Ahí van algunos de los dilemas éticos que surgen al hablar con Marco Bellocchio de su 26º largometraje, que llegó ayer a los cines: ¿qué valor tiene la valentía si quien hace gala de ella es un criminal? ¿Es creíble quien se arrepiente a cambio de una recompensa? ¿Puede la traición llegar a ser un acto positivo, incluso noble? Él empieza respondiendo al último de ellos. «Claro que puede, si significa el rechazo de una situación inaceptable. Yo mismo soy un traidor a la Iglesia, y a los valores católicos según los que fui criado». Y, refieriéndose al protagonista de la nueva ficción, añade: «Él era distinto. Nunca traicionó los principios de la Cosa Nostra. Tal como él lo veía, fueron sus compañeros de filas quienes lo hicieron». La película, por cierto, se llama El traidor.

Se trata de la historia de Tommaso Buscetta, que pasó a los anales gansteriles como el primer miembro de alto rango de la Mafia siciliana que violó el código de silencio u omertà, y en el proceso y destapó toda la arquitectura interna de la organización; como resultado más de 400 miembros del crimen organizado fueron encarcelados en los años 80 y 90. «En Italia se lo considera un Judas, de ahí el título de la película», explica el maestro. «Pero lo que Buscetta hizo fue rebelarse. Él había crecido en el seno de una Mafia que protegía a los débiles y no mataba a mujeres ni a niños, pero con el tiempo la organización fue degenerando». Por supuesto, el ideal mafioso de Buscetta se basaba igualmente en el derramamiento de sangre pero, a pesar de ello, Bellocchio da la sensación de sentir admiración por su protagonista. «No lo veo como un héroe ni un santo ni un mártir», matiza él. «Pero arriesgó su propia vida y las de su mujer y sus hijos; fue un hombre valiente, y el coraje es una cualidad que yo valoro especialmente, quizá porque carezco de ella».

«Anarquista moderado»

Los personajes que se rebelan contra el orden establecido han sido una constante en la carrera del cineasta italiano desde que debutó tras la cámara con Las manos en los bolsillos (1965), ataque a la familia burguesa y la moralidad cristiana. «Siempre me he considerado un inconformista; me definiría como un anarquista moderado», afirma, aunque reconoce haberse ablandado con los años. Sigue defendiendo, eso sí, la necesidad de «un cine político, que investigue y sea incómodo. El traidor surge de esa voluntad».

En ese sentido, la película uno de los títulos favoritos de los premios de la Academia del Cine Europeo (EFA), que se entregarán mañana en Sevilla- funciona como retrato de un país lastrado por una corrupción endémica y un aparato institucional enormemente endeble. «La Mafia sigue enquistada en diferentes niveles de poder del Estado italiano, así que la historia de Buscetta tiene varias conexiones con el mundo actual».