Nunca habíamos llorado en una rueda de prensa. Los actores sí, los actores lloran un montón en cuanto se acuerdan de cómo les llamaron, del preciso momento en que le dijeron «Mérida» y de qué hacían. Los periodistas normalmente no lloramos. Pero Luis Luque dijo: «Quiero darle las gracias a Alejo Sauras, porque ha hecho, está haciendo, va a hacer un trabajo maravilloso. Va a sorprender a todos la capacidad dramática que tiene este hombre. Su humildad a la hora de enfrentarse a este texto es conmovedora. Un gran actor siempre crece a través de la humildad. Los artistas tenemos mucho ego, pero él lo tiene muy escondido y solamente nos ha ofrecido su corazón y su compromiso. No sabes lo que te voy a agradecer yo, a lo largo de mi carrera, este trabajo que has hecho, porque has querido crecer, has querido ir más allá. Eres un actorazo: estoy muy orgulloso de ti. Va a sorprender tu trabajo y creo que va a sorprender, sobre todo, tu corazón».

Y luego, siguió: «A mí me da mucha rabia esto de ‘actores televisivos’. Por supuesto: la dignidad y el respeto a los actores que trabajan -y remacha-: en el medio que pueden. Es muy difícil trabajar y hacer una carrera en este país. Y la gente que viene, o que se ha formado, o que ha empezado en la televisión me merece todo su respeto a la hora de dar un paso más, de crecer como artistas, de crecer como hombres».

Nunca habíamos llorado en una rueda de prensa y lloramos. Cuando habló Luque y cuando habló Jiaying Li, que también lloró mucho, con ese acento chino tan hermoso: «¿Edipo? ¿Teatro español? ¿Yo? (...) Hemos trabajado mucho en esta obra y hemos ofrecido nuestro corazón y es una obra llena de códigos, de poesía, de magias». 

Luego les vimos. Vimos a Juan Gómez-Cornejo trabajando las luces, con la ayuda de Pilar Valdevira. Escuchamos la música de Mariano Marín, tan envolvente. Abrimos mucho los ojos ante la estructura que ha imaginado la escenógrafa Monica Boromello (que, sí, tapa el frente escénico y no, no nos importa) y que se transforma en la Vía Láctea y se transforma en el universo y en el centro del universo y en el horror de los enigmas que se resuelven y en la nada, porque Boromello y Gómez-Cornejo hacen estas cosas. Qué buenos son los dos. Qué lujo verles trabajar, qué maestría para que los volúmenes y las sombras jueguen a favor de unos personajes y de una historia.

Dirige Luis Luque. 

De Luis sé que habrá trabajo y habrá honestidad y búsqueda del mensaje y la belleza. Es el punto de partida que exijo, porque el conocimiento lo presupongo. 

Pero ves a Julia Rubio interpretando a la esfinge y dices: co-pón-ben-di-to. Ves a Alejandro Linares y a Andrés Picazo, completamente disciplinados, sin pasarse un centímetro del lugar que habitan y piensas: ojalá fueran así todos. Escuchas hablar en chino mandarín y en ruso y en árabe y recuerdas la belleza de los idiomas que explican todos los mundos posibles y ves los subtítulos, matarás a tu padre y yacerás con tu madre y aparece Yelmo, qué personaje tan bonito, Yelmo, qué presencia Jonás Alonso en ese escenario, y se te cae la boca a los pies y ojalá, deseas, ojalá todos ellos (Jonás Alonso, Julia Rubio, Mina El Hammani, Álvaro de Juan, Jiaying Li, Alejandro Linares, Andrés Picazo)... ojalá todos ellos, decía, puedan construir carreras sólidas, porque pocas veces notamos tanto ese compromiso con el propio trabajo en un pase de prensa. Esa ritualidad.

Escribe Paco Bezerra. La comenzó como un western: qué quieren, el chaval es almeriense, tiene el desierto dentro. 

Mina El Hammani y Alejo Sauras, en un momento de la representación. EFE / JERO MORALES

Y toda esa tristeza azul en la voz de Alejo Sauras.

Qué exacto, Alejo Sauras.

Edipo tiene muchos peligros interpretativos. Hemos visto a Edipos gritones, a Edipos llorones, a Edipos hieráticos, a actores que se comieron a Edipo de tal forma que a Edipo no se le veía por ninguna parte... y, por supuesto, también hemos visto a las columnas del teatro romano caerse sobre muchos de ellos. Algunos, actores de gran renombre. Sí: ocurre muchas veces, Mérida es así, pero a veces suena la flauta y aparece José Vicente Moirón y le abrazas y le dices, palabras textuales, «eres el mejor Edipo que he visto en este puto escenario» y ves a Alejo Sauras y sabes que no le vas a abrazar, porque no le conoces de nada, y que posiblemente ni hables con él tras la función, porque tú no hablas con nadie tras la función, pero ojalá lo sepa también. 

Qué Edipo tan bello. 

Sí, juzgamos con tres escenas, todo este artículo se construye sobre los mimbres frágiles de tres escenas, pero había lágrima en la voz y desespero y miedo y mucha duda (porqueEdipo es un hombre que duda) y estaba allí toda la videoescena maravillosa que ha creado Bruno Praena, que no le tapaba, que no tapaba a ninguno, y te descubres viendo a Edipo y no al actor que has entrevistado el día antes y que te ha contado que no ha habido sufrimiento y que es la primera vez que ocurre y eso es hermoso: que te cuenten la historia de otro Edipo.

Y que veas, por fin, a Edipo.

Sin ojos.

A través de las llamas.

Con todas las preguntas posibles. 

Si yo no soy yo, ¿quién soy?