Entrevista

Máximo Huerta: "Aún me duele cómo el periodismo trató mi paso por la política"

El periodista y escritor acaba de abrir una librería en su pueblo, Buñol, donde vive ahora dedicado a cuidar a su madre enferma

Máximo Huerta.

Máximo Huerta. / Fernando Bustamante

Juan Fernández

A su condición de escritor y presentador, Máximo Huerta (Utiel, Valencia, 52 años) ha añadido este año la de librero, aunque él rechaza esta etiqueta. Su decisión de abrir La librería de doña Leo en Buñol, dice, responde a su simple y sincero deseo de que al fin haya una tienda de libros en el pueblo donde creció y donde ahora reside para poder cuidar a su madre enferma. Quienes hayan degustado la autopsia emocional y de recuerdos que acomete en ‘Adiós, pequeño’ (Planeta), su última novela, que va ya por la quinta edición, entenderán que en este momento de su vida haya querido huir de los focos y volver al lugar del que salió, y donde sana heridas que no esconde.

-Muchos de los nuevos libreros confiesan que soñaban con tener una librería propia. ¿Es su caso?

-Llamarle sueño a lo mío me parece demasiado romántico. Soy un amante de las librerías, de niño me gustaba acercarme a ellas y luego las he buscado en los países que he visitado. Tengo libros escritos en idiomas que desconozco y que compré únicamente porque me atrajeron las librerías donde los encontré paseando. Pero mi librería responde a un impulso diferente. Yo no soñaba ser librero, solo deseaba que en Buñol, que tiene 10.000 habitantes, dos de las bandas de música más importantes del mundo y mucha cultura, hubiera al fin una librería, porque nunca tuvo. Pero jamás me habría planteado abrirla en otro sitio.

-¿Hizo un estudio de mercado?

-Ninguno. Solo miré cuánta gente vive en Buñol y su comarca, vi que no había ninguna librería en los alrededores, y pensé que esto había que arreglarlo. ¿Y quién mejor que yo para hacerlo, que conozco la zona y soy escritor? Mi único estudio de mercado consistió en visitar la biblioteca pública y preguntarle al bibliotecario, que es el mismo que había cuando yo era un crío, qué lee la gente. Solo sumé a ojo el precio del alquiler, el sueldo de la persona que estará siempre en la librería, los gastos del seguro, la alarma, etcétera, y así me hice una idea de lo que he me estoy jugando.

-¿Es difícil montar una librería?

-Me ha sorprendido la montaña de burocracia y trabas que hay que vencer para abrir un negocio. No me parece normal, esto es algo que debería corregirse. Lo demás fue muy sencillo, porque soy de aquí y conozco a los vecinos. Con ayuda de Nuria, la de la droguería, fuimos preguntando por los locales vacíos del centro, que por desgracia hay muchos. Quería que la librería estuviera en la plaza del pueblo, entre la iglesia, el Ayuntamiento y las dos bandas de música, y resulta que la panadería llevaba dos años cerrada por jubilación del dueño. No hay mejor sitio que el horno del pueblo para montar una librería, aquí se ha cocido mucha masa, ahora se cuecen historias y personajes. Entre la casa de Dios y la del pueblo, he puesto la casa de los libros.

No hay mejor sitio que el horno del pueblo para montar una librería, aquí se ha cocido mucha masa, ahora se cuecen historias y personajes. Entre la casa de Dios y la del pueblo, he puesto la casa de los libros.

-¿Una librería es un buen negocio en los tiempos que corren?

-No me lo he planteado. No pretendo hacerme rico vendiendo libros, ni creo que sea eso lo que buscan quienes deciden abrir hoy una librería. A veces debe ser el corazón el que te guíe, no el bolsillo. ¿Hay riesgos? Claro que sí, pero no debemos permitrir que el miedo nos paralice, que vamos a estar muertos muchos años.

-Lo cierto es que los libros siguen vendiéndose. Hace diez años parecía que el sector se iba a pique.

-Porque las pantallas llegaron arrasando y eso nos dispersó. Pero hay algo de calidez en el libro, de vínculo emocional con el objeto, que no lo ofrece el digital. Es fascinante ver cómo la gente los mira y los toca cuando entra en la librería, cómo giran la cubierta, leen la sinopsis, los hojean… Al teatro le pasa algo parecido, siempre está en crisis, pero ninguna pantalla te hará sentir lo que sientes cuando tienes a Pepe Sacristán ante ti sobre un escenario.

Máximo Huerta.

Máximo Huerta. / Fernando Bustamante

-La compra de libros y los índices de lectura han crecido como nunca tras la pandemia. ¿Cómo lo explica?

-Porque íbamos con mucha prisa y aquello nos obligó a parar, y leer tiene que ver con la lentitud, con ese café que te preparas tranquilamente en casa para tomártelo mientras te sumerges en ese libro. Creo que la vida lenta se está recuperando. Ahora se hacen estudios sobre la España vaciada. Estoy convencido de que pronto se harán sobre la vuelta de la lentitud. Yo la practico. Para mí no hay mayor placer ahora mismo que salir a caminar con mi perra sin rumbo y hasta que ella decida acabar ese paseo.

No pretendo hacerme rico vendiendo libros, ni creo que sea eso lo que buscan quienes deciden abrir hoy una librería. A veces debe ser el corazón el que te guíe, no el bolsillo

-¿Así es su vida ahora?

