Guitarras eléctricas escurridizas, estribillos tribales y bailoteo atolondrado, exorcizando la nostalgia de la adolescencia, son los ingredientes que maneja Green Day en el disco que puso a la venta en febrero. Es el giro hacia la canción sencilla, llana y divertida, con destellos de melancolía, de la banda que en los 90 encabezó la cuadrilla punk-pop (antídoto a la oscuridad grunge), y que tras el cambio de siglo se puso más serio en obras de calado conceptual como American idiot y 21st century breakdown.

Father of all motherfuckers (título que algunos medios y plataformas reducen a Father of all..., si bien en su portada luce entero) es el álbum más corto de Green Day: 25 minutos y 53 segundos. Menos de tres minutos por canción de media, celebrando la inmediatez, si bien no a través de un regreso a los orígenes, sino expandiendo moldes y patrones. Desde la pieza que lo abre y le da título, a golpe de rock abrupto con vestigios de blues y voz en falsete, la banda californiana se las arregla para sortear fórmulas y lograr que (casi) cada una de esas pequeñas canciones sea moderadamente sorprendente. Todo un mérito considerando las limitaciones naturales de un lenguaje musical en el que todo parece haber sido dicho.

En Fire, ready, aim, un riff de guitarra canónico decanta el corte hacia un sonido garajero con órgano sixties, mientras que Oh yeah ahonda sin complejos en un glam peleón de equipo de cheerleaders, ideal para corear en un estadio. Logro, hay que decir, del gran Gary Glitter: el estribillo está sampleado de una creación suya del año 1973, Do you wanna touch me, o mejor dicho, de la versión que grabó Joan Jett casi una década más tarde.

La siguiente estación nos lleva con desparpajo a aquella clase de ritmo Motown que The Strokes reflotaron en Last nite, y nos topamos luego con la canción de mayor calado del disco, I was a teenage teenager, suerte de advertencia en torno a los fantasmas de la juventud, el fracaso escolar, la desubicación y las drogas («no quiero asustarte / pero no puedo mentirte»), con un estribillo que en inglés llamarían anthemic, con propiedades de himno.

FUSIÓN DE ALEGRÍA Y ANSIEDAD / Los chicos de Green Day mantiene la tensión en una segunda mitad que funde alegría y ansiedad a través de plantillas cambiantes, con el rock’n’roll de Stab you in the heart y un receso, aquí sí, hasta el punk-pop en Sugar youth. Suben el torno las reflexiones generacionales agridulces en Junkies on a high y Graffitia, destapando de esta forma el lado oscuro de la fiesta y mirando hacia atrás: «Éramos todos unos creyentes / Es el crimen perfecto». Reflejos de angustia sin drama, en una producción de Butch Walker (profesional sin manías: de Weezer a Taylor Swift) con la que Billie Joe Armstrong y compañía logran sonar juveniles sin dejar de ser maduros.