Puede una película ser demasiado peligrosa para su época? ¿Tiene el cine, de hecho, la capacidad de generar peligro por sí solo? El de la influencia potencial de los productos de entretenimiento popular sobre la sociedad es un debate con el que cada generación se ve obligada a lidiar en algún momento. Y, con la llegada a los cines de Joker, la conversación ha vuelto a emerger dotada de la profundidad de un hashtag.

Como usted probablemente ya sabrá, la nueva versión de los orígenes del enemigo más notorio de Batman está cortada con el mismo patrón que Taxi Driver (1976); su protagonista es un hombre solitario horrorizado por la decadencia de la ciudad en la que vive y, se mire como se mire, un psicópata. Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), aspirante a monologuista, padece una enfermedad que le hace reír descontroladamente en los momentos más inoportunos. Casi todos los que lo rodean lo maltratan, las mujeres lo ignoran y, poco a poco, su ira aumenta. En cuanto mata por primera vez, se siente muy bien. Y entonces se arroja a una espiral homicida.

El sorprendente León de Oro obtenido por Joker en la pasada Mostra de Venecia y las quinielas que sitúan a Phoenix como el actor a batir en la carrera hacia el Oscar no han hecho más que avivar la polémica que una y otro han generado en prensa y redes sociales. ¿No será Fleck visto como un modelo a seguir por aquellos proclives a la marginalidad y la violencia? Al presentar al personaje como una víctima de un entorno cruel, ¿no está la película interpelando directamente a ese segmento? Considerando el efecto llamada que los actos del Joker provocan en los vecinos de Gotham, ¿podría la película causar lo mismo?

ADVERTENCIA DEL EJÉRCITO / Hay quien teme que sí, y no solo entre periodistas y tuiteros. El Ejército estadounidense ha advertido sobre la amenaza de ataques con armas en los miles de proyecciones de la película que tendrán lugar en el país a diario desde hoy, y ha dado a los soldados consejos como la conveniencia de «identificar dos rutas de escape» al entrar en el cine.

Mientras, los familiares de las víctimas del tiroteo de Aurora (California) en el 2012 -que tuvo lugar en un cine donde se estrenaba El caballero oscuro: la leyenda renace- han expresado al estudio productor de Joker, Warner Bros, su preocupación por la violencia que la película pueda provocar; la compañía ha respondido publicando una declaración en la que se lee: «Ni el personaje ficticio Joker ni la película respaldan la violencia de ningún tipo en el mundo real. No es intención de la película, los cineastas o el estudio sugerir que el personaje es un héroe». Así las cosas, cabe recordar que muy pocos de quienes han nutrido este alarmismo han visto la película.

El origen de la controversia está en la aparente identificación que Arthur Fleck genera entre los llamados incel -acrónimo de involuntarycelibates, célibes involuntarios-, subcultura antisocial surgida en internet que ha sido asociada a los tiroteos sucedidos recientemente en Texas y Nueva Zelanda.

A medida que la violencia armada en Estados Unidos se descontrola cada vez más, es inevitable que autoridades y líderes de opinión busquen culpables, y Joker es el sospechoso perfecto; da igual que su versión del personaje sea aún menos amable y glamurosa y cool que la de la mayoría de cómics o películas previos, y que en todo momento el director Todd Phillips deje claro que el comportamiento de Fleck es monstruoso.

INVITAR A LA REFLEXIÓN / «Vivimos en un mundo tan cercano al colapso que cualquier cosa, hasta una película, puede hacerlo arder», ha explicado Phillips acerca de la polémica. «Y con Joker no pretendo llamar a la acción, sino invitar a la reflexión». En otras palabras, nada que tantos otros cineastas no hayan hecho en el pasado: explorar tendencias oscuras de la sociedad contemporánea a través del entretenimiento mainstream.

También Phoenix se ha pronunciado en ese sentido. «La gente quiere respuestas simples, y quiere que los villanos de las películas tengan cuernos y tridente, pero no es tan sencillo», ha opinado. Que en cualquier caso se los haya tachado a ambos de irresponsables tiene que ver sobre todo con la paranoia estimulada en su país por décadas de tiroteos masivos y la falta de voluntad del Gobierno a la hora de controlar la venta y el uso descontrolados de armas. En última instancia, resulta inevitable sospechar que la histeria generada por la película a causa de la supuesta inminencia de actos violentos sobre todo ha servido para aumentar la posibilidad de que esos actos sucedan.

Lo que al final parece importar menos en todo este debate, paradójicamente, es la ficción que sobre el papel ocupa su centro mismo. De hecho, entre la crítica está proliferando la costumbre de juzgarlas películas no por sus méritos sino por cómo podrían ser percibida por un tipo específico de audiencia, de eliminar la distinción entre lo que un narrador trata de contar y la interpretación que se hace de su narración.

Por un lado, es evidente que los artistas deberían tener cuidado con los mensajes que conscientemente o no transmiten. Pero, por otro, ¿no es obligarlos a responder por los peores instintos de su público una forma idónea de prevenir que se creen obras de arte de valor?