El río de la música en el que Raül Fernández lleva bregando desde hace más de 20 años le ha llevado desde el remoto hardcore melódico de Corn Flakes, a finales de los 90, a través del pop de autor de su vehículo personal Refree hasta echar raíces en la canción popular. Menudo viaje. Los géneros tradicionales representan ahora un desafío para el músico y productor barcelonés, dotado de un sexto sentido para las voces, femeninas en particular, como se deduce de sus visionarias alianzas con Sílvia Pérez Cruz, Rosalía y Rocío Márquez, a las que ahora hay que añadir la portuguesa Carolina Rodrigues, conocida para las artes como Lina.

Así como aquellas relaciones salieron de compartir un mismo entorno y de las amistades comunes, el vínculo con Lina lo sugirió la mánager de la cantante, Carmo Cruz, experimentada con artistas como Madredeus y Rodrigo Leão, que intuyó ahí un camino a explorar. El fruto es un álbum en el que Lina expresa su amor por el fado sacándolo de la vitrina y cambiándole el decorado y la relación con el mundo. La liturgia tradicional del género es sustituida por otra: no hay rastro de la guitarra portuguesa y las canciones son sustentadas por marejadas de teclados, en particular el armonio, los sintetizadores analógicos y el piano.

ZUMBIDOS Y ARMONÍAS / Hablar de fado electrónico sería impreciso, ya que se trata de un cruce de sonoridades: dominan las texturas cálidas y orgánicas, que pueden ser un tanto espectrales, a la manera de una Nico, y acercarse a un timbre de drone que haría feliz al último Scott Walker. Lina, que dispone de dos discos como fadista tradicional (a nombre de Carolina), es una cantante de formación clásica e imprime una caligrafía tan pulcra como conmovedora, y a su alrededor, la fotografía se mueve de un modo inquietante creando paisajes inéditos, con zumbidos sordos y vibraciones ululantes, pero también recurriendo a armonías recogidas y arpegios de piano sencillos y cálidos.

¿El repertorio? Canciones que en su día hizo suyas la gran dama del fado, Amália Rodrigues, y que hablan de pérdidas, añoranzas, miedos, fantasmas y viajes a no se sabe dónde; material con hasta seis o siete décadas de antigüedad que refleja un dolor del alma que cruza la barrera del tiempo.

DOLOR Y MUERTE / Un sentimiento y un dolor que pueden comprobarse en temas como Barco negro, un poema de 1954 en la que una mujer no quiere creerse que su amante, pescador, ya no vaya a volver del mar, presagio de la muerte simbolizado por una cruz sobre la roca.

Fado de muerte y fado trascendente, apuntando a la luz detrás de la tiniebla en Foi Deus y la piadosa Ave Maria Fadista. Y cerrando, el homenaje más explicito con Voz Amália de nós, una pieza grabada originalmente por el malogrado António Variações, la única del disco en que suena una guitarra (clásica), mostrando otro de los caminos sustanciosos que conducen directamente a Amália.