En apenas un año agotó la primera tirada, la ampliación de ésta, y ya se prepara la segunda edición. La ginecóloga y obstetra Miriam Al Adib Mendiri (Almendralejo, 1977) con su libro ‘Hablemos de vaginas’ está revolucionando la forma de «abordar la salud sexual femenina desde una perspectiva global»; de hecho la editorial Oberon ya le ha encargado una nueva obra en la misma línea que ésta. En los primeros puestos en venta de guías sexuales en plataformas como Amazon, ‘Hablemos de vaginas’ es un libro necesario para desestigmatizar el órgano femenino; y como la expresividad, la simpatía, el lenguaje ameno y divertido no es incompatible con el rigor y la profesionalidad, Miriam Al Adib, de padre sirio y madre española, nos habla con desparpajo y una amabilidad exquisita de esta publicación que debería ser, un manual de uso obligado para niñas y mujeres. Un manual que «aporta herramientas para el autoconocimiento y el autocuidado para ser más dueñas de nosotras mismas» ¿Necesitamos más argumentos? Pasen y lean.

—Ese ambiente conciliador, de respeto entre padres de culturas diferentes en el que usted ha vivido, ¿cuánto ha pesado a la hora de decidir escribir este libro? Porque no deja de ser una conciliación con el propio cuerpo femenino….

—No es que ese ambiente me haya hecho escribir este libro, pero seguro que ha influido en muchas partes del mismo porque en realidad ese ambiente ha construido la persona que hoy soy. De alguna manera crecer en contacto directo con diferentes cosmovisiones es algo que te enriquece muchísimo, aunque esto no lo he sabido hasta adulta, ya que cuando eres más joven no llegas a comprenderlo, ves que tu apellido es diferente y que si no te conocen de nada enseguida te ponen un cliché. Pero ahora esto no me afecta negativamente, y, ¡mira que cada cierto tiempo en las redes sociales recibo comentarios ofensivos solo por mi apellido! Me han llegado a decir «vete a tu puto país» y lo gracioso es que soy extremeña. Se trata de personas que no han salido nunca de un mismo ambiente, ni interaccionan con personas diferentes, ni leen, ni se emocionan con algo artístico..., todo esto mata el alma, y por eso rechazan lo que consideran diferente a ellos. En realidad no saben quienes son, no ven más allá de sí mismos, y no hay nada peor que esta ignorancia de creer que tus ideas te hacen superior al que es diferente.

—¿Qué ha ganado por haberse educado en una ambiente multicultural?

—Te despierta, desde muy joven, un espíritu crítico (que no criticón) tanto con lo ajeno (que es lo más fácil) como con lo propio (esto es más difícil). Por otro lado, convivir con diferentes formas de pensar dentro de un ambiente amoroso te aporta una mirada más compasiva hacia las diferentes formas que tienen las personas de ver el mundo. También dejas de identificar tu ‘yo’ con una ideología concreta, puedes simpatizar con una ideología pero a la vez sentirte libre de si hay algo que no te convence no tienes porqué asumirlo, no es ‘o lo tomas todo o nada’. Se es más libre, si entiendes que puedes cambiar de opinión a medida que vas aprendiendo más, y que esto no significa que te traiciones a ti misma, porque los seres humanos no somos una ideología, y podemos tomar conciencia de nuestras equivocaciones a medida que vamos sabiendo más. Hemos venido al mundo, entre otras cosas, para aprender Y equivocarnos muchas veces en el camino. Siempre me gusta decir que no soy una persona de ideologías sino de ideas; y puedo entenderme bien con personas de ideas contrarias, al fin y al cabo hay la misma proporción de gente buena y de gente menos buena dentro de cualquier sistema de ideas. Cuando convives con una diversidad cultural o ideológica acabas dándote cuenta de que nadie posee la verdad absoluta de nada, que la forma de pensar está muy condicionada por el ambiente que te rodea, pero lo más importante que he aprendido es que por muy diferente que pensemos los seres humanos hay un idioma en el que todos podemos encontrarnos, ese es el idioma del corazón, y es universal.

—¿Qué ha pesado más?, ¿el ser médico, o el ser mujer?

—Creo que ambas cosas a partes iguales. Tengo que aclarar que no es un libro de ginecología, pero sí utilizo muchos conocimientos de la ginecología para explicar muchas cosas. Luego, a lo largo de la lectura confluyen diferentes áreas más allá de la parte científica de la medicina: filosofía, ética, antropología, sociología, neurociencias, epigenética, psicología,... No se puede entender la ciencia como algo separado de las humanidades. El ser humano no es sólo biología, somos más complejos, tenemos también una dimensión psicológica, social, espiritual... por eso cuando enfermamos y sufrimos, la ciencia puede ayudarnos, pero no es suficiente, no puede deslindarse la ciencia del humanismo. El sufrimiento no se reduce a tener una lesión en una parte anatómica concreta (por poner un ejemplo), hay toda una experiencia humana detrás, dentro de un contexto social y cultural. La medicina va de personas, no solo de arreglar fallos biológicos, porque es una mezcla de ciencia más arte más humanismo. Ser mujer también ha pesado mucho en este libro, porque saca a la palestra muchísimos aspectos de la salud sexual femenina que tradicionalmente no han sido apenas visibilizados, o que han sido tratados desde una perspectiva excesivamente cientificista o biologicista.

