dramáticas que evolucionan en la alternancia entre solos, dúos y otras formas de pasos que nos dejan trémulos de emoción.

Pero es justo destacar los trabajos de Lucia Lacarra (Antígona) y Josué Ullate (Hemón) que se crecen por encima de sus hombros y nos ofrecen lo mejor de sí, en una oda a la creatividad sin límites. Todo brilla con precisión matemática del cuerpo en sus coreografías que requieren brazos y piernas inteligentes, extremidades con vida más allá de los cuerpos que los sustentan, donde la cúspide se perfila en los dúos de amor y muerte.

El elenco que casi llenó las gradas del teatro romano fue encendidamente aplaudido por quienes aman este arte y el festival grecolatino.