Sigue esta perpleja 65 edición del Festival con Metamorfosis, versión de la estadounidense Mary Zimmerman basada en los mitos de Ovidio, otra producción de Pentación Espectáculos de Cimarro (director del festival), considerada por la organización como la obra estrella del evento y que ha costado un pastón (según dijo Concha Velasco dirigiéndose a Fernández Vara en la rueda de prensa en el Peristilo). Espectáculo que, por tener anticipadamente agotada la venta de entradas, se exhibirá en el teatro romano durante once días. Las otras coho obras solo se representan entre dos y cinco días.

La versión consta de 11 mitos entrelazados que en su mayoría provienen de la famosa obra del poeta romano, que Zimmerman adaptó -a partir de 1995 haciendo improvisaciones con sus actores- de la traducción en verso libre del clasicista y poeta David R. Slavitt (también estadounidense). Adaptación que además incluye la historia de Eros y Psique de la novela El asno de oro de Lucio Apuleyo y otras fuentes de la poesía de Rainer M. Rilke sobre Orfeo, Eurídice y Hermes. Zimmerman utiliza estos textos como un puente poético entre el mito y el modernismo creando un híbrido -que contiene elementos de varios géneros: la comedia, la tragedia clásica y el drama- de las antiguas culturas grecolatinas y americanas modernas. Mientras el poeta Ovidio escribió tanto del alma como del amor, la dramaturga estadounidense lo enfoca en la necesidad y la fuerza del amor. La trama se construye como una serie de viñetas, enmarcadas por dispositivos narrativos, sacando a los individuos del tiempo ordinario y del momento presente, para ubicarlo en tiempo mítico (un término ambiguo para el manifiesto de los mitos de calidad intemporal), sugiriendo que los seres humanos no han cambiado hasta el punto de ser irreconocibles dos mil años después.

El texto versionado de la Zimmerman no es brillante, pero si lo fue su montaje donde los mitos se apoyaron simbólicamente en el agua. Un montaje que perfeccionó durante siete años -exhibiéndolo en varias universidades- hasta llegar Broadway en 2002, donde ganó el premio Tony a la mejor dirección. Un montaje que utilizaba una piscina que se convertía en la protagonista de un teatro de imágenes bellísimas (al estilo de Robert Wilson, Pina Bausch y Julie Taymor), interpretado por un elenco super talentoso -de gran control oral y corporal- que encontraba su propia magia para dar personalidad a cada dios y humano.

La adaptación y dirección ha sido realizada por David Serrano, que debuta en el teatro romano y destroza con la prosa y arreglos dramatúrgicos facilones a Ovidio y Slavitt con la misma tenacidad que Shakespeare in love le hace a Romeo y Julieta, convirtiendo el verdadero arte en una función donde el atractivo envoltorio teatral sigue ofreciendo sus mercancías una vez más. El montaje acusa la inexperiencia de enfrentarse a un gran espacio, con una enorme escenografía -una especie de lago ajardinado- que apenas se utiliza con la intensidad y dinamismo creativo en las acciones que se centran en el trabajo del actor. Esta atosigado por la excesiva narrativa que no acaba de cuajar como propuesta sugerente de reflexión de unos mitos desconocidos por la mayoría. En general, le fallan los ritmos que hacen inquietantes las atmósferas en los momentos de drama o tragedia -más difíciles aquí por la brevedad de las viñetas con personajes arquetípicos- y lleguen a su desenlace con la fuerza suficiente. Las entradas y salidas de los actores se hacen interminables dentro de una función casi plana y, en muchos momentos, con demasiado aburrimiento.

En la interpretación, 10 actores -bien conocidos por la televisión- están mal dirigidos para el espacio romano. Parece que van un poco a su aire esforzándose -con múltiples desdoblamientos- en sacar adelante una función que dicen que habla de la vida, pero que solo se percibe que no trasmiten dramáticamente las emociones de la vida, o que son más sosos que graciosos, o desagradables (viendo a Edu Soto haciendo neuróticamente de Faetón, al estilo del club de la comedia, soltando tacos gratuitos y resabios de frases gastadas por lo repetido). Tal vez todo está hecho con precipitación, porque el elenco no ha tenido los suficientes ensayos que requiere el espectáculo. Solo se salva el mito de Vertumnus y Pomona, interpretado por Belén Cuesta y Secun de la Rosa con burbujas de humor. Individualmente no destaca ningún actor. La estrella, Concha Velasco, que en 2013 dirigida por José Carlos Plaza hizo una magistral interpretación de Hécuba (así lo dije en mi crítica), encajada aquí con calzador como parte de los narradores, solo la destacó como reclamo de un público atraído por el famoseo patrio. Un público al que, en ocasiones, como he visto en esta función mediocre e interminable (de casi dos horas y media), ha bostezado y luego, al final, ha aplaudido de pie. Un público que no se ha enterado de nada sobre los mitos -hice una pequeña encuesta- y que seguramente, al día siguiente en una reunión con amigos o políticos catetos, ha comentado: «Anoche estuve en el teatro romano viendo a la Velasco, que maravilla, que emoción…».