Bartolomé Collado Jiménez, conocido por muchos en la esfera cultural pacense como un poeta rebelde, nos ha dejado a los 96 años sin que nadie de ese mundillo suyo de creadores se haya enterado. Según su hijo, Francisco, el funeral se hizo sólo para los familiares más íntimos. Como se sabe, este tiempo de pandemia ha alterado la atención de la muerte que no da lugar para sepelios profusos donde se pueda despedir a los amigos queridos.
A Collado lo conocí en los años 80, cuando publicaba sus primeros versos en la revista sabatina Seis y Siete del periódico HOY (donde yo igualmente escribía en otra columna dedicada al teatro). Desde entonces, fue mi mejor amigo contertuliano -casi a diario- al que admiraba y reconocía como diferenciado escritor en asiduas actividades culturales, de tertulias y recitales, que se celebraban en Badajoz. Sobre todo, en las del Gran Café Victoria (’Ateneo singular’ de una variopinta y plural generación de poetas, según calificó el cronista municipal Alberto González Rodríguez).
En aquellas benditas tertulias -que algunos llamaron ‘las tertulias malditas’ de Collado/Villafaina-, concurridas de heterogéneos intelectuales, he sido testigo de la gran producción literaria de Collado, de gran variedad poética. Porque aparte de los cientos de sonetos por los que fue conocido en varios medios (muchos publicados diariamente en EL PERIODICO EXTREMADURA en la época de Pepe Higuero), creados desde la observación perspicaz, con sorprendente crítica quevedesca y coraje cívico, también destacaba su producción de versos libres y narraciones donde adquiría resonancias hasta extremos sublimes.
Para mí, Collado ha sido el mejor poeta extremeño contemporáneo de lengua afilada y hábil sentido de la ironía, ridiculizando ferozmente lo que decidía combatir. Un poeta de versos que han respondido a una dialéctica visión testimonial de nuestra época desde la transición democrática. Un poeta cuyas opiniones políticas y culturales y los pocos remilgos con que las ha expresado, seguro de su propia verdad, le han ganado popularidad y fobia por igual. Pero un excelente poeta que lo mismo ha enjuiciado a un escritor, a un obispo o a un presidente de gobierno.
De Collado, hombre complejo como persona por su vehemencia expresiva, siempre tuve confianza en su gran calidad poética. Hasta el punto de poder escribir conjuntamente un ‘Auto de Navidad’. Algo que hicimos en la década de los 90 -respondiendo con el noble ejercicio de la cultura a ciertas manipulaciones políticas municipales- logrando hasta la bendición del mismísimo Vaticano (el cardenal Paul Poupard, presidente del Pontificiun Consiliun de Cultura dijo: «He apreciado sinceramente este trabajo que es expresión genuina de la síntesis de la fe y la cultura del pueblo español. En la obra, el ritmo fresco y acompasado de contenido bíblico conjuga admirablemente piedad y expresión literaria»).
De aquellos años, de intensa actividad cultural, recuerdo dos homenajes que los poetas extremeños organizaron a Collado por ser el poeta de más edad en activo de Badajoz. En ellos, se montaron animados recitales donde el escritor fue retratado -en su personalidad y por la calidad poética- con expresiva declamación de los vates participantes. De él dijo el mencionado cronista municipal: «Caballero de magra encarnadura / encurtido y reseco cual Quijote / su única armadura es el bigote / y su escudo y su lanza la escritura / En su andar de quimera y aventura / no hay gigante ni molino que no azote / vizcaíno o león que no derrote / ni Merlín que detenga su andadura».
Por mi parte, le dediqué un breve recital teatral del ‘Auto de Navidad’, interpretado por las actrices María L. Borruel y Meme Barrientos. Respondiéndome Collado con un poema: ‘A Villafaina, mi amigo’, en el que entre otras cosas decía: “Somos distintos en tierras de ideales / pero sabiendo entretejer lo que desune / buscamos con ingenio lo que une / y en humana condición somos cabales / Caminamos los dos por un sendero / que no admite la burda pleitesía / tú en el teatro agrandas tu lindero / y yo hago lo mismo mimando a la poesía».
Querido vate Collado, tu ausencia me entristece, pero tu recuerdo me hará sonreír por tantos momentos alegres que compartimos y que siempre vivirán en mi memoria. Yo, Bartolomé, agradezco tu amistad de siempre, deseándote que el Señor, causa suprema de todas las causas, te conceda el descanso eterno en el Parnaso de las Musas, donde brille -junto a los laureados que allí habiten- la luz perpetua de tu hálito poético.