—¿Por qué es necesaria esta obra?

—Es necesario que hablemos de lo que normalmente nunca se habla. El título ‘Hablemos de vaginas’ va con toda la intención simbólica de hacer hincapié en que hablemos de todo aquello de lo que no se suele hablar. Cuestionar el discurso oficial no es fácil, hay mucha información tendenciosa dentro del ámbito científico que sirve a ciertos intereses, la información es poder, pero vivimos en lo que llamamos la era de la información y resulta que no estamos bien informados. Lo que está ocurriendo es que se está considerando que la verdad es lo que diga la ciencia, pero ocurre es que la ciencia no es neutral, y la gente no distingue lo que es ciencia de lo que es cientificismo. La ciencia es una magnífica área del conocimiento que utiliza el método científico, el cual consiste en la medición de las experiencias; luego están los niveles de evidencia científica, que son unas escalas jerárquicas donde se clasifican como máxima evidencia científica aquellos estudios mejor diseñados (los metaanálisis) y a medida que bajamos en la escala se van situando los estudios de menor calidad. Pues bien, en la verdadera ciencia, se da más valor a los estudios mejor diseñados, y va más allá: las conclusiones de un metaanálisis (que es lo que más evidencia tiene) pueden cambiar si luego sale otro estudio mejor diseñado que contradiga al anterior, por lo que la ciencia de verdad no se apega a ninguna verdad como absoluta. El cientificismo en cambio consiste en creer en la ciencia como única verdad, entonces las experiencias humanas que no se pueden medir es como si no existieran para la mentalidad cientificista, de ahí que medicalicemos la vida tan fácilmente. La ciencia no es neutral, lo que no interesa no recibe financiación, y por eso dentro de la salud se estudia menos todo aquello que tenga que ver con los autocuidados que todo lo que tenga que ver con consumir.

—Existen los sesgos, por tanto, en el mundo de la ciencia…

—Sí. Hay estudios en los que en los resultados estadísticos hacen hincapié en los términos relativos en lugar de absolutos para dar una información completamente sesgada. A veces es una locura, hay momentos en los que no sabes qué es verdad y qué no, pero lo que está claro es que no existen verdades absolutas e inamovibles, ni siquiera dentro de la ciencia. Siempre me gusta decir que en la relación médico-paciente debería haber una comunicación en la que al menos mantengamos la honestidad intelectual, exponer lo que sabemos para que cada cual, con toda la información, pueda decidir libremente cómo quiere enfocar su salud.

—Da escalofríos, cuando una lee su obra, y comprueba que la ‘psiquiatrización’ de la vida está tan instaurada en nuestro día a día, que una tiene que leerlo para darse cuenta de esa realidad…

—La ‘psiquiatrización’ de la vida consiste en tratar aspectos no patológicos de la vida cotidiana como si se tratara de enfermedades mentales. Hay personas que acaban enganchadas a psicofármacos alegremente, especialmente mujeres de mediana edad, cuando podrían haber resuelto su problema con otros enfoques. Vivimos en la sociedad más segura y acomodada en toda la historia de la humanidad, ¿por qué a su vez somos la sociedad más miedosa y estresada de la historia? Vive de espaldas al envejecimiento y la muerte, enaltece la juventud y la belleza y el estar siempre felices es casi como una obligación. Ante el sufrimiento queremos respuestas rápidas, hay etapas normales de la vida como el duelo o la tristeza que se medicalizan a la mínima de cambio, sin ni siquiera intentar abordarlo desde otras formas.

—Habla de cierta confusión entre problemas que se achacan al aparato reproductor femenino cuando podrían ser originados por otros de carácter generalizado. ¿Es otro ejemplo de ‘psiquiatrización’?

—La medicalización y psiquiatrización de la vida es particularmente más frecuente con las mujeres desde el momento en que síntomas como el dolor, el cansancio, la tristeza de las mujeres se considera muy a la ligera como algo psicosomático y de tratarlo acudimos a los ansiolíticos o antidepresivos. Como dice la endocrinóloga Carme Valls Llobet, que dirige el programa ‘Mujer, Salud y Calidad de Vida’ en el Centro de Análisis y Programas Sanitarios (CAPS) una mujer que refiere síntomas de cansancio por patologías como anemia o hipotiroidismo, de entrada es frecuente que en lugar de irse con un tratamiento para su patología se vaya antes con psicofármacos. Cuando una mujer dice que le duele la regla habitualmente se le dice que eso es normal, otras veces se le dice que seguramente esté estresada o cosas así. De ahí que casi el 50% de las mujeres con endometriosis tarden una media de 8 años desde que inician sus síntomas de dolor hasta que son diagnosticadas. Cuando tienes una endometriosis asintomática pues tampoco pasa nada, pero si te toca una de esas endometriosis invalidantes que generan un dolor que incapacita tu vida, el hecho de tener un retraso tan grande en el diagnóstico es tremendo porque, además de no estar correctamente tratada y de tener que aguantar el dolor, tienes que asumir que esto es normal y soportar la incomprensión y el estigma. En definitiva, las quejas de dolor o cansancio en las mujeres no son escuchadas.

