Una de las dedicatorias más bonitas que me han hecho en la vida me la escribió Antonio Manuel (Almodóvar del Río, Córdoba, 1968) cuando me regaló su último poemario, Daño. Una obra con la que se ponía manos a la obra en ese arduo trabajo que es, el de aportar nuevas letras y cantes al flamenco sin perder de vista el componente social. Un libro maravilloso que se presenta con el detalle, tan bonito, de llamar ‘zaguán’ al prólogo que, además, firma la delicada fuerza de la cantaora Rocío Márquez. Otra artista empeñada en actualizar el flamenco, y a la que con el tiempo habrá que agradecerle el esfuerzo de ir contracorriente. 

Hoy hablamos de otro proyecto de Antonio Manuel, A Palos. Un disco valiente que ha salido adelante gracias al crowdfunding y que comparte con el cantaor, José Mari Cala, y el guitarrista, Carlos Llave. En su debut con Soleá de los pájaros sin alas ya se dejaba clara la intención del trío de «recuperar la vertiente social del flamenco, a imagen y semejanza de lo que hicieron Moreno Galván, Gerena, o El Cabrero» aunando, como aseguran, «reivindicación social y vanguardia en el flamenco». ¿Alguien duda de que no lo hayan conseguido? Atentos a iniciativas culturales como ésta sino queremos que el flamenco, su presente y futuro, no acaben dando ‘palos de ciego’. ¡Vamos a escuchar!, y ahora, pasen y lean.

‘A Palos’, es más que necesario, ¿no es así?

Antonio Manuel: Cuando Elena Bermúdez, compañera y alma poética del Cabrero, escuchó A Palos me dijo: «estas letras que escribes son de extrema de necesidad». A mi juicio, denunciar las injusticias sociales que están ocurriendo ante nuestros ojos debería ser una cuestión de extrema necesidad en cualquier expresión artística. Porque guardar silencio mientras la brecha entre poderosos y vulnerables se abre como acantilados es convertirse en cómplice. Si existe un arte que represente la voz del pueblo más marginado, sin duda, es el flamenco. Y creo que es infinitamente más vanguardista cantar contra la violencia machista respetando la ortodoxia flamenca que el trampantojo de vestir con bases electrónicas «A la botica niña no vayas sola que el boticario niña gasta pistola».

Nuevas letras en el flamenco, para una nueva realidad de la que el flamenco debe seguir siendo testigo…

Antonio Manuel: ¿Cómo se llaman los que cantaron por siguiriyas la injusticia de la prisión general contra los gitanos? ¿Cómo se llaman los que cantaron por romances las persecuciones contra los moriscos y judíos? ¿Cómo se llaman los que cantaron por tangos las migraciones de nuestros negros curros a las Américas? ¿Cómo se llaman los que cantaron a la muerte por hambre, en las minas o en la guerra? Se llama pueblo. Una voz anónima que la memoria colectiva ha mantenido viva hasta hoy porque, en el fondo, muchos de esos males se mantienen intactos. Pero ahora ¿alguien deberá cantar contra los desahucios, a la emigración de nuestros jóvenes, a la soledad de nuestras personas mayores o a la pérdida de conciencia de clase de los más humildes? Aunque sólo por sea por respeto a quienes mantuvieron levantada la bandera de la rebeldía y la dignidad en otro tiempo. Ojalá dentro de cien años se sigan cantando las letras de A Palos y la cantaora desconozca el autor porque eso significará que ya forman parte de la memoria colectiva. Y ojalá lleguen otros y digan que estas letras quedaron obsoletas porque aquellos problemas desaparecieron y canten a lo que preocupe de verdad a la sociedad del momento. 

Hay pocos letristas flamencos, ¿por qué? ¿por qué ese desajuste entre tantos cantaores, por ejemplo, y tan pocos poetas?

Antonio Manuel: Con sinceridad, creo que siempre ha sido así desde los tiempos germinales de lo flamenco. Los intérpretes son peritos en el arte de moldear el aire con su garganta, pero no tienen por qué serlo en la literatura. Creo que la razón se encuentra, por una parte, en el desprecio de la poesía contemporánea hacia la literatura flamenca por entenderla un género menor. Y de otra, por ignorancia. Desconocen sus claves líricas. Componer flamenco es de extrema complejidad. Debe escribirse como se canta y para eso es imprescindible conocer cada uno de los recovecos de los palos, donde se respira, donde se estira hasta el infinito. La literatura flamenca no admite palabras huecas, frases en balde. Cada verso es un disparo que debe dar en la diana del corazón, y cada estrofa contener el planteamiento, el nudo y el desenlace. Cualquier palo es un reto para el poeta. De ahí que reivindiquemos la excelencia de la poesía flamenca en ambos extremos de la creación: para que los poetas contemporáneos se atrevan a escribir flamenco, y para que los intérpretes pidan nuevas letras para sus repertorios. 

