Lo digo todos los años, pero no está de más repetirlo: este texto se escribe antes de ver la obra, aunque ustedes lo vean el jueves: así funciona la edición de un periódico. Se escribe el día anterior. Luego andas temiendo tener una contusión y que en el hospital te pregunten por la fecha, porque la vas a trastocar, pero eso son los riesgos de nuestra profesión en España: en otros países te matan, directamente. No por escribir antes. 

Pero me estoy desviando, como hace El Brujo. 

Porque vamos a hablar del Brujo.

Lo primero que hay que saber es que la gente no va a ver ‘Los dioses y Dios’, lo mismo que no va a ver ‘Dos tablas y una pasión’ o ‘Lazarillo de Tormes’ o ‘Esquilo’ o ‘El asno de oro’. De hecho, en el estreno de ‘El asno de oro’, eran las dos y pico de la mañana y todavía el protagonista no había transmutado en burro. Son las cosas de Rafael Álvarez que, el día del ensayo, habló, por ejemplo, de ‘El Quijote’ y de ‘Esperando a Godot’ de Samuel Beckett, porque esperaban a Dios pero no esperaban a Dios, porque si Beckett hubiera querido decir Dios, en lugar de Godot, lo hubiera dicho. 

Beckett no contaba con las interpretaciones aberrantes. Cuando Gregorio Samsa despertó... y alguien dice: «Yo pienso que lo que quiere decir Kafka es...». No, guapi, Gregorio Samsa se convierte en un coleóptero, pienses tú lo que pienses. Con las patitas en alto, el pobre.

Mientras escribo esto leo a mi compañera Sherezade Mateos, actriz aficionada, periodista, inteligentemente creativa, divertida y muy buena persona (que es, a estas alturas, lo único que me importa de la gente), que cita: «Antes de actuar tenemos una idea. Pero antes de la idea, hay un espacio: el espacio donde lo conocido y lo desconocido se encuentran. Es incierto, desestructurado y abierto. Ahí es donde nos damos cuenta de que la realidad es relativa, de que podemos cambiar lo que es real, y entonces podemos lanzar una mirada a lo que vendrá». Lo dijo el artista danés Olafur Eliasson, del que podemos ver obras en el Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear. Y ella añade: «Formamos parte del mundo y por estar en este espacio tenemos una responsabilidad». 

Al final, el arte, el teatro, la música, son creaciones para el otro. El periodismo también, en cierta medida. Todas estas disciplinas conforman, crean, distorsionan la realidad. 

Hablemos de Anfitrión. 

Anfitrión (eran otros tiempos) quiere quemar a Alcmena, su mujer (su mujer fiel, por cierto) porque Júpiter la ha seducido. Júpiter la seduce porque toma la forma de Anfitrión y Alcmena se cree que se está acostando con su marido. Pero Anfitrión la quiere quemar igual: no vamos a meternos con un dios pudiendo culpar a la mujer de todos los males, pensó, la criatura. 

Nos legó una palabra que designa a quien nos abre las puertas de su casa y nos ofrece comida y cuidados, pero a ver, con Alcmena no fue tan dadivoso.

También nos dio a Sosias. Sosias es otra palabra, además de ser un personaje. Los epónimos son divertidos: kafkiano, orwelliano, rocambolesco, pantalón (sí, pantalón); odisea, maquiavélico, narcisista, celestina, donjuán... Son muchos los ejemplos, pero Sosias es uno de los que más nos gusta.

Porque siempre, nos dicen, tenemos un doble en alguna parte. 

El Brujo quiere reflexionar sobre los dioses, de los que no sabemos dónde están ni por qué «entablaron siempre relaciones sexuales con las criaturas mortales de la tierra» y sobre dónde está Dios, «el mejor de todos los dioses» (diferimos: digo yo que a cada cual le parecerá mejor el suyo) y «por qué no aparece ya en las catástrofes ni en las grandes tragedias» (lo que no sé es si alguna vez apareció, habida cuenta de que es omnipotente y omnisciente y de que el libre albedrío no existe).

Rafael Álvarez El Brujo cuenta una historia que se entremezcla con el resto de las historias que ha representado y salta de un tema a otro y habla de la naturaleza, de escribir, de leer, de la importancia de la palabra, de Anfitrión, Mercurio, Júpiter y Sosias (Alcmena cuenta menos) y de Fernando Simón o la pandemia con la ayuda de Javier Alejano, su músico desde hace años, que te explica que el Brujo improvisa menos de lo que parece... pero que, cuando lo hace, él se siente con la libertad de improvisar también: «Y, entonces, toco algo. O no toco».

Qué hermoso es conocerse. 

A su público le pasa igual. Saben los chascarrillos, las revueltas, las piruetas, los gestos exactos para imitar a las mujeres y a los niños, los movimientos de brazos y los giros de muñeca

«Apareció un hombre. Venía de allá, del fondo -nos dice en la obra-, de las profundidades del bosque, como si viviera a la vez en muchos mundos diferentes. El hombre caminaba en silencio. Y vio a un niño y el niño tenía sed y se inclinó para beber en las aguas de un río. Ustedes, el público, ustedes son el niño. El hombre es el actor: es el hombre que viene de las profundidades del bosque. El bosque es el misterio de la existencia. El río es el lenguaje, el relato, el teatro, la conciencia»

Y así comienza la historia. No sabemos a dónde nos llevará.