El día del ensayo, vimos a tres señores, dos hombres, uno de ellos muy joven, muy guapo, y una mujer, vestidos con túnicas bordadas, de telas ligeras, con fajines y capas con caperuzas de las que caen encima de la cabeza formando un triángulo perfecto y transforman a cualquier persona en un personaje gallardo, con presencia, capaz de pergeñar todas las tramas

Me acerqué, para admirar el vestuario, porque adoro el trabajo de Rafael Garrigós, su sensibilidad, su buen hacer, su reconocimiento a las modistas de mi tierra y a los artesanos de mi tierra, porque eso, señores, también es sostenibilidad y también es compromiso.

-Somos figurantes-me dijo el joven-: verás cuando aparezcan los dioses.

Los periodistas nos situamos arriba, donde están las mesas de sonido. A mí la presbicia me impide ver algo más que formas moviéndose por acá y por acullá, pero para eso tengo las fotografías de Charly Morlock (es decir, de José María Monge), de Diego Casillas o de Jero Morales: para asombrarme por los matices. 

Subieron a verme Diego Ramos y Javier Herrera, que está en las dos producciones extremeñas y no da abasto ninguno. Bendito no dar abasto, después del año y pico que llevamos.

Diego Ramos lo hace todo bien. Actuar, bailar, diseñar vestuario, diseñar escenografías: «No, esto no cabe en ningún teatro. Si hay gira, esto hay que adaptarlo». «Esto» son varias tarimas en forma de círculos y elipsis porque la astronomía le debe mucho a Hipatia. «Y ¿cómo es posible que una simple pluma que arrojamos al suelo caiga sin remisión y ellos, esos cuerpos celestes, permanezcan flotando y sin desprenderse? ¿No serán los dioses responsables de este fenómenos? Porque no se me ocurre nada que pueda suplir esta intervención», dice la filósofa, hablando con su padre, en palabras de Miguel Murillo. 

Francis Lucas, haciendo del loco de Cirene, nos interpela también, portando la cruz. Daniel Holguín, que es Orestes, la principal autoridad de Alejandría, que gozaba del favor de Hipatia, dice que por fin se ha quitado la espina de actuar en el teatro romano de Mérida, siendo extremeño y con 42 años. 

Siendo extremeño. 

Esta gente es de aquí, de la tierra que alberga este teatro romano y entonces sabes que no van a pensar en la gira: cuando salgan fuera ya verán. Pero la obra nace para Mérida. «Para Mérida»: no «en Mérida», que son cosas muy distintas. Este espacio tiene unas exigencias muy particulares y peligros muy particulares también (el riesgo de querer llenarlo tanto que te pierdas, las transiciones largas entre escenas, los tempos; el ritmo, que ha de ser muy sostenido). Pedro Antonio Penco, el director, indicó a su equipo: «Mérida necesita que te expandas como actor: que seas tan grande (que no lo vas a ser nunca) como el espacio que tienes detrás. Que lo intentes, por lo menos, para que, verdaderamente, el público se sienta atraído por lo que tú haces y no solo por el espacio».

Esta gente da, digo, la casualidad de que es extremeña. Pero Diego Ramos sería un magnífico escenógrafo en Madrid, Fran Cordero contaría con la luz igual en Barcelona, Cristina Silveira movería un coro con la mirada igual en la Villa y Corte.

Muchas de las mejores obras que he visto en ese lugar eran extremeñas: ‘El cerco de Numancia’, ‘Áyax’, ‘Edipo Rey’, ‘Los Gemelos’. Fuera de ese escenario, también. Me gusta que en mi tierra haya una red de compañías que pueden hacer eso: teatro. 

Me gusta menos que los cachés sean menores y que, como no hay grandes nombres, no vayan luego fuera con las alfombras rojas (en forma de llenos y de días y días actuando) que merecen.

Porque, al final, si hablamos de teatro, a mí me da igual que salgas en la tele, que seas famoso, que hayas nacido aquí o allá. Sigo oyendo: «Pero esta obra es extremeña, ¿no?». Pero. Y me llevan los demonios. 

Porque algunas de las peores obras que he visto en ese teatro (y fuera) eran nacionales. Con grandes nombres. Con primeras figuras.

Así que, sí, llega Hipatia, que es extremeña (de De Amarillo Producciones, de Gema González, que un día se lió la manta a la cabeza y se puso a montar obras buenísimas) y tú estás ahí, en el ensayo, y escuchas a Paula Iwasaki, a Daniel Holguín, a Alberto Iglesias, a Juan Carlos Castillejo (este señor es de Cuenca, pero todos hemos pasado años pensando, y diciendo, que es extremeño y de esa colina no nos bajamos).

E Hipatia cuenta una historia de fanatismo que podríamos extrapolar hoy a las de Samuel, Isaac o las amenazas de ‘El Jueves’. 

José María Blázquez Martínez, de la Real Academia de la Historia, escribió: «Hipatia sobrepasó en cultura a los filósofos de su tiempo. Fue profesora de filosofía, maestra de Sinesio de Cirene, el gran neoplatónico cristiano que guardó toda su vida un inmejorable recuerdo de ella, respetada y admirada por todo el mundo. Era muy libre de palabra».

Qué maravilla, ¿no? Poder ver, en un escenario, en este escenario, a una mujer muy libre de palabra, a la que buscaban de otras ciudades para aprender a pensar con ella, y a esos hombres a los que no les importaba que fuera mujer.