Malditas las ganas que tengo de escribir, otro año más, sobre la Muestra de las Artes Escénicas de Cáceres (MAE) para decir que vuelve a ser una insignificante feria del teatro regional, nacional y portugués. Una V edición de feria, inferior que las de años anteriores por sus limitaciones, que ha servido de poco a su pretencioso objetivo de querer «promocionar el teatro profesional» de todas las compañías participantes.

Una controvertida feria, paternalista (de las que parece que hay que hacer para dar de comer…), que no ha convencido a muchos de los artistas asistentes por su vacío estructural, máxime en la anormalidad que ha supuesto la escasa asistencia de programadores (los encuentros presenciales con estos no se pudieron realizar debidamente) y la falta de un público usual que mayormente fue excluido. En definitiva, un simulacro más de Muestra impuesta, de un elevado coste, que para algunos no se debió celebrar por su precariedad, inutilidad y bajísimo rendimiento cultural.

No obstante, algunos distribuidores (interesados por haber programado o vendido funciones para el evento) y compañías -no todas- que han representado sus espectáculos, han considerado «valiente» la realización de la Muestra en tan complicado y crítico momento que vive el sector cultural por la pandemia asesina. Siendo plausible la parte organizativa en el trato de intensivo y esmerado protocolo de seguridad sanitaria a los asistentes. Y además, porque en su restringida programación de 14 compañías (ocho de Extremadura, dos de Andalucía, una de Madrid, una de Castilla/León y una de Portugal), esta vez, se ha notado una mejorada calidad en los espectáculos.

Pero, este ligero alivio estético y atenciones dispensadas (que son verdad y de apreciar), para este crítico, que ha asistido a todas las Muestras celebradas en Extremadura, cuentan poco a la hora de valorar lo esencial del evento, que sigue fallando, convertido solamente en el paripé de esa pequeña feria de teatro, un simple evento con un planteamiento comercial erróneo que da lugar a oportunismos y especulaciones, sobre todo en lo competitivo entre las producciones de aquí y de otros lugares. Y por tal razón -desde mi trinchera teatral- tengo que seguir poniendo en tela de juicio la falta de orientación de los organizadores - Centro de Artes Escénicas y de Música (Cemart) y Asociación de Gestores de Extremadura (Aggex) y de sus sombras, sospechosas de intereses fraudulentos (de partidismos en el embrollado mercado teatral), que levantan cada año más desconfianza y hastío en solventes compañías de la región que, teniendo valiosos espectáculos, nunca o pocas veces han sido seleccionadas (de las 41 que optaron por participar solo fueron elegidas ocho).

Y más que nada, porque estos responsables reinciden aniquilando -con toda su maña recalcitrante- las posibilidades existentes de recuperar un modelo de Muestra que, además de la feria (que por razones de promoción y de presupuesto podría ser más prolongada y exclusiva para la participación de funciones extremeñas), pueda desarrollar paralelamente acciones y debates que sirvan para tratar los problemas y soluciones del teatro regional y sus perspectivas de definir y consolidar actividades provechosas como logro conjunto de los artistas y de las instituciones.

Insisto porque sería importante volver a pensar en el modelo de Muestra eficaz que necesitamos.

Hace tres años sugerí la prioridad de hacer un debate sobre el tema.

Y el año pasado denuncié lo nefasto que resultó que esta Muestra superase en número de producciones al evento más importante y antiguo que tenemos en Extremadura, el Festival Internacional de Teatro Contemporáneo de Badajoz, últimamente convertido en Muestra (con buenos espectáculos seleccionados pero abandonado de políticos culturales, artistas, espectadores y medios informativos), dándose con ello el error de tener dos eventos con características teatrales afines (sobre todo en su convocatoria de compañías de aquí y de fuera). Por lo que también sería necesario aclarar -con especialistas- lo que se debe entender hoy por un festival y por una muestra.

A estas alturas, después de cinco ediciones fracasadas (léanlo, si quieren, en mis comentarios de otros años), creo que esta Muestra necesita orearse y que entre aire fresco, ideas adecuadas a sus objetivos fundacionales y regeneración de procedimientos, estructuras y programaciones. En fin, un cambio que pueda significar el paso adelante del evento que lo coloque -como en otro tiempo- en un lugar preeminente de las Artes Escénicas extremeñas.

De los espectáculos representados (algunos solo se vieron fragmentos) tengo que decir que si bien hubo diferencias en la calidad todos fueron bien acogidos.

En los extremeños destacaron El rey del humo de Producciones Glauca, fascinante historia de personajes tragicómicos al límite sin miedo a la vida que les tocó vivir, dirigida por Gaspar de la Zaranda, con una soberbia actuación de José Antonio Lucia y Palabras encadenadas de Solomúsica, obra ingeniosa que analiza la condición humana de un psicópata en situaciones insólitas de juego de palabras con la víctima, donde están también magníficos David Gutiérrez y Beatriz Rico (obras a las que dedicaré un comentario aparte). Gustaron también El carro de los cómicos de Amarillo Producciones, obra que rememora a los antiguos comediantes que recorrían los pueblos, dirigida por Pedro A.

Penco, donde sorprendió el espléndido debut como actriz de su productora Gema González, de indudable donosura y muy a la altura de la veteranía de un reparto solvente: Rafa Núñez, Paca Velardiez, Francis Lucas y Juan C. Castillejo; Chucho teatro familiar de Filis Teatro, en la que Francis J. Quirós vuelve a deleitar interpretando, con su creatividad mímica, simpatía y espíritu juguetón, a un perro que vale para todo; 8 kilómetros en mula, singular exhibición de danza flamenca del bailaor/productor Álvaro Murillo sobre un tema de amor y muerte de inspiración lorquiana, montada en una tabla de 1 metro de largo y 25 centímetros de ancho; Comedia en negro de Suripanta Teatro, que ha bajado la guardia de su anterior teatro combativo, mostrando una curiosa pieza de personajes que actúan como si estuvieran en la oscuridad, acertadamente montada para el entretenimiento con resueltas e hilarantes interpretaciones, en las que destacan Eulalia Donoso y Simón Ferrero.

Más discretas estuvieron El veneno del teatro, de El desván Teatro, conocida obra que experimenta sobre la realidad y el juego dramático, ideado para el lucimiento de dos grandes actores -como lo fueron hace tiempo en Madrid Rodero y Galiana-, que una deficiente dirección artística de Domingo Cruz solo logra a medias con Francisco Blanco y Fermín Núñez (algo desajustado en algunos movimientos y falto de credibilidad en su imagen de marqués); y Fantasmas de agua de Teatrimazin Producciones, interesante relato monologado de una mujer árabe que lucha contra su destino, esperanzada de conseguir mejor vida en un nuevo mundo que idealizaba de niña, en la que Virginia Campón se expone como dramaturga, directora y actriz, colmada de entrega y tesón, haciendo ver que promete como artista, aunque le falte todavía rodaje.