Llevamos toda la vida diciéndolo mal. Es La corte de Faraón, no La corte del faraón. Ahora sí: le han puesto una ele porque no es la zarzuela. «La zarzuela está bien como está», decía Ferran González, el director musical. Quiso dejarlo bien claro: «No la hemos modernizado: si alguien quiere hacer de nuevo esta obra, no la avejentará: hará la zarzuela y punto».

Lo suyo es un musical, del mismo modo que La bella Helena que se representó hace un par de años en el Festival de Mérida tampoco fue la opereta de Offenbach, aunque se basara en ella.

Para empezar, aquí el faraón es una mujer, Itziar Castro, con lo cual, el juego de confusión de géneros (hombre/mujer/gender fluid) está asegurado. La acompañan Celia Freijeiro, el placentino Paco Arrojo, Inés León, Joan Carles Bestard y Javier Enguix, arropados por un coro de 10 intérpretes y bailarines, a los que dirige (como es habitual ya en las producciones de Rodetacón teatro para el Festival de Mérida) Ricard Reguant. Él ha adaptado también el texto junto a Juana Escabias, que recordó que la comedia siempre hay que revisarla, porque las coordenadas espaciotemporales y las referencias no son las mismas. Está en cartel hasta este domingo.

La corte de Faraón se estrenó en 1910 y constaba de un acto y cinco cuadros. Fue en el Teatro Eslava, con libreto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios y música de Vicente Lleó. Usaron elementos de la zarzuela, de la opereta, de la revista y hasta del cuplé. El Faraón le cede al general Putifar una mujer muy bella (en aquellos tiempos, se regalaban mujeres como ahora se regalan ginebras con todos sus avíos, que hay gente que pide un gin tonic y se lo sirven como si fuera un huerto urbano). La mujer se llama Lota. El general se queda anonadado de la belleza de quien va a ser su esposa, pero ha sufrido una herida de guerra y no puede consumar el matrimonio. Pobre mío. Ni puede, ni podrá, porque le regala un esclavo para los placeres de la carne. Se llama José. Le dicen el casto. El faraón/faraona le conmina a gozar, porque hay que gozar. «Caramba, aquí son todas como la de Putifar», canta Arrojo: «Ay, por Dios: si no quise con una, cómo he de atreverme con dos». Y luego: «Yo creo que no salgo bien en esto del amor», porque la criatura quiere reservarse para... para no sabemos qué o quién. Si han escuchado la zarzuela, sabrán que uno de sus temas principales es Yo soy el casto José. «No pensaba en amores por ser pecado y, además, porque estaba muy ocupado en que no se me fuera ni un corderito».

Han actualizado números, como los consejos que las viudas le dan a la novia en la noche de bodas, que decían cosas como «Es muy duro y molesto, yo te lo aseguro, / y muy pronto, y muy pronto lo vas a saber / el derecho, el derecho, / el derecho que tiene el marido / sobre su mujer. / Al marido después de la boda / nada, nada se debe negar, / pues con él en la casa entra toda, / pero toda su autoridad. / Y aunque el llanto, / aunque el llanto al principio te cueste / que él te trate, / que él te trate con mucha dureza, / si le sabes seguir la corriente / pues al fin bajará la cabeza. / Sé hacendosa, primorosa, / dale el gusto, siempre cariñosa. / Muévete, para que / lo que pida dispuesto ya esté. / Cuídalo, mímalo, / no le digas a nada que no». Como la Sección Femenina: «Si tu marido te pide prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes».

Eran otros tiempos y vivimos otros tiempos (menos mal), así que esa parte se ha reescrito: sería un poco extraño escuchar algo así en el teatro romano de Mérida. Sí: hay muchos cantantes con letras machistas. Hay obras de arte machistas (y siguen siendo obras de arte). Y abomino de las que nos presentan a las mujeres como seres planos: muy empoderados, pero planos, o de las obras de teatro con moraleja final. Siempre es la misma: tenéis que ser muy buenas personas y cambiar el mundo. El mundo está cada vez peor y no hay quien lo cambie, entre otras cosas porque el cambio climático lo mismo lo hace inhabitable de aquí a unas muy pocas generaciones: a lo más que podemos aspirar es a volverlo un lugar medianamente seguro para muchos de nosotros en lo cercano y no es una visión pesimista: mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, es muy capaz de incidir en la realidad y de ser una fuente de transformación. A veces muy potente: piensen en los derechos que se han conseguido gracias a las huelgas, por ejemplo).

Para combatir el machismo que se aprecia en las canciones, se apela a prohibir los conciertos o a no prohibirlos, pero educar. Como si la educación lo consiguiera todo. Spoiler: no funcionamos así. Es muy bienintencionado lanzarlo todo a la carta educativa, pero, repito, no funcionamos así. Al fin y al cabo, llevamos más de dos mil años de «amaos los unos a los otros» mientras creamos misiles y balas y violamos a las mujeres en las guerras o nos cargamos la biodiversidad. El debate de la libertad de expresión seguirá abierto. Y de manera muy ramplona y sin hondura, por cierto, porque vivimos en la época de los 140 caracteres. Pero, mientras lo cerramos, podemos cantar… Ay, ba. Ay, ba.