Yolanda Regidor (Cáceres, 1970) está de nuevo en las librerías y lo hace con La última cabaña, novela con la que se incorpora al catálogo de Lumen y lo haces después de haber sido aclamada por el público y la crítica por Ego y yo, ganadora del Premio Jaén. En esta ocasión, ha escrito un libro sobre la soledad y la vida salvaje; un relato, reseña la editorial, que demuestra que hasta las heridas más profundas son capaces de cicatrizar y que, en realidad, conocerse a uno mismo es la mejor estrategia de supervivencia.

En la última cabaña, la autora se pone en la piel (y, sobre todo, en la psicología) de un hombre que se instala en una cabaña en un bosque lejano a su propio país. Rodeado de libros, naturaleza y alcohol, quiere desaparecer para silenciar la melancolía, la ira y la culpa que lo corroen. Sin embargo, cuando el Escolta (como lo apodan sus nuevos vecinos, antes incluso de conocerlo) va desgranando su propia historia en un diario cargado de reflexiones, comienza a unir los puntos de una vida señalada por la culpa, la falta de amor y la soledad, señala Lumen.

Además, por muchos planes que haga, sus deseos de dejarse ir chocan constantemente con ese espíritu de supervivencia innato al ser humano que le hace seguir adelante. Böcklin, un lobezno huérfano que encuentra en el monte y que cría junto a él, y la bondad y calidez de algunos de sus nuevos vecinos, le permitirán ver otras facetas de la vida que no había contemplado. ‘La última cabaña’ es, en definitiva, una segunda oportunidad, una forma de redención inesperada.

En el momento en que el Escolta llega a la cabaña del bosque, «con el corazón destrozado», puntualiza la autora en la reseña facilitada por la editorial, su único objetivo es desaparecer del mapa y llevarse con él sus propios demonios, esos que han convertido su existencia en algo miserable. Así, como un animal herido, busca aislarse de los demás, y dejar de tener contacto con otros seres vivos, para evitar perder la razón y poder programar un suicidio que le permita irse limpiamente. Sin embargo, a medida que va plasmando sus memorias en un diario («Cuando empieza a escribir es cuando van saliendo todos sus demonios, porque recuerda y ve cómo es su vida. Y comienza a quemar libros, porque se siente defraudado por ellos: descubre que todo lo que había pensado que albergaban no era necesariamente cierto», asegura Yolanda Regidor) y sus veci-nos van encontrando huecos por los que colarse en las grietas de su hermetismo, descubre que con ternura y generosidad hasta las heridas más profundas son capaces de cicatrizar. La soledad se convierte así en castigo y redención al mismo tiempo, en motor de la autodestrucción y gasolina de la reparación. Y demuestra que, en realidad, conocerse a uno mismo es la mejor estrategia de supervivencia.

El amor

Pero si algo queda claro desde el comienzo, gracias a las entradas en su diario, es que el Escolta jamás ha experimentado un afecto sano y correspondido. Por eso, llegar a la última cabaña supone para él un cambio de paradigma tan importante: tan solo cuando se había abandonado encontró un refugio en un viejo, un niño con discapacidad psíquica, un lobezno huérfano y una amable tendera, añade la editorial.

Repudiado por su madre tras acabar con la vida de su hermano, el personaje, con la marca de un Caín moderno, vaga por el mundo hasta encontrar esta última cabaña, en la que el bosque lo abriga y arropa. Y es que, como asegura la escritora extremeña: "Cuando una persona está mal, instintivamente tira al campo. Creo que el propio instinto de supervivencia nos lleva allí, donde nos sentimos más animales", y "por eso el Escolta, necesita eso: irse lejos y conectar con su naturaleza y su instinto básico". 

El Escolta tiene dos vidas claramente diferenciadas: la de antes de instalarse en la cabaña, y la de después. En la primera, lo rodean su madre y su hermano durante la infancia y la adolescencia, y los amores frustrados. En la segunda, el lector sabe que el viejo vecino que le lleva un pastel de calabaza hecho por su esposa recibe el mote de Coche; que el lobezno huérfano del bosque que adopta se llama Böcklin; que el niño que no habla y está sucio pero viene a jugar con el lobo, atiende al nombre de Marco; y que la eficaz y tierna tendera a la que le hace todo tipo de encargos es Olivia. Nombrar las cosas, a menudo, hace que sean más reales.

Búsqueda constante

En realidad, el Escolta lleva toda la vida buscando esa cabaña a la que llega al principio del libro, y lo hace porque «la cabaña es la búsqueda del hogar, de su sitio en el mundo, un lugar donde descansar. La primera es suya, pero tiene allí experiencias, es la de la juventud; la segunda es donde conoce al que considera al amor de su vida , pero ninguna resulta ser la definitiva», apunta la autora, licenciada en Derecho y máster en Psicosociología. Formadora ocupacional, antes de dedicarse a la literatura trabajaba como asesora jurídica y docente en programas de inserción sociolaboral. 

Sobre esta novela, la también autora de La piel del camaleón (2012) y La espina del gato (2017), ha dicho: «Me interesaba explorar la idea de la búsqueda de la felicidad por instinto. Cuando me puse a escribir, me acordé de una frase de Milan Kundera en La broma, en la que decía que el des-tino muchas veces acaba antes que la muerte. Y me dije: se equivoca. Porque creo que casi nunca lo hace. Intentamos buscar la felicidad, instintivamente, hasta el final de nuestros días», y añade: «Siempre estoy dándole vueltas a cómo la vida te va llevando, y la importancia que tiene la infancia, la juventud, los traumas que te van dejando... y la manera en que eso se refleja posteriormente en tu comportamiento como adulto».

Destaca, asimismo, que aunque sus libros «tienen temáticas muy diferentes, hay dos cosas por las que se ve que soy yo: siempre hay cierta mirada intimista y en los temas siempre se cuela el instinto de supervivencia y el miedo a la soledad». 

La última cabaña es una historia cruda y desnuda en su sinceridad, en la que el lector se puede encontrar con párrafos desgarradores como este: «No sé si se puede vivir para uno mismo. Tal vez no sea posible, aunque lo intentes toda la vida, aunque te destierres una y otra vez, aunque te confines en tu propio mundo lo más apartado posible del resto de la humanidad».

Sin embargo, también es la crónica de una sanación, de una búsqueda constante de la felicidad, que el lector va intuyendo y descubriendo a través de las palabras que El Escolta va plasmando en las páginas de su diario, escrito en unos meses.

La opinión de la crítica

Pese a que salió a la venta este jueves, ya hay críticos y escritores que se han pronunciado. Tal es el caso de Rosa Montero, para quien «Con una escritura absolutamente deslumbrante, Yolanda Regidor nos cuenta cómo se puede salir del abismo palabra a palabra».

Para Manuel Vilas, ‘La última cabaña’ «es una novela llena de intensidad, de misterio y de abismos. Un viaje a los escondites y los enigmas del pasado, donde hay amor y hay violencia aún palpitantes. Una historia con arenas movedizas, en donde una voz en primera persona revela una manera de vivir y de sentir que no dejará indiferente al lector».