Concha admira su cuenta de resultados. Hace meses que no se contenta con mirarla. Ella supo leer mejor que nadie las nuevas oportunidades del mercado. Desde luego, primero fueron los objetos. Las ventas de juguetes eróticos se dispararon. Los vibradores se convirtieron en productos de primera necesidad. Su uso se normalizó hasta el punto de que en los supermercados se crearon los lineales del Hombre, así se llamaron. Todas las marcas de prestigio se lanzaron a diseñar el suyo. Apple lanzó el iPhone Consolated. También tuvo mucho éxito el Just fuck it de Nike. El de Louis Vuitton se convirtió en el obsequio preferido de las bodas. En cambio, el de Swarovski cayó en desgracia después de producir alguna lesión realmente molesta.

Pero Concha supo ver más allá. Mientras el resto de los competidores creían firmemente que la impotencia que asolaba a todos los hombres del planeta se trataba de un trastorno transitorio, ella tuvo el convencimiento de que la cosa iba para largo. El mercado lo llamó clarividencia. Ella se reía por dentro. No, no se trataba de buscar sustitutos de la erección perdida, no era ese el camino. Al menos, no el único. Todos esos objetos no hacían más que incidir y recordar el momento de la pérdida. Lejos de ser instrumentos erótico-festivos, parecían responsos fúnebres. Una tristeza, profunda y castrante (nunca mejor dicho), se estaba apoderando de los hombres. Y Concha no podía permitirlo.

El Santo Grial masculino

Sin abandonar los objetos, apostó fuerte por los estimuladores de próstata. Acompañó el lanzamiento masivo con cursos a distancia y presenciales: «Que te den. Descubre el placer oculto». El punto P pasó a ser el Santo Grial masculino, solo que este existía y hacía aullar de placer a los afortunados que aceptaban la invasión de sus carnes. Pero, ahí estaba el problema, eran muchas las reticencias entre el colectivo heterosexual. Ellos habían creciendo invadiendo, no dejándose acometer. Se imponía un cambio de mentalidad. Concha estaba convencida de que más pronto o más tarde se produciría, pero esperar no era una opción para ella, y menos para su cuenta corriente. Hacía falta espolear esa evolución.

¿Cómo salvar las barreras de la mente? ¿Cómo acallar los prejuicios para solo seguir los dictados del placer? Concha se pasó un día entero paseándose por las calles. Al fin y al cabo, desde antiguo habían sido su campo de trabajo. Trató de captar qué cambios se habían producido en los hombres. Después de ocho horas y múltiples calambres en las piernas (antes muerta que abandonar sus tacones), descubrió que la iglesia y la patria se habían convertido en los principales refugios en aquellos dos años de desdicha viril. Multitudes de hombres armados con enormes cirios (sin comentarios) hacían cola en los templos, y las banderitas (con asta) en las solapas ilustraban que los hombres buscaban en la trascendencia la cura a su impotencia (de hecho, nada nuevo). Concha no tenía nada que hacer con las patrias, lo suyo eran los paraísos fiscales. Pero con la fe…

Nunca había dedicado demasiado tiempo a las religiones, pero sí a algunos de sus cuerpos. Repasando su antigua cartera de clientes, Concha encontró un diácono, un rabino, un estudioso del Corán y hasta un monje budista. Con el espíritu ecuménico desatado, se lanzó a un frenesí de llamadas. En menos de una hora ya sabía lo que necesitaba: ofrecer una esperanza y encarnarla en un mesías. La iluminación le llegó en el momento de quitarse los tacones, rodeada de los espejos de tonalidad salmón de su enorme vestidor. Se miró y supo que ya tenía todo lo que buscaba.

Concha, la P-atriarca. Máxima jerarca del Templo P del Acogimiento. Si las diferentes religiones habían conseguido metas tan dispares y surrealistas como que millones de personas comieran el cuerpo y la sangre de Cristo o, por el contrario, miraran con asco el mejor jamón de Jabugo, ¿por qué no iba a ser posible que una nueva fe penetrara a través del conducto excretor?

Necesitaba templos, sacerdotes y sacerdotisas (ya puestos, y para variar, iba a hacer la primera religión no machista), salmos y adeptos. ¡Y los tenía! Tenía todo eso. ¿Qué eran sus cursos del punto P sino la primera piedra de su iglesia?

El culto a Concha está superando océanos y fronteras. Ha abierto un horizonte de felicidad donde antes solo había cerrazón. Ha conseguido que un rayo de luz ilumine los cuerpos de cientos de miles de hombres. Cada día suma nuevos fieles convencidos de que una energía de bondad y paz universal ha penetrado en su cuerpo. La Era de la Impotencia ya tiene una fe.

Mañana, cuarto capítulo:

Año cuatro.