El Periódico Extremadura

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Festival de Teatro de Mérida .El estrreno

El hilo de la propia vida y de los cuentos

Una escena de 'Ariadna, el hilo del mito', que esta noche y mañana se puede ver en Mérida. Jero Morales /EFE

Ella tejía un plan, lo destejía, tejía otro plan, lo destejía, y así todas las noches en secreto mientras su hermano el monstruo llamaba al rey desde el laberinto, mientras el rey callaba en el trono, mientras el mundo giraba como un dios dormido. Dicen que nuestros destinos son hilos en manos de tejedoras ciegas.

Lo escribe Álvaro Tato para ‘Ariadna, al hilo del mito’, pero Sherezade (o Sheherazade o Scheherezade, depende de la nomenclatura) también tejía y destejía historias para sobrevivir.

Tim Burton, recuerdo, lo contó también en ‘Big Fish’: que, desde que nacemos, lo único que hacemos todos los días, con nosotros mismos y los demás, es contar historias. Contarnos a nosotros mismos, reescribirnos, moldear nuestros recuerdos para que sean más amables o más terribles o más difusos.

En el primero, que pueden ver esta noche y mañana, se recrea el mito de Ariadna, de la que sabemos que, en su relato, había un laberinto, un padre que nombró a toda una civilización (la minoica) y que decidió atacar Atenas lanzando maldiciones. Si querían la paz, los atenienses habían de enviar siete hombres jóvenes y siete doncellas para saciar al minotauro. Teseo, el hijo del rey ateniense, Egeo (que nombra un mar y unas islas) se ofreció voluntario para acabar con el monstruo y Ariadna se enamoró de él nada más verlo y le dio un ovillo del hilo que tejía para que pudiera hallar el camino de salida del laberinto en el que estaba el minotauro. Teseo se lo pagó dejándola abandonada en Naxos, mientras dormía.

«En una isla perdida / dormimos juntos los dos / y me despertó la aurora / a solas con mi dolor. / Tu vela vuela a lo lejos, / hoja blanca de cuchillo / que pasa rajando el cielo / por el borde de su filo. / Que nunca se haga de día, / que no quiero despertar / en esta isla perdida / del mar de mi soledad».

Así se canta y así se teje y se desteje la historia de Ariadna, a la que baila Rafaela Carrasco y a la que cantan Antonio Campos y Miguel Ortega y a la que pone voz Carmelo Gómez: «Ariadna es la tejedora, la que halla el hilo para salir del laberinto, pero también la atrapada, la aislada, la traicionada por su amor; una mujer compleja que ha de madurar demasiado pronto por causa del desengaño». Pero, sobre todo, dice Carrasco, «es una mujer libre que lucha por lo que quiere... independiente del resultado».

También se habla del patriarcado: «No es más rey quien más condena / ni es rey quien más rey parece, / solo es rey aquel que manda / y los demás obedecen. / La ley de mi vieja isla / es como la ley del mar: / el más fuerte sobrevive / y se ahogan los demás. / A ver quién lleva razón, / a ver quién dice verdad, / el que levanta la vara / o el que la quiere quebrar. / El poder es como el aire, / que trae lo mismo que lleva / y no pertenece a nadie. / Que yo soy más rey que nadie, / que tengo plata en el pelo / y rubíes en la sangre. / Vamo a ver quién es más hombre: / el acero lo pregunta / y la sangre lo responde».

Pero Ariadna va tirando las sillas en las que se sientan los hombres.

«Dicen que había una tejedora. Siempre tejía en secreto porque era hija del rey y las hijas de los reyes no tejen ni salen ni sueñan. Por eso ella tejía caminos para escapar de ser princesa, rutas para huir de palacio, sendas para fugarse de estar despierta».

Esta es la Ariadna que vamos a ver. Con otro final, porque a veces las historias tienen varios finales.

O no tienen ninguno.

Más danza 

Eso lo sabía Sheherazade, a la que nos presenta María Pagés. «Esta «De Sheherazade» -se estrenará el viernes y se puede ver hasta el domingo- empieza cuando termina el cuento de ‘Las Mil y una noches’. (...) La narración no acaba como la tradición lo cuenta. Poderosamente flamenco, este relato quiere restituir el principio femenino y asumirlo como parte fundamental de la naturaleza humana. Sheherazade, referencia de la mujer en devenir, usa la palabra para conquistar el tiempo, que es la mejor forma de habitar el espacio».

La premio Princesa de Asturias de las Artes -junto a Carmen Linares- cuenta que, en «De Scheherazade», lo que nos interesa sobre todo es sintetizar muchos otros mitos, ya que no solo hablamos de ella; también de otros paradigmas de lo femenino». Y sostiene: «Muestra que es posible cambiar las cosas con las palabras».

‘Las mil y una noches’ es una recopilación medieval de cuentos tradicionales de Oriente Medio y se cree que la historia principal, la de Sheherazade, se agregó varios siglos más tarde. Pero así ha llegado a nuestros días. De allí vienen la historia de Aladino y la de Ali Babá o la de Simbad. También la de esa mujer que se ofrece voluntaria para ser la esposa de un sultán que ha prometido matar a todas las mujeres del reino, por infieles y desleales. Hay vampiros, peces, una mujer despedazada, un joven cojo, un eunuco sudanés (el primero), varios reyes, animales muy listos, poetas, ciudades de bronce, una princesa subterránea, un caballo de ébano, un hermoso joven triste, otro que estaba dormido y a la vez despierto, dos reyes y dos laberintos y una rosa marina, además de un ángel de la muerte y varios personajes más. Luego llegaron ’Senya Ichiya Monogatari’, de Eiichi Yamamoto, Pasolini y Disney.

María Pagés crea once escenas, con música de Rubén Levaniegos, junto a Sergio Ménem y David Moñiz. Explora el repertorio popular musical y la tradición marroquí. La dramaturgia es de otro poeta, El Arbi El Harti, codirector del montaje y relata «la intrahistoria sentimental de las mujeres, con la voluntad de desarmar, de nuevo, esos estereotipos femeninos. Las mujeres sheheradianas -se señala en la presentación de este espectáculo- son las amas de casa, las creadoras, las obreras, las investigadoras… mujeres bellas e imprescindibles como la vida misma».

Venimos de estas tradiciones: de los mitos grecolatinos que nos narraron, de los cuentos que establecían qué podíamos hacer y qué no, de las novelas que leímos en la infancia, de las traducciones que buscamos (gracias, señor Juan Vernet, por enseñarnos tanto sobre el Islam), de las películas de tantas latitudes y vemos cómo estas historias son, muy a menudo, la misma: tejer y destejer en un laberinto el destino de la propia vida. 

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