El Periódico Extremadura

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Entrevista Yolanda Regidor La escritora cacereña publica la novela 'La última cabaña'

«El ser humano se construye en sociedad; en soledad no sería persona»

La escritora cacereña Yolanda Regidor. EL PERIÓDICO

Cuando el único objetivo para un ser magullado, convulso y atribulado es borrarse, desaparece y con él arrastrar la culpa perpetúa que le estigmatiza desde su infancia, solo se contemplan dos opciones: programar su suicidio y, para ello, elegir la soledad en un paraje natural, un lugar de belleza portentosa en el que dejarse desintegrar; o toparse con la redención, una segunda oportunidad, refugiándose en un viejo, un niño, un lobezno y una tendera. Con estas premisas, la escritora Yolanda Regidor (Cáceres, 1970) indaga en La última cabaña (editorial Lumen) en la naturaleza humana, en las emociones perturbadas y en cómo el pasado condiciona el presente y el futuro. Y lo hace empleando una prosa contundente, con un léxico profuso y riguroso, y auxiliándose con una narrativa intensa para exhibir su maestría en la reflexión y la meditación.

El Escolta es un personaje de gran complejidad psíquica: problemático, contradictorio y vulnerable, ¿cómo se llega a un protagonista tan convulso y con una evolución tan espectacular?

El Escolta se me apareció buscando el personaje ideal que dijera lo que quería decir. Cuando voy a escribir una novela siempre tengo la idea principal de lo que quiero transmitir y expresar; luego busco al personaje que hablará por mí, que va a decir lo que quiero, y el entorno que considero ideal para decirlo. De alguna manera, a mí se me apareció el Escolta con el que deseaba transmitir la idea de una persona que instintivamente busca su felicidad hasta el último momento a pesar de las cosas horribles que han pasado en su vida o las malas experiencias, familiares, de amor..., pero sigue buscando la felicidad hasta el último suspiro.

La última cabaña es un libro optimista, de soledad y de segundas oportunidades, ¿la soledad puede ser castigo y redención?

Es que la soledad actúa como una cura para aprender a valorar. La naturaleza y la soledad como cura, casi como terapia de choque. La soledad tiene eso. El ser humano se construye en sociedad. Un ser aislado no sería una persona; tendría forma humana, pero no una mente humana y el aislamiento produce alucinaciones, locura, etcétera. Cuando llega al bosque, el Escolta quiere conseguir una parquedad emocional absoluta. En la cabaña se propone vivir en la emoción cero para hacer y ver cómo se mueve todo a su alrededor sin inmutarse porque tiene una indefensión aprendida desde pequeño por cuestiones emocionales. Él cree que en soledad va a poder vivir dejándose llevar, pero, desde el principio, le pesa esa soledad. Al final, las personas no pueden vivir en soledad ni con falta de fe y él se da cuenta que necesita el contacto humano, tener fe, fe que se la da el pequeño lobezno. Esa es su tregua, su fe, y así empieza todo de nuevo; comienza a estructurarse como persona y a confiar en los demás.

"Quería universalizar la novela porque los sentimientos son universales vengan de donde vengan

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En esa salvación, ¿qué papel juega el viejo (Coche), el lobezno Böcklin, Marco y Olvido?

Esos personajes son una nación, símbolos. De alguna manera, la novela es un poco simbolista. El lobo es la tregua: se encuentra al lobezno y lo toma como algo por lo que vivir; además, le da la oportunidad de conocer al viejo, que le aporta la confianza para confiar en las personas; el niño (Marco) le permite volver a la inocencia y Olivia le da el sentido de la ternura, de un amor sano, puro, más limpio que el que ha tenido anteriormente.

Yolanda Regidor.

¿Por qué esos personajes tienen nombre, una identificación, y otros no?

