Fern trabaja recolectando remolacha azucarera, haciendo sacos de arpillera y de plástico, reparte manoplas y participa en un centro de Logística de Amazon, en la cafetería de un sitio turístico, en un camping, fregando baños llenos de mierda hasta el techo (también las paredes, no solo lo de metal) y así lo hizo también Frances McDormand.

McDormand tiene 63 años, ha sido candidata siete veces a los Oscar (este año, puede ganar dos porque ha producido la película ‘Nomadland’) y lo ha conseguido dos. Ella es Fern. Ha trabajado con los hermanos Coen (está casada con Joel), con Alan Parker, Sam Raimi, Wes Anderson, Robert Altman, John Boorman, Lisa Cholodenko, Paolo Sorrentino, Gus Van Sant y Chloé Zhao.

Nadie la reconoció mientras trabajaba en lugares muy alejados de los focos, los rodajes, el teatro Kodak (ahora Dolby). «La gente pensaba que era una empleada más. Obviamente no trabajaba jornadas completas, pero sí intentábamos ser realistas en cuanto a las obligaciones y consecuencias de estos trabajos. Hemos querido reflejar el esfuerzo físico y las complicaciones para las personas entradas en años, pero también la alegría de trabajar y vivir en plena naturaleza como supervisora en un camping y la sensación de sentirse útil y de recibir un sueldo por realizar estos trabajos», dice en un reportaje de la revista ‘Traveler’.

Se puede hablar del desahucio desde muchos lugares. Desde la salud, el capitalismo, la belleza. También agradecer las demandas y los proyectos que han hecho que en muchas ciudades haya público para el cine en versión original y que las salas privadas lo programen. Lo programen y se llenen. Para los que, de tanto ver películas en su idioma, hemos perdido la costumbre del cine doblado (hay una costumbre aquí también: acentos, voces iguales, tonos) es un alivio escuchar la voz hermosa de Frances McDormand, la manera en que David Strathairn se ríe y se disculpa por querer un sitio fijo, lo naturales que son Linda May y Swankie y así.

En el cine de Mérida hay un cartel de ‘Dartacán’. Voy a ir fijo a ver ‘Dartacán’. Yo crecí, como muchos de los nacidos en los 70, pensando que Athos se llamaba Dogos. Luego leí a Dumas, me enamoré de Athos, me aprendí ‘La plaza Real’ de memoria, supe que se llama Place des Vosgues y, desde entonces, quiero ir.

-Aramis, romped esa espada.

Aramis vaciló.

-Es menester -dijo Athos.

Y en voz más alta y dulce, añadió:

-Lo mando.

Dumas cobraba por línea y he ahí una muestra de su maestría absoluta en las nobles artes de trabajar poco y cobrar más.

Aramis se llama Amis y le colgaban las orejas y Sherlock Holmes era un zorro (Sherlock no es de Claudio Biern Boyd) y estaban Ruy el pequeño Cid y el Osito Misha y David el gnomo con Carlos Varela (escuchen, por favor, un tema suyo que se titula ‘Guillermo Tell’) y gracias a esos dibujos animados conocimos que había reinas que ponían los cuernos a sus reyes y que unos herretes de diamantes pueden acabar con toda una forma de gobierno.

Eran otros tiempos.

Los periodistas hablamos, desde el llamado Viernes de Dolores, de todo lo que no vamos a poder hacer: «Hoy saldría la Soledad, hoy saldría el Cristo de la O, hoy saldría el Cristo Negro, hoy la Burrita, o la Borriquita, el Nareno, la Esperanza, el Cristo amarrado a la columna, la Carrerita, los empalaos».

Los empalaos salen en un libro que aún no se ha impreso, pero que están escribiendo Jorge Armestar (una fotografía también es un texto) y la antropóloga y periodista Israel J. Espino, que es esa mujer que lo mismo te habla de que algunas de nuestras leyendas tienen correlato en Centroeuropa que te cocina una fabada, una ensalada con coles de muchos colores o te presta el sofá para que llores un rato.

Se va a titular ‘Alma y memoria’ y han comenzado por las fiestas de Cáceres. Recogen diez. Armestar subraya: «Algunas se están perdiendo y son los vecinos quienes las recuperan y otras están muy afianzadas en el imaginario, pero… Pero Jarramplas no es solo una pelea de nabos: es mucho más».

Definen el libro como «una visión actual hacia eventos de otro tiempo que perviven con sus adaptaciones y con el esfuerzo de vecinos y vecinas que se aferran a un hecho cultural identitario que los aglutina como comunidad» y han abierto un micromecenazgo (algún día estas cosas desgravarán. Espero) en la página web Verkami. Siguen diciendo que el libro recoge «un testimonio gráfico que pone énfasis en aquello que no se percibe a simple vista: herencia, amor, cuidado, peligro, hermandad, silencio, fragilidad, complicidad, unión…». Eso lo hará Armestar. Israel J. Espino se dedica a contar de dónde vienen las fiestas: cuál es su universo pagano o cristiano (o la mixtura), «la tradición oral que se está perdiendo, la búsqueda de un pasado para dar sentido al presente».

Ella me mostró cuánta producción cultural puede tener un territorio pequeño. Y con ella vi murciélagos en Fuentes de León. A casi nadie le gusta, pero es uno de mis animales favoritos.

Y, sobre todo, gracias a ella comprendo mejor esta tierra nuestra llena de alma y de memoria.