—¿De quién es la culpa de la falta de autoconocimiento que tenemos de nuestro cuerpo las propias mujeres?

—Bueno. No me gusta hablar de culpas como tal. Somos la sociedad que somos, que es el resultado de una evolución histórica y cultural que nos influencia en nuestra forma de ser y de ver el mundo. Es todo muy complejo…, la semilla de nuestra sociedad occidental viene de la antigua Grecia, ahí comenzó la cosmovisión occidental. Si por ejemplo vas a un país oriental como China puedes ver lo diferente que es todo allí: el arte, la medicina, la filosofía... lo que allí está completamente aceptado socialmente aquí, sin embargo, puede ser considerado como pseudociencia.

—El origen de todo esto…, también está en Grecia…

—La medicina que nos viene de la antigua Grecia tiene una tradición completamente paternalista. Hubo un médico y filósofo griego llamado Hipócrates, cuya influencia sigue vigente. De hecho, hoy día, cuando terminamos la carrera hacemos el juramento hipocrático (escrito por él) que hace alusión al principio de beneficiencia, que consiste en que el médico se compromete a hacer el bien para el paciente. Y me dirás «vale, ¿y cuál es el problema?». El problema es que en Medicina muchas veces existen varias vías diferentes para abordar una misma patología, y cada cual tiene sus pros y contras, ¿cómo va a decidir el médico por ti sin contar contigo? Hasta hace nada no ha comenzado a tenerse en cuenta ese otro principio tan importante: el principio de autonomía en que los pacientes tienen el derecho de decidir sobre su salud. Para ello debe tener toda la información sobre las opciones médicas posibles para poder decidir libremente cómo quiere abordar su salud con ayuda de su médico. Debe haber un equilibrio entre estos dos principios, cuando caemos en no respetar el principio de autonomía y decidimos por el paciente sin contar con el paciente caemos en lo que llamamos paternalismo médico. El paternalismo es una visión positiva del patriarcado, en la que la persona con autoridad es la persona que sabe y por eso decide por ti. Pero esto es un error, los pacientes no son niños menores de edad. En los procesos sexuales y reproductivos de la mujer con frecuencia caemos en este paternalismo. Esto está cambiando porque muchas asociaciones están ahí reivindicando que sean respetadas las decisiones informadas de cada mujer, pero quizá a los médicos nos cuesta ese cambio porque el modelo de Medicina que hemos estudiado y la forma como nos la han enseñado es bastante paternalista, así ha sido durante siglos.

—Y de Grecia, y de Hipócrates… la histeria…

—Sí, la histeria (palabra griega que viene de útero) decían que era una enfermedad de las mujeres, y que se curaba con el coito, por lo que el tratamiento era casarse y en caso de no tener pareja había que dar un ‘masaje pélvico’ para producir el ‘paroxismo histérico’ (traducido a nuestro lenguaje sería hacer una masturbación para provocar el orgasmo). Cuando se inventa la electricidad se comenzó a usar el vibrador para curar a las mujeres, y así hasta principios del siglo XX siguió diagnosticándose ampliamente esta supuesta enfermedad. De hecho hay recortes de periódicos con el vibrador como un electrodoméstico más para vender para las mujeres con histeria. Hoy seguimos sin entender la naturaleza cíclica de las mujeres, hay un capítulo extenso en el libro que explica qué hay de verdad y no verdad en todo esto de la ciclicidad de las mujeres, cómo funcionan las hormonas y qué pasa exactamente cuando tenemos síndrome premenstrual. Una cosa que siempre me ha llamado la atención es que todo lo relativo a las hormonas de las mujeres en el lenguaje coloquial se sigue tratando con tono peyorativo: «¡Vaya cómo estás hoy, parece que te ha bajado la regla!», o un «pareces menopáusica» usado en un contexto casi como si fuera un insulto, por no decir eso de «me he puesto mala» en lugar de «me ha bajado la regla». Luego en nuestra sociedad actual impera el modelo ideal femenino que generan mucha frustración y desconexión con nuestro propio placer. La sexualidad en la época de nuestras abuelas era sinónimo de reproducción (el placer no importaba), hoy es sinónimo de placer. Pero tanto en la época de las abuelas como en la nuestra, sigue siendo la mujer el objeto y el hombre el sujeto. Entonces antes éramos objetos de reproducción y por eso el modelo ideal de mujer era la mujer casta que se mantenía virgen hasta el matrimonio y que luego le daba hijos al varón. En cambio ahora somos objetos de placer y el modelo ideal es la mujer hipersexualizada, pero no hipersexualizada por disfrutar más del sexo, sino por ser más objeto de placer, más cosificada. Como si la valía femenina dependiera de lo sexualmente atractivas que seamos, y por eso al final el placer sigue sin ser nuestro.