El Periódico Extremadura

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Festival de Teatro de Mérida. La crítica

'Minerva', la vida de una romana ingeniada

Assumpta Serna, en una escena de 'Minerva', que hasta este domingo se puede ver en Mérida. Festival de teatro de Mérida.

Continúa la 68 edición del festival de Mérida que estrenó su cuarto espectáculo en el teatro romano: ‘Minerva’, un melodrama ingeniado sobre la vida de una romana moderna, escrita por la catalana Assumpta Serna y el escoces Scott Cleverdon, representada por la compañía extremeña Samarkanda Teatro (del actor/productor Fermín Núñez). El espectáculo es uno más de nueva creación sobre tema feminista (de heroínas), apuesta este año del director del festival, Jesús Cimarro, que destacó en rueda de prensa que la obra «se supo encajar perfectamente en la edición a los personajes femeninos que construyeron la mitología grecorromana». Revelación extraña pues el personaje de Minerva (que no se refiere a la diosa romana) y demás participantes no tienen nada que ver con lo mitológico.

‘Minerva’, de la pareja Serna/Cleverdon (conocidos actores en cine y series televisivas), ideada durante los días de la pandemia y pensada para representar en Mérida (según sus declaraciones) no es una obra clásica ni de nueva creación que alumbre realmente hechos y personajes grecolatinos. Es una obra ambientada en el escenario de la antigua Roma (Siglo I) que trata hechos y personajes inventados (lo que contradice la singularidad de un festival dedicado al teatro clásico). Dicho de otra manera, esta ‘Minerva’, que marca una línea errónea de lo que se suele hacer en Mérida, es una obra de romanos tramada desde el punto de vista moderno -y muy personal e interesada- de Serna/Cleverdon.

En lo pretendido, literariamente refleja la eterna ansia del autor primerizo que toca muchos temas sin profundizar ni debatir debidamente (el amor, la familia, el aborto, el suicidio, la libertad sexual…) y del ser humano por explicar lo fantástico. El argumento trata la historia de 40 años de una familia romana de clase alta protagonizada -con las mismas pasiones que tenemos hoy día- por Minerva, una ejemplar madre, sabia y amorosa con su familia y defensora ‘estoica’ de injusticias a sus más allegados (incluida la de su esclava Tácita por la que es capaz de sufrir condenas). Toda una bonita historia melodramática ingeniada sobre esta mujer romana que resulta poco creíble, tal vez porque su personificado buenismo -que por otra parte está alentado con cierta demagogia en el tratamiento de géneros- no encaje de molde en la Roma truculenta, de esplendor, crueldad, espectáculo y libertinaje de aquel Siglo I.

Y porque, para algunos amantes del buen teatro clásico, la aparentada vida de la obra y sus personajes (donde se mezclan nombres romanos y griegos, unos imaginados y otros que existieron), está escrita con cuantiosas suposiciones y, en ocasiones, con afirmaciones gratuitas que provocan risiblemente la confusión histórica. Un ejemplo son los personajes de Céler o de Julio Lacer, dos famosos arquitectos romanos, a los que se mencionan falazmente: al primero como constructor del Coliseo de Roma y al segundo -además de bixesual- como reformador del Teatro Romano de Mérida. El texto, escrito en cinco actos, como si fuesen guiones dramatizados para cine o series televisivas, es bastante denso y muchas veces simplón, con parlamentos prescindibles que poco o nada aportan a la obra. Por ejemplo, teatralmente sobran las dilatadas presentaciones que -al principio- hacen de sí mismo los personajes. Minerva empieza diciendo «mi padre mató a mi madre», algo nada vital en su inventada -y bosquejada- historia (lo mismo podría haber dicho «mi madre mató a mi padre»).

La puesta en escena es del debutante Cleverdon (artista natural de Edimburgo, la ciudad mundial del teatro) al que junto a la compañía Samarkanda Teatro debo reconocer con admiración el enorme esfuerzo y responsabilidad de haber montado el espectáculo en la arena romana con temperaturas de calor (entre los 45º y 47º de esos días). El escocés maneja bien los componentes artísticos: una escenografía bella engalanada por un vestuario y utilería óptimamente armonizados (obra de Luisa Santos), un juego interesante de luminotecnia que potencian y embellecen los varios espacios utilizados para las escenas y realzan el monumento (de Fran Cordero) y una música de película de romanos, más o menos adecuada (de Jorge Ferrando). Pero no tanto logra Cleverdon en la dirección del conjunto de actores (algunos desaprovechados) y en el ritmo -decadente a lo largo de dos horas de duración- que, salvando la genial escena cómica de teatro en el teatro, en varios momentos resulta pesado.

En la interpretación, se notó la mucha buena voluntad de todo el elenco por sacar partido a sus roles

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En la interpretación, se notó la mucha voluntad en todo el elenco por sacar buen partido a sus roles, pero el resultado actoral fue de desigualdad. La también debutante Assumpta Serna (Minerva, la heroína de andar por casa) no convenció a todos a pesar de su indiscutible presencia escénica de protagonista. Su actuación solo fue discreta. En varios momentos la vi lenta en sus expresiones -con falta de organicidad en movimientos y voz- y casi perdida en el dilatado escenario. Acaso, a esta actriz que dejó las tablas teatrales hace muchos años porque no le ofrecían papeles que le gustaban (según ha dicho), ahora que ha tenido la oportunidad de escribir su propio papel y representarlo, creo que le han faltado precisamente esas tablas de las que ha estado ausente. La actriz me pareció lejos de aquellas espléndidas actuaciones que logró con el grupo Dagoll Dagom en el segundo lustro de los años setenta.

La actriz más destacada en esta ‘Minerva’ es Sara Jiménez, tanto en su rol dramático de Gaia encarnando una personalidad de hija rebelde, como en el cómico haciendo de Lisergia. La actriz despliega una energía limpia, precisa, y un empuje indómito propio de una joven que progresa. En el lado masculino se luce el veterano Fermín Núñez (Pólux), especialmente en un sorprendente monólogo, que fue muy aplaudido. Y ¡cómo no!, se hacen notar los todoterrenos en el festival, Juan Carlos Castillejo y Francis J. Quirós, desdoblándose en varios personajes con la calidad de sus muchos recursos histriónicos. Los demás, mayormente debutantes en el teatro romano, cumplen bien o discretamente con sus roles.

Unos 2.000 espectadores asistieron al estreno, que aplaudieron al final durante cuatro minutos (según el plausómetro de Eloy López). Pero también sonaron bastantes silbidos, difíciles de calibrar su agrado o desagrado con el espectáculo. 

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