¿Qué es lo más difícil a la hora de presentarse ‘A Palos’?

José Mari Cala: Una vez que terminó la producción del disco, pensamos que nuestras presentaciones tendrían que estar a la altura del mensaje que queremos mandar. Le dimos unas vueltas y al final, para el estreno en el Patrimonio Flamenco de Cádiz, ideamos una performance en la que Antonio Manuel personifica cada palo y cuenta detalles de la vida de la persona que padece lo que denunciamos. Juega con el marco de una puerta, una silla y su pañuelo. Sin más, evocando las estéticas de Salvador Távora al que tanto debemos y admiramos. Nosotros nos vamos incorporando sobre sus intervenciones y al final queda una obra escénica muy emocionante, en la que se funden en un solo lenguaje la escenografía, la música y la palabra.  

El flamenco, ¿ha perdido su vertiente social? Inmigración, despoblación, la soledad de los mayores, el paro o la violencia machista. Sois necesarios porque el flamenco no podía quedar ajeno a la realidad de nuestro día a día…

Antonio Manuel: Cuando leí la Historia social del Flamenco de Alfredo Grimaldos, se me venía a la cabeza ¿es que acaso existe otra historia del Flamenco que no sea social? No creo que este distanciamiento con el compromiso social sea una enfermedad que afecte sólo al Flamenco, aunque me duele especialmente. Me sorprende que los movimientos sociales contemporáneos recurran a bandas sonoras de la transición democrática o del tardofranquismo. Entonces, aquellas canciones eran vanguardia, pero ¿es que hoy no existen expresiones artísticas que abanderen nuestras reivindicaciones? ¡Claro que las hay! Sin duda, el rap está recogiendo gran parte del descontento y de la crítica política. Pero también debería hacerlo el flamenco, como lo hicieron en su momento Moreno Galván, Manuel Gerena, El Piki, Elena Bermúdez y El Cabrero… y tantos y tantos otros, porque ahora nos toca a nosotros generar la banda sonora de esta realidad que nos ha tocado vivir sino queremos convertirlo en un fósil o, lo que es peor, en un maniquí sin vida disfrazado de modernidad.

¿En qué momento se desconectó el flamenco de su realidad? (si cree que lo ha hecho…)

Carlos Llave: Nunca se desconectó del todo, pero sí es cierto que en su origen el Flamenco era la forma en que el pueblo se expresaba. Cuando se profesionaliza, se empieza a perder eso, pero no por lo que suelen decir de que para cantar flamenco hay que pasar fatigas (¡cómo si ahora no se pasaran!) Algunas diferentes y otras no tanto… se pierde porque el arte se mecaniza, un cantaor haciendo dos o tres pases diarios en un tablao, la bailaora que te pide una letra concreta, montajes de espectáculos, etc. Se pierde, queramos o no. También ocurre, como en los estilos musicales, el miedo a perder el pan, sólo hay que leer letras de muchos artistas pop de hoy en día, no dicen nada que puedan hacerles perder un concierto.

¿Ha sido complicada la selección de los cantes? ¿Teníais claro qué temática iba con cada estilo de cante?

Carlos Llave: La verdad que todo fue muy fluido. Antonio Manuel nos enviaba una letra y a mí ya se me venía un estilo a la cabeza en la primera lectura, lo veía claro… Hablaba con José y él me la cantaba con su personalidad y entonces comenzaba la producción. Ha sido muy bonito trabajar así. Tres piezas perfectamente engrasadas que funcionan como una sola.  

¿Qué se siente cuando uno pone en marcha algo tan revolucionario y tan necesario?

Antonio Manuel: Responsabilidad y vértigo a partes iguales. Porque no debería ser revolucionario ni necesario que el flamenco cante a la vida que nos ha tocado vivir. Debería ser lo normal. Y, salvando las excepciones de quienes nunca dejaron de hacerlo y de los muchos jóvenes que también se manchan de barro o bajan a la mina como Juan Pinilla, Rocío Márquez y tantos otros, parece mentira que muchos aficionados sigan creyendo que la mejor manera de mantener vivo el flamenco es conservarlo en formol, cantando lo que se cantaba y como se cantaba en los discos de pizarra, y que todo lo que no sea así es una herejía que merece la excomunión. Por supuesto que soy partidario de la pureza. Y de la ortodoxia. Pero no hay más pureza y ortodoxia que la libertad. Y, como cantamos en A Palos, «el día que en mi pueblo no cante a la libertad, que las estrellas del cielo se rompan como el cristal».