He leído dos críticas, porque la obra se estrenó en Almagro, que se quejan de que la propuesta de José Carlos Plaza tenga humor y dudan de si ese humor está en el drama original o es un añadido. Ahí dejé de leer, porque ya en la segunda escena de ‘Antonio y Cleopatra’, Carmia, Charmia o Carminia, según las traducciones, te hace cloquear y releerla: qué divertida es, qué inteligente, qué relación más hermosa tienen ellas dos. Como la de Enobarbo (qué de pueblo es Enobarbo) y Antonio. Qué manera de mostrar la traición, la culpa, la generosidad del general, las decisiones políticas: «No estoy casado», dice Antonio. Y se casa con Octavia, también entre dos mundos: entre el mundo de su hermano, César (Octavio, no Julio, ojo) y el de su marido. Los dos triunviros junto a Lépido, las tres ramas de olivo sobre las que descansa el mundo.

Ah, pero el mundo es Occidente y, acaso por primera vez en la historia, se narra en la ficción el choque de dos civilizaciones. «Estaba con ánimo alegre, pero le asaltó un pensamiento romano», dice Cleopatra de Antonio. Porque Roma es la razón y Egipto es el goce, la sensualidad, el disfrute de los sentidos. 

«Dice Harold Bloom algo con lo que no estoy del todo de acuerdo: que es un personaje que va a su derrota, a su ocaso. Pero es que en este ocaso es donde está su triunfo, porque es abrir la puerta a otra dimensión: Se lo digo a Cleopatra: ‘Tienes que encontrar nuevos y cielos y tierra’». Me lo cuenta Lluís Homar cuando le pregunto qué diferencia hay entre este Antonio y el Marco Antonio de «Friends, Romans, countrymen, lend me your ears; I come to bury Caesar, not to praise him».

«Es curioso, porque siendo el mismo autor, uno piensa a veces que no es el mismo personaje. El Antonio de ‘Julio César’ es un Antonio de viaje de ida y el de ‘Antonio y Cleopatra’ es de viaje de vuelta. Es un personaje que está vislumbrando el acabar de su vida. Como le dice a Cleopatra al final, «Alimenta tus días con el recuerdo de cuando fui el más grande y noble príncipe del mundo». 

Lloró como un crío cuando César murió. 

Y se enfrentará, por tierra y por mar (y qué funendo será el mar) a César, a Pompeyo. Ya lo vaticina él al principio de la obra: «10.000 desventuras se incuban en esta inercia mía» (cito de la traducción de Jenaro Talens: la de Vicente Molina Foix se publicará en breve): en esa inercia de estar con Cleopatra, de amarla. 

Creo que Shakespeare se moja: lo masculino no puede existir sin lo femenino. Defiende que, si estas dos vertientes no están unidas, resulta un mundo poco interesante.

Cleopatra es uno de los tres grandes personajes shakespearianos, dice José Carlos Plaza, que dirige la obra, y cita: «Falstaff, Hamlet y Cleopatra». Yo adoro, además, a Ofelia y a Tamora. 

Es Shakespeare.

Y Shakespeare es ese señor que te hace detenerte en la cuarta frase del primer parlamento que lees y pensarla una y otra vez y buscar los mil significados de la palabra «strumpet», porque a Cleopatra la llaman puta de todas las maneras posibles: coima, ramera, casquivana, meretriz, cortesana, furcia, buscona. Una mujer con poder y sensualidad, que ama a quien quiere (y a hombres poderosos, como Julio César) y hace lo que quiere, ya saben, siempre es una puta.

En eso no hemos cambiado nada.

Ya produce desazón que los clásicos nos lean tan bien.

Pero yo decía que Shakespeare es ese señor que hace decir a Hamlet: «Go to a nunnery». Nunnery significa, a la vez, convento y prostíbulo. En el siglo XVI se usó «nunnery» por primera vez asimilándola a «brothel». Por eso Antonio Gala escribió: «Ya lo dijo Shakespeare. Posiblemente dijera lo contrario también: Shakespeare lo dijo todo».

Y por eso hay que verlo, porque se escribió para ser visto, el teatro es el lugar del que se ve. Pero también hay que leerlo (con Ángel Luis Pujante a la cabeza, si buscan traducciones; si lo quieren en inglés, la editorial Arden es la mejor y, si se inician «The New Oxford Shakespeare», ambas anotadas, porque ahora, si quieren saber el significado de «nunnery», solo encontrarán el de las monjas y, a ver, se pierde uno la mitad).

Cómo es posible que este hombre fuera tan genial (y qué hemos hecho con nuestras vidas, añadimos). Y que nos explique el mundo de una manera tan concisa, y a cada uno de nosotros, individualmente, de manera que nos asalte el asombro y creamos que podemos ser más hondos de lo que quizá somos y más sabios: al menos durante el tiempo en que estamos pensando en esa precisa palabra que escribió un señor hace varios siglos en sus tragedias, sus comedias y sus dramas históricos.

«Lo que nuestro desprecio suele arrojar de nuestro lado, cuando falta deseamos que siguiera siendo nuestro». «Con el tiempo se odia lo que tememos demasiado».

Y en medio, todas esas carcajadas. Qué maravilla reírte con lo que te eleva.

A Shakespeare hay que verlo (en Mérida estará hasta el domingo), aunque luego le leamos. Otros autores, otros actores y actrices y escenógrafos y directores y dramaturgos nos dan distinas visiones de alguien que no se agota nunca. 

Y así será por los siglos de los siglos.