«¿Tú me has querío a mí alguna vez?», le lanza con su acento malagueño en mitad del escenario. Su hijo le contesta que «con locura» y contiene la emoción. Sigue el espectáculo.

Carmen, 88 primaveras, enferma de alzheimer, una prótesis de cadera después de una complicada operación, parálisis muscular en el brazo izquierdo y bailaora. El pasado viernes, desde su silla de ruedas, hizo reír a carcajadas, llorar con el corazón en la garganta y sentir una angustia inmensa al Gran Teatro de Cáceres. Es exactamente esa montaña rusa de sentimientos la que vive ese hijo al que le pregunta que si la quiere.

Carmen viaja a su infancia y su juventud a través de la música (cantar canciones de su época es parte de la terapia); y sonríe picarona cuando se acuerda de cómo, en época de Franco, cambiaban palabras y hacían versiones prohibidas por la censura.

Las coplas también le llevan a su etapa en Ginebra, adonde se tuvo que marchar como muchos españoles. Suena El emigrante de Juanito Valderrama y Carmen sigue la letra. Y de repente el diálogo con su hijo continúa en francés. Aún conserva en una parte de su caprichosa memoria el idioma que tuvo que aprender en Suiza.

A veces parece que interpreta, que es humorista, que es solo un papel ensayado y aprendido para hacer reír; pero no es más que una conversación habitual en la que ella sale por peteneras.

Ese hijo es Paco Mora, un malagueño afincado en Extremadura (vive entre Cáceres y Badajoz) que recorría escenarios de medio mundo y protagonizaba películas de Carlos Saura. Pero tuvo que abandonar su trayectoria para cuidar de su madre cuando la desmemoria se empezó a adueñar de ella.

Un viaje a la infancia

El sueño de Carmen era ser bailaora, pero su padre nunca lo permitió. Recuerda perfectamente el argumento: «Decía que él no criaba pa’ puta», suelta. Por eso le brillan los ojos cuando su hijo le taconea. «¡Baílame una bulería!», le jalea.

Paco es su principal y casi único cuidador. Y, como le ha pasado otras veces en la vida, volvió a encontrar caminos y respuestas a su desesperación en el flamenco.

Metió en el mismo saco la ilusión frustrada de su madre, su experiencia con el alzheimer y su bagaje profesional. Y nació el espectáculo Flamenco para recordar, coplas de un recuerdo.

Hace justo un año se estrenó por primera vez en Almendralejo, coincidiendo con el 21 de septiembre, el día mundial de la enfermedad. Y desde entonces no ha parado. Incluso se ha llevado a su madre a México, donde Paco Mora conserva un público fiel.

El proyecto empezó en una residencia de ancianos de Badajoz, donde él daba clases de flamenco a personas con distintos tipos de demencia. Veía el resultado, la evolución... y se lanzó a la piscina con mínimos recursos (otro obstáculo perenne).

Flamenco para recordar, coplas de un recuerdo es un relato a corazón abierto de qué significa convivir con la desmemoria. La culpabilidad («a veces pienso que es mejor que no estés»), la cárcel en la que se siente (baila atado por el cuello a la silla de ruedas de su madre), la mala conciencia («aunque tú olvides las veces que pierdo la paciencia contigo, yo no»). Y una pregunta que atormenta a ese hijo: «¿Lo estoy haciendo bien?».

Honestidad y reflexión sobre el escenario. La vida misma.

A veces, a veces...

Carmen a veces disfruta, a veces se va, a veces vuelve, pero las coplas, el taconeo, la guitarra, le hacen vibrar. Acompaña tocando las palmas, una mano abierta, la otra con el puño cerrado por la parálisis.

Y al final del espectáculo su hijo la levanta de la silla de ruedas para que se sienta bailaora. Ella se agarra la falda y la menea.

«Mañana no recordará nada, pero yo volveré a cumplir su sueño», dice Paco Mora cuando la vuelve a sentar.

El patio de butacas hace ya un rato que está de pie.