Desde el principio, el protagonista quiere borrar su vida anterior, con lo cual no pone nombre ni a sus padres, ni a su hermano. La única que tiene un nombre y un poco indeterminado es Yo, como si no quisiera nombrarla. Ya en la cabaña, empieza a nombra a la gente porque es su nueva vida y también comienza a llamarse así mismo Escolta [así le han bautizado en el pueblo]. Quiere olvidar quién era y convertirse en otra persona; por ello, piensa que a través del nombre se puede cambiar. Es verdad que estancarse y ser siempre el mismo está en la neurosis. Hace poco me enteré que en Laos se suele cambiar el nombre después de una grave enfermedad. El Escolta piensa que cambiando el nombre también se cambia el ambiente. Al final, se pregunta si se puede recomponer un vida despojándola de todo lo anterior hasta del nombre. Si puedes cambiar tus premisas, tus preferencias, el modo de ver las cosas. Es una novela para preguntarse si se puede o no se puede hacer.

Junto a la indeterminación de los nombres, el lector se encuentra con ausencia de información espacial: no se sabe dónde se ubica la cabaña, ni en qué guerra lucha... se le dosifica la información, ¿por qué?

La indeterminación es un componente de la novela. No se sabe de dónde viene, ni dónde se ha instalado, ni nombres y lo que se sabe he procurado que sean universales. Lo que quería era intentar universalizar porque los sentimientos son universales, vengan de donde vengan y vayas a donde vayas siempre van a estar la culpa, la desesperación, la crueldad, pero también la amistad, la belleza, la ternura, el amor y todo eso es universal. Entonces, no quería ubicarla en ninguna parte, sino que el lector viera que eso que es universal vale para cualquier tipo de espacio y tiempo. No me hacía falta ubicar nada para decir lo que quería decir y sabía que me iba a estorbar porque, tal vez, el lector se iba a fijar más en esos datos que en lo que quería decir.

"Según vas leyendo, descubres que sus reflexiones coinciden contigo y con lo que piensas

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La infancia infeliz del Escolta marca su presente y futuro convirtiéndole en un ser magullado, ¿esto permite al lector empatizar con el protagonista?

Hay gente que me ha dicho que, al principio, le cae muy mal y que, poco a poco, va queriéndole, empatizando con él. Es muy contradictorio, bueno y malo a la vez; tiene buen fondo, pero ha hecho cosas malas y, de vez en cuando, tiene pensamientos o percepciones que no parecen muy bondadosas. Eso nos incomoda porque nos refleja nuestras propias contradicciones. Según vas leyendo sus reflexiones, descubres que muchas cosas coinciden contigo y con lo que tú piensas y, por eso, empatizamos con él. De todas formas, tampoco busco eso. Como lectora no empartizo al cien por cien con un personaje. Lo que me interesa es conocerlo, no identificarme. No es lo que busco, si lo consigo, genial, pero si no, con conocer al personaje, que interese, que se sepa de él y que se esté con él, me vale.

La literatura es un personaje más de la novela. Para el Escolta es su familia, el amigo que no tuvo, pero, sin embargo, utiliza los libros que tanto le han aliviado en la vida como combustible. ¿Por qué?

A la cabaña se lleva los libros y su memoria porque siempre ha confiado en esos libros o en esos pasajes de las obras que le ayudaron a vivir. Por ejemplo, con la cita de Cioran que habla de encadenarse al perdón, al Escolta le ha ayudado, le ha quitado la culpa, pero, sin embargo, en la cabaña se da cuenta que la culpa persiste y le sigue machacando. La literatura, a veces, te puede ayudar, pero también confundir. Él está desilusionado, desengañado de los libros que un día le infundieron esperanza, consuelo y, cuando no puede prender la lumbre, abre Guerra y paz de Tolstói y leer la cita («Goza de estos momentos de felicidad, trata de que te amen, ama. No hay más verdad en ese mundo») le da rabia, se enfada y se dice cómo he podido creer en esto, que es una mentira porque no lo ha podido conseguir; entonces, agarra y lo tira a la lumbre. Al final, se da cuenta de que los pensamientos erróneos pueden ayudar a seguir, que esos pasajes que le llevaron a donde está, le ayudaron y le impulsaron en la vida.

