La historia cuenta que, cuando Pablo tenía poco más de 20 años (o poco menos, quién sabe), fue a ver una película al López de Ayala, se sentó al lado de José María Núñez, el presidente de Fundación Triángulo (ahora es su presidente nacional) y él le preguntó si quería dirigir el FanCineGay. En Badajoz arrancaban los carteles, lo han contado muchas veces: pensaban que era un festival de películas porno. 

Quizá no fuera esto lo que ocurrió: lo escuché una vez en una de las galas de clausura, pero los recuerdos se van reescribiendo, de manera que todo parecido con la realidad puede ser pura coincidencia. De hecho, Josemari me cuenta luego la historia real. Me gusta más esta, aunque sea mentira. El año que viene, eso sí es verdad, el Festival de Cine Gay y Lésbico de Extremadura cumple 25 y lo mismo me pongo a escribir su historia: en este cuarto de siglo, todo ha mejorado mucho y algunas cosas están volviendo atrás.

Pablo es Pablo Cantero, vicepresidente de Fundación Triángulo Extremadura, director del FanCineGay, sexólogo, terapeuta ocupacional, periodista frustrado (qué buen periodista se ha perdido el mundo, qué bien escribe Pablo, qué exacto es y cómo va tejiendo) y una de las dos o tres personas de las que me fío (no, no son muchas) cuando me recomiendan libros o películas. 

Y en torno a ese festival han pasado algunas de las mejores (y también de las peores) cosas de mi vida. El día de su gala de clausura es tan importante (tan importante para una vida pequeña) que ahí se acaba el año. Y, como se acaba el año, en 2020, que no hubo fiesta, el director de la gala, Javier Herrera, José María Núñez, Diego Corral y yo nos fuimos a comer. Al Voodoo de Badajoz. 

Soy socia de Fundación Triángulo. También soy socia del cine club Fórum de Mérida, que organiza el Festival de Cine Inédito: de hecho, aquí estoy en la junta directiva. Lo digo por lo del conflicto de intereses, pero, a ver, en ninguna me pagan. Y tampoco hay conflicto de intereses en sentido estricto, pero a mí me gusta ser clara. 

Me hice socia cuando las terfas comenzaron a atacar. Las terfas son mujeres que dicen de sí mismas que son feministas radicales transexcluyentes, que salen en una manifestación portando pancartas con mensajes de odio y que proclaman cosas que no voy a reproducir porque una es decente, para empezar, y quiere que sus artículos sean espacios seguros. 

Como la mirada y la voz de Pablo.

Como los abrazos de Josemari. 

Como los paseos en coche con Javi.

Como el escenario de la Sala Azul del palacio de congresos de Badajoz, que es mi casa. 

Como una sala de cine en la que, de pronto, hay una historia sobre lo difícil que es salir del armario en el mundo rural cuando eres mujer, sobre lo complicado que es si eres hombre y se te asocian determinados modos porque tienes determinadas profesiones, sobre cómo es ser gay en China (un amigo me dijo una vez: «Cuando veas a chinos solos en Europa, ten por seguro que, al menos en un 90%, son gays»), algo que vamos a poder averiguar viendo ‘Suk Suk’ o en una aldea de cualquier país de África o una historia sobre el relato de algunos problemas que podemos vivir: una madre y su hija trans, que se mudan pero necesitan la firma del otro progenitor para poder cambiarse el nombre, como en ‘Valentina’, uno de los largos que vamos a poder ver... o el modo en que las personas a las que sus familias desahuciaron construyen otras sociedades, otros modos de relacionarse, como nos cuenta el documental ‘Sedimentos’, de Adrián Silvestre.

Hay muchas películas que hablan de ser trans, de las dificultades de ser trans, de las dificultades de ser lesbiana en países donde va triunfando la ultraderecha. Se hacen más y se narran más realidades: hace mucho que dejaron de ser los conflictuados de las historias, los reprimidos enfermos mentales objetos de morbo. Como escribió no recuerdo bien en Twitter hace poco: «Ay, qué ganitas de ver una película en lo que lo importante del personaje de un chico gay no es que sea gay».

Pero existen vidas cuya sola supervivencia ya implica un activismo. Su estar-en-el-mundo está mediado por la violencia, para empezar (ha habido varias manifestaciones homófobas y tránsfobas en Madrid en los últimos tiempos y las agresiones han subido). El insulto atraviesa las vivencias: quién me va a querer si soy un bicho raro; quizá el amor que siento no es normal; cómo demonios cuento yo esto en casa. 

En materia de derechos humanos, no se puede no tomar partido: de hecho, me temo que es necesario ser activista y serlo, además, con contundencia. Por eso miro las propuestas de películas que ha elegido el equipo del FanCineGay y siento orgullo, porque los posicionamientos políticos contundentes a mí me enorgullecen y me dan ganas de sacar la bandera arcoiris y la rosa, azul y blanca por las calles todo el mes y todo el año. Por ejemplo, habrá un ciclo de delitos de odio en este FanCineGay que va a llegar a más localidades que nunca, a treinta nada menos. Y presentaciones de películas, de libros, actividades paralelas y el convencimiento de que, quizá, la gente que está en una sala de cine, viendo por primera vez unas historias, puede cambiar el mundo.