En cada casa hay un cuatro y alguien que lo toca a la mínima provocación. En cualquier reunión con la familia o los amigos. Un vals, un joropo, una revuelta, un canto de trabajos, una fiesta, unas arepas, un pabellón criollo, algún licor, las cuerdas del cuatro sonando. Una serenata. El mestizaje ha dado músicas propias que cogen compases de aquí y de allí y que nacen en el campo, en las zonas rurales.

El cuatro se parece a la guitarra, pero no es una guitarra.

No sé si Pacho Flores lo toca. «El cuatro es nuestro cémbalo». Leo Rondón sí. Pacho Flores ganó el primer premio del Maurice André, que toma su nombre de uno de los mejores trompetistas de la historia.

Él compuso la pieza que van a escuchar esta tarde en Villanueva de la Serena, Cantos y revueltas. La música tradicional, el folclore, a veces se ha escuchado en las sinfónicas, pero siempre, dice Flores, «bajo un manto de arreglos. Intenté explotar una música que normalmente no se escucha en las salas de conciertos».

«Si analizamos el trabajo que ha hecho Pacho -dice Rondón- con la composición de Cantos y revueltas… Decidió (y qué bueno que lo decidió) incluir a nuestro instrumento nacional en una obra que, honestamente, como lo veo yo, solo con el nombre lo exige. Los cantos de trabajo son nuestras tonadas.

Es el momento en que el campesino le dice a la vaca lo que quiere y la vaca le escucha. Y ese momento de tradición y de intimidad es muy bonito».

Iban a estrenar con la OEx un concierto para fliscorno, pero las exigencias de la pandemia en cuanto al número de músicos lo impidieron. Un joropo no es una composición: son 300. Por ejemplo, están el zumba que zumba o la periquera, que es el golpe del joropo en tono mayor.

Mendelssohn recibió un consejo de su maestro una vez: «Tienes que irte a Italia, porque allí está la verdadera cuna de la música». Se llevó los cuadernos del viaje a Italia de Goethe, donde describe «cómo una muchacha bailaba la tarantela durante horas. Y ese 6 por 8 africano, que es común a todo el Mediterráneo, entra por el Estrecho, Málaga, Cádiz, y se va para La Habana. Es un ritmo absolutamente trasatlántico. Y ese 6 por 8 es lo que nutre la Sinfonía de Mendelssohn. Luego, ese ritmo se binariza y está emparentado con los fandangos».

Todo esto lo explica el director del concierto, Manuel Hernández Silva. Y que el vals vienés llega a Caracas en barco «y en las grandes haciendas de Caracas había un piano. Y tocaban los valses de Strauss. El pueblo lo escuchaba y lo que hacía era una binarización de ese ritmo ternario. Convertían el 3 por 4 vienés en otra cosa porque le metían un ritmo de tambor. Sin la música popular no hubieran existido Carmen o Las bodas de Fígaro». Conoce bien a la Orquesta: «Cuídenla, porque es un tesoro que hay que mantener y hay que apoyar». Ha tocado con ellos tres veces ya «y son músicos muy comprometidos».

Y a una le da vértigo saber cómo de imbrincados estamos todos, cómo se entrelazan los ritmos y cómo hemos ido separando: en Europa se hace arte; en África, artesanía; en Europa tenemos religiones; en África cultos supersticiosos; esto es música culta, esto es folclore, viene del pueblo y, por ende, es menor.

«¿Tú sabes qué relación tiene Bertold Brecht con el cuplé de la vaselina y el cuplé de la pulga?». Esto me lo preguntó un día, a bocajarro, Javier González Pereira (he declarado públicamente mi amor por él ya, ¿no?), saxofonista, presidente de la Sociedad Filarmónica de Badajoz y -esto es lo que nos interesa- integrante de Sonido Extremo, que toca este lunes en el teatro López de Ayala a las ocho de la tarde, dirigidos por Jordi Francés, como siempre, y con la soprano Isabella Gaudí. Van a representar temas de una ópera «cuyos personajes son delincuentes, mendigos, un policía corrupto, una prostituta, etc. Y de otra ópera que centra su atención en una vedette durante los luminosos años veinte cubanos y que recorríáteatrillos, cabarets, circos»... Pero también prometen sumergirnos «en el mundo de la contracultura liderada por mujeres de finales de siglo XIX y principios del XX».

Y una recuerda todo el poder de la música de golpe.

Hay una foto de Joseph Eid, de la agencia France Press, que nos muestra a Mohammed, un hombre de 70 años, que escucha música con su tocadiscos intacto; en su casa destruida por los bombardeos, en Alepo. Está sentado en la cama de su habitación, que no tiene paredes. Eid escribió: «Hay cosas que las bombas y los combates no pueden matar. Como Mohammed Anis y su determinación de vivir y empezar de nuevo en las ruinas que hoy son su ciudad natal, Alepo. Aunque su casa sea literalmente un montón de escombros. Aunque gran parte de lo que atesoraba -desde su querida colección de coches americanos de época hasta su fiel pipa- esté hoy destruido, destrozado, roto. Incluso si lo único que le rodea que aún funciona es un viejo tocadiscos que acciona a mano».

Ahora, Anis tendría 74 años y no sabemos si está vivo. Ojalá siga escuchando música. Ojalá viva en una casa con paredes. Lo dudo. Siria sigue en guerra.