Junto a los libros y la música, parece que escribir permite al Escolta conjurar sus demonios

Sí. Cuando llega a la cabaña, quiere vivir en una austeridad emocional absoluta, pero inmediatamente le pesa la soledad y la combate inventando, imaginando a esa mujer pelando patatas mientras él se bebe un whisky y se da cuenta de la importancia de escribir, de dejar huella de su paso por el mundo. Él no desea relacionarse con el mundo, pero sí dejar huella de su paso por ese mundo y la única forma es escribirlo, y con ello aliviarse porque el Escolta no ha confesado lo que ocurrió con su hermano. Su madre lo sospechó, pero nunca lo confesó y, antes de morir, necesita confesarlo, darse la extremaunción y no morir cargado con esa culpa. Quiere darse un tiro; pero, mientras llega ese momento, lo va escribiendo aunque no resucite al que murió.

El Ejército y la guerra le permiten convertirse en un trasunto de su hermano, ¿es la única opción que encuentra para que ese Caín del siglo XXI obtenga el perdón?

Llega al Ejército harto de estar de un trabajo a otro, de no tener dónde ir como un perro sin dueño. Ve en el Ejército un lugar de pertenencia. No tiene familia, pero sí desea pertenecer a algo y el Ejército le brinda esa oportunidad. Hace un esfuerzo por convertirse en un bravucón para imitar a su hermano y para sobrevivir a la guerra, pero él es una persona sensible, ajeno a la brutalidad.

En sus novelas siempre se cuelan el instinto de supervivencia y el miedo a la soledad, ¿forman parte de su columna vertebral literaria?

Sí, los temas que me obsesionan son esos, pero también me inspiro en la naturaleza, no sólo en el campo, sino también en la naturaleza humana. Me interesa mucho la biología, la antropología, la psicología y cualquier disciplina que explique el comportamiento humano, y casi siempre es el instinto de supervivencia y las consecuencias que tiene para la persona la infancia y la juventud, y lo vulnerable que podemos ser, como nos marca la vida, como se refleja en nuestro comportamiento posterior, la fuente de la felicidad futura. Hay que gente que, a pesar de haber sido maltratada, conserva un concepto de honradez y honestidad. Esto supone siempre un misterio y una obsesión en mi literatura.

¿Por qué la pistola dentro de la Biblia? Parece un recurso de novela o película del Oeste

No sé muy bien, pero supongo que me pareció un contraste de la violencia con la Biblia. Además, era el escondite perfecto para un arma. ¿Quién va a mirar en una Biblia?

¿Sigue trabajando de formadora ocupacional o ya puede dedicarse exclusivamente a la literatura? ¿Qué papel juega una editorial como Lumen para alcanzar este objetivo?

El trabajo a pie de cañón lo dejé hace tiempo. He hecho algunos proyectos y programaciones, pero desde casa; eso me dio la oportunidad de escribir y contar con un horario más flexible. No obstante, desde hace un tiempo me dedico definitivamente a la escritura. Lumen es una editorial que te da confianza. Ya como lectora, cuando veía el monograma de la L, lo concebía como un sello de garantía, que lo que ibas a leer era de calidad. Es una editorial orientada al tipo de literatura que hago, que cuida la edición y la promoción. Mi editora es una editora impresionante, tiene un ojo de águila.

¿Ya está trabajando en su nuevo libro?

Tengo un proyecto, pero prefiero no desvelar nada por el momento. Sí puede adelantar que está muy relacionado con una de mis anteriores novelas. 

Una escritura deslumbrante, según Rosa Montero

Yolanda Regidor es licenciada en Derecho y máster en Psicología. Formadora ocupación de profesión y, antes de dedicarse a la literatura, trabajaba como asesora jurídica y docente en programas de inserción sociolaboral.

Sus anteriores novelas son: La piel del camaleón (2012), Ego y yo (premio Jaén de Novela, 2014) y La espina del gato (2017). Sus relatos han sido publicados en antologías y ha colaborado con artículos para revistas y publicaciones. Rosa Montero califica de deslumbrante la escritura de la cacereña.

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