Justo cuando arrancaba la competición de la 70 edición de la Berlinale hace ahora 11 días, el presidente de su jurado, Jeremy Irons, concedió aquí una rueda de prensa en la que dio explicaciones y se disculpó por unas declaraciones misóginas y homófobas efectuadas en el pasado. Esta misma noche, justo cuando el palmarés del certamen ha sido anunciado, el actor británico quizá debería haber dado explicaciones, y quizá hasta haberse disculpado, por los criterios que él y el resto de jueces han seguido a la hora de repartirlos.

Resulta inevitable sospechar, de entrada, que el Oso de Oro a la Mejor Película concedido a 'There is No Evil' tiene que ver con la situación personal de su director, Mohammad Rasoulof, a quien el régimen de Irán condenó a un año de prisión en 2019 y que, aunque de momento la sentencia no se ha hecho efectiva, tiene prohibido viajar al extranjero.

La película es un ataque al uso y abuso que en su país se hace de la pena capital desde la perspectiva de quienes son obligados a ejercer de verdugos; y, si en sus primeros compases promete usar el contraste entre quienes deciden cumplir órdenes y quienes pagan un alto precio por negarse a hacerlo para explorar dilemas morales complejos, lo cierto es que la mayoría de sus segmentos se limitan a ofrecer variaciones cada vez menos convincentes de una idea más bien simple: es necesario oponer resistencia a los tiranos.

Vaya por delante que la ganadora del Gran Premio del Jurado, considerado el segundo en importancia, es una película magnífica. Tercer largometraje de la estadounidense Eliza Hittman, 'Never Rarely Sometimes Always' toca un tema absolutamente pertinente -la odisea que la mayoría de mujeres de la América de Trump tienen que experimentar para abortar- y lo hace de forma desgarradora sin necesidad de caer siquiera por un momento en el miserabilismo y funcionando en paralelo como conmovedora celebración de la solidaridad entre mujeres.

El único problema es que, hace menos de un mes, Hittman ya recogió el Premio Especial del Jurado en otro de los festivales más importantes del mundo, el de Sundance. Cierto que Irons y el resto de jueces no estaban obligados a tener eso en cuenta a la hora de confeccionar el palmarés pero, de haberlo hecho, tal vez alguna otra de las películas magníficas que este año han competido -'First Cow', de Kelly Reichardt, o 'Days', de Tsai Ming-liang, por ejemplo- no habría vuelto a casa con las manos vacías.

Elio Germano, mejor actor

En todo caso, sin duda el más absurdo de los galardones es el concedido en la categoría de Mejor Actor a Elio Germano, por su trabajo en 'Volevo Nascondermi'. En la piel del pintor naïf Antonio Ligabue, el actor italiano ofrece un recital ininterrumpido de rugidos, gruñidos, mugidos, berridos, alaridos, sonidos guturales, aspavientos, mohínes y demás alardes de histrionismo. ¿Es que, a estas alturas, un intérprete tan experimentado como Irons aún no sabe que actuar bien y actuar mucho casi nunca son lo mismo?

Mucho más acertada, eso sí, es la elección de Paula Beer como Mejor Actriz por su trabajo en 'Undine', de Christian Petzold. En la piel de un personaje procedente de la mitología germana que ya inspiró a Hans Christian Andersen en 'La sirenita', la alemana logra resultar inquietante, tierna, sensual y vulnerable a menudo en el transcurso de una misma escena; el galardón supone la culminación del imparable ascenso que Beer ha experimentado desde que irrumpió en la escena internacional en el centro de 'Frantz' (2016), de François Ozon.

En todo caso, quizá lo más positivo que puede decirse de este palmarés es que, gracias a él, Hong Sang-soo -uno de los autores más venerados del panorama fílmico actual- por fin obtiene el reconocimiento de uno de los tres grandes festivales cinematográficos internacionales. 'The Woman Who Ran', su 24 película, quizá carezca de la audacia conceptual y estructural de algunas de sus obras más celebradas, pero tampoco le hace falta para derrochar un encanto irresistible -reminiscente del director a quien Hong más a menudo es comparado, Éric Rohmer- y un certero humor basado en la mera observación.

Hay una última cosa buena que puede decirse de este reparto de premios: aunque sin duda discutible, no logrará empañar la buena imagen general ofrecida por la Berlinale a lo largo de la última semana y media. Sus nuevos directores, Carlo Chatrian y Mariette Rissenbeek, tenían el nada fácil objetivo de hacer olvidar el déficit de calidad y la falta de relevancia crecientes que el certamen venía aquejando en los últimos años, y lo han cumplido de forma rotunda. Su siguiente misión es mantenerse en el buen camino.