Álvaro Pombo (Santander, 1939) iba a la casa de un amigo en Londres, en torno a 1977, cuando era telefonista en un banco español. El escritor esperaba balanceándose en una chaise longue y luego hablaba de poesía, de la vida en Londres, de la amistad y de Dios, que entonces era parte de sus asuntos más importantes. Ya publicaba poesía, aunque aun no había roto a ser el personaje que luego escribió novelas importantes (como 'El héroe de las mansardas de Mansard'), poesía cada vez más depurada y personal ('Protocolos'), e incluso abrazó por unos años la política, pasión que lo hizo notorio militante de UPyD, el partido que fundó Rosa Díez.

Es académico de la Lengua, sigue escribiendo novelas y poesía, y descansa en una residencia donde se recupera de una operación de cadera de la que no se queja ni un segundo. Su dolencia lo lleva a usar, ahora también, un sillón de ruedas con el que se desplaza y que, cuando está quieto, le sirve de chaise longue, como en aquel tiempo de Londres, sobre la que se balancea mientras hacemos la entrevista. Su amigo y colega Pedro Álvarez de Miranda nos acompaña en esta visita que él anima con su manera de ser, que está entre celestial, benéfica y terrena. Naturalmente, la naturaleza de la conversación tiene que ver con Dios (acaba de publicar en Rosamerón 'La ficción suprema. Un asalto a la idea de Dios'). Pero no tan solo con Dios. Este es Álvaro Pombo en estado puro, balanceándose en una silla de ruedas, con los tenis grandes que usaba ya en aquel tiempo tan lejano.

Este libro es como un árbol de recuerdos para todos nosotros.

Es generacional, sí.

Al ver la palabra Dios, me acordé de un verso de Victoriano Crémer: “Dios, qué vida, da rabia vivir sin alegría”.

Aquí no se habla de Dios. Se habla de la luna, la que rige las mareas, la vegetación, la sexualidad… es decir, la intimidad.

Ese es un Dios humano.

Es un Dios cristiano. Más complejo que el que cita el judaísmo. Es el hombre que se reconoce en la vida de la luna. Algo que ya no hacemos nosotros, excepto Lorca. Vamos a ver, lo que yo quiero decir en este libro está en la página 128-129, donde hablo de una genealogía imaginaria.

Usted dice que Dios es la realidad última.

Eso lo decían los escolásticos. Lo que quiero subrayar en este libro es: si decimos que Dios es una ficción o algo real, ¿estamos diciendo lo mismo que decimos de los personajes de las ficciones literarias? Dios es la ficción suprema y, al mismo tiempo, la realidad de todas las realidades.

¿Qué le ha dado la experiencia religiosa a su poesía?

Yo no quiero devaluar la experiencia religiosa al referirme sólo a mi educación. Porque eso sería una catástrofe. Es la presencia de Dios ante un niño. Una presencia que es humana.

¿Y no piensa que Dios ha sido devaluado por la iglesia?

Dios ha sido embarrado por la iglesia. No sé si devaluado, pero sí embarrado.

¿En qué sentido lo ha embarrado?

Pues en lo que tiene que ver con la experiencia religiosa mediatizada. “La iglesia no necesita teólogos sino santos”, decían por ahí. Y eso hoy se ha perdido por completo.

Dice que en su infancia y adolescencia Dios era un amigo.

Claro. Porque Dios era, encima, un chico. Por eso era fácil hablar con él de tú a tú. Pero era una experiencia afectada por la noción de pecado y de culpa, con la que además ofendíamos a la santísima virgen.

En este libro tiene mucha piedad con la virgen.

Porque yo no he sido devoto de la virgen. Sin embargo, sé que es una figura que dulcifica la dureza del catolicismo.

¿Cómo ve ahora a la iglesia que sale en las noticias?

Yo estoy muy apartado. Hace mucho que no soy practicante. Me sigo considerando cristiano, pero yo estoy muy apartado.

Pero sigue las noticias.

Sí. Pero no te sé decir, como dice la gente de los pueblos. Bueno… estamos viviendo una ola muy grande de laicismo y hay que tener cuidado de no sólo fijarse en las malas noticias.

Bueno, de la propia iglesia aprendimos el concepto de piedad.

El concepto de piedad y de devoción. Y de la oración. Es que… yo soy un cristiano viejo, no un converso, y he aprendido mucho de la iglesia.

¿Qué implica ser un cristiano viejo?

Pues implica haber nacido en el año 1939 y haber cantado el 'Cara al sol' y haberme educado con los escolapios. Ser un cristiano viejo es venir de una familia un tanto agnóstica también, eh. Así era mi familia, un poco liberal respecto a las demás. Pero mi abuela, en Santander, iba a la adoración del Santísimo y esas tradiciones había que seguirlas.

Aparte de su memoria religiosa, este libro está lleno de reflexiones sobre la vida contemporánea. Dice, por ejemplo: “Estamos viviendo en un mundo desencantado y falto de sustancia”. Eso explica muy bien el ahora.

Hombre, es evidente que estamos viviendo en un mundo desencantado. La gente está obsesionada por el dinero y por el poder. Hay una pelea constante por eso. Mira ahora el PP. En términos generales estamos en un tiempo desmadrado y vociferante.

Habla también de la sobreexposición del ‘yo’ en estos tiempos.

Eso ocurre descaradamente, sí. Yo no uso las redes sociales, soy pretecnológico, pero sé que eso hoy es muy importante como fenómeno social. Bueno, es un agobio, la verdad.

¿En este libro ha omitido cosas o ha escrito lo que le ha dado la gana?

He escrito lo que he querido, como toda la vida. Incluido lo de la culpa y la sexualidad y la homosexualidad, mi vida. Siempre. Todo siempre. Yo creo que la novela es una sabiduría deforme, porque es un cajón de sastre, y ahí cabe todo. Todo. Hasta las reflexiones sobre la vida.

Dice, además, que la intimidad se ha perdido.

Es que antes éramos muy pudorosos, contábamos pocas cosas de la vida íntima, por lo menos yo. Estábamos infra expuestos, todo lo contrario al presente. No nos hacíamos fotos, tampoco. Salvo en fechas señaladas, claro. En mi casa hay poquísimas fotos de mi niñez. Hoy, con la cámara que todos llevamos en el bolsillo, no paramos de hacer y hacernos fotos.

¿Cuál es su relación con el silencio?

El silencio es oro, dicen los alemanes. El silencio es de Dios. Es el recogimiento. A todo hablador, y yo soy muy hablador, le llega el momento de decir ‘ya lo he dicho todo.’ Callemos ahora de nosotros mismos, decía Dante, y hagamos ciencia. Porque el yo lo devora todo.

Pues guardemos silencio entonces.

Muchas gracias.