-Vivo en el pueblo donde crecí, a 15 minutos de Valencia y una hora y media en AVE de Madrid, en el centro de mi mundo, disfrutando de los amigos de toda la vida, de lo que siempre ha sido mío, ése que de pequeño pensé que se me quedaba estrecho y luego descubrí que no. Me dedico a cuidar a mi madre, que tiene demencia y cáncer, atender la librería, estar con mi pareja y pasear a mi perra. Mi vida de ahora parece el inicio de una novela o de una película de Coixet.

-¿Y escribir?

-Sigo haciéndolo. Ya estoy con la siguiente novela y esta semana me han llamado para encargarme otra. Lo próximo será una ficción al uso, no pondré tanta carne en el asador como hice en mi último libro, ‘Adiós pequeño’, donde vacié mis recuerdos. Ese libro está conectado con la decisión de volver a mi pueblo y con amar las cosas pequeñas, con cuidar a la madre, sentir que la vida dura muy poquito, que la madre se muere y que tú también te haces mayor.

-¿Dónde queda el Máximo de la tele?

-Acabo de grabar un programa de entrevistas para el canal valenciano À Punt, que he disfrutado mucho porque es un formato muy bueno y divertido, pero lo hice porque lo grabábamos aquí al lado. Ahora mismo no me iría a Madrid a hacer un programa diario. Me ofrecieron volver a presentar el Benidorm Fest y dije que no. En este momento está por encima mi vida personal, con lo que eso implica de cuidar a mi madre y estar con mi pareja, mi librería y mis amistades de aquí.

-En su último libro confiesa que hace años los focos le confundieron.

-Sí, porque los focos deslumbran mucho al principio, sobre todo a alguien de pueblo como yo, y te impiden ver lo que de verdad importa. Cuando acabé la etapa de los informativos y entré en el magazine, reconozco que me deslumbraron y perdí un poco la noción de quién era. Actué de manera torpe, no sabía moverme, todo brillaba demasiado.

-¿Ahí no le apetece volver?

-Si volviera atrás, hay muchas cosas que haría de otra manera. Siempre he confiado en las personas y eso a veces me ha hecho tropezar. He entrado en demasiados suelos que estaban recién fregados y resbalaban. 

-¿La política es uno de ellos?

-Es que yo nunca he estado en política, yo estuve en Cultura, y desde que acepté gestionarla, en aquella semana en la que nadie más lo sabía, lo preparé todo con ilusión. Otros se habrían dedicado a anunciarlo. Yo guardé el secreto. Hablé con la ministra francesa de Cultura, convencí a Conchita Martínez, que estaba en Roland Garros, para que llevara Deportes, me preparé para hacer ese trabajo, pero no me preparé para todo lo demás. Me subí al Dragón Khan y duré lo que dura un viaje de Port Aventura.

Si volviera atrás, hay muchas cosas que haría de otra manera. Siempre he confiado en las personas y eso a veces me ha hecho tropezar. He entrado en demasiados suelos que estaban recién fregados y resbalaban

-¿Cómo recuerda todo lo que pasó después?

-El otro día estuve en el Palacio Real y me tocó en una fila llena de ministros del PP, que por cierto son divertidísimos. No tienen que demostrar que son cultos como le pasa a la izquierda, ellos simplemente lo son. Me llamó la atención que todos hablaban del sabor amargo que les había dejado su paso por el ministerio, y eso que a muchos les fue muy bien. A mí no me hizo daño la política, me dañó cómo el periodismo trató aquella noticia. No tengo rencor, tengo dolor, me sigue doliendo. 

-¿Le interesa la política, la sigue?

-Claro que sí, y no me gusta lo que veo, porque los políticos de hoy nos tratan como consumidores, no como ciudadanos. Hay que consumir declaraciones, tuits, mensajes, proclamas, consignas… Todo se consume rápido, los problemas gordos los olvidamos pronto porque en seguida nos ponen otros delante como si fueran ofertas. El panorama político está demasiado revuelto y polarizado, y eso se contagia al pueblo.

-¿Eso cómo se corrige?

-Con otra hornada de políticos, porque los que hay calientan el horno innecesariamente. 

-Locutor de informativos, presentador de magazines, autor de novelas, librero… Si alguien que no le conoce le pregunta a qué se dedica, ¿qué responde?

-Que soy escritor. Mi madre, que tiene demencia, a veces me reconoce y a veces no, y de vez en cuando me dice: tú eres el escritor, ¿verdad? En realidad, es lo primero que quise ser. Yo entré en el periodismo porque me gustan los reportajes, los especiales, lo que se hace con tiempo, no las noticias rápidas que se escriben mal, y más ahora con el ‘clickbait’. A mí me gustaban las crónicas, pertenezco a ese lado del periodismo. Pero una mañana me quedé en paro y ese mismo día, un martes y trece, me contrataron en la tele. La vida me puso allí, pero yo venía de dirigir la sección de Política en un periódico. La vida te lleva donde te lleva. 

-Y ahora le ha llevado a montar una librería.

-Recomendar libros es maravilloso. El otro día entraron tres chavales que parecía que venían de entrenar al fútbol, por el físico y estética, pero me puse a hablar con ellos y se llevaron a Proust. ¡A Proust! Lo que más gracia me hizo es que no me reconocieron. Al ir a pagar, le preguntaron a Juan, que está en la caja: me suena su cara, ¿quién es?