Recién regresados de la maratón del Congreso de la Lengua en Cádiz (maratón de palabras y de música: Don Felipe tocó allí el cajón en una sesión que lo consagró como el rey cajonero), los reyes de España se sometieron anoche a un ejercicio de nostalgia y de porvenir en el que el libro es el protagonista.

Era el centenario de la Casa del Libro, que el bisabuelo de don Felipe inauguró hace cien años en la Gran Vía madrileña, destinada entonces a cambiar la fisonomía de la capital de la monarquía. El bisnieto significó anoche una continuidad que es reflejo cultural de un país que tenía como cabeza visible de la intelectualidad al filósofo José Ortega y Gasset y del comercio industrial de la cultura a Nicolás de Urgoiti.

Años después aquellos uniformes verdes siguen existiendo. La Casa del Libro tiene 54 librerías en toda España, y mantiene una tradición que se inauguró como una novedad que persiste: se acabaron, en las librerías, las vallas, se abrieron las compuertas y los lectores que vinieran en busca de la preciada mercancía (barata o cara) podían tocar los libros como si los hubieran escrito. Fue la librería que abolió la frontera del mostrador.

Sólo hay unas librerías, las Bertrand, de Barcelona, que superan en la solera del tiempo a esta. Antes de que se llenara la sala del Círculo de Bellas Artes, que acogió este momento estelar de Planeta (el grupo que controla La Casa del Libro) a unos cientos de metros de la sede real de la vieja Casa del Libro, sonó por el aire una evocación de Nino Bravo, “ligero equipaje para tan largo viaje”. En seguida se explicó la tonada del valenciano, pues el equipaje de los libros, si es verdadero, aligera la mente, la hace volar, y el viaje está en marcha.

Lo dijo José Crehueras, el presidente de Planeta, que siguió en cierto modo esa inspiración musical, pues aludió al binomio Casa y Libro (o Liber) como los lugares en los que se encuentra la naturaleza imbatible del libro como marca de la vida hecha mejor: la vida de lector.

El mejor vicio, decía el presidente de los Gremios de Editores españoles, Daniel Fernández, “porque ayuda a quienes quieren ser mejores, cuya necesidad para serlo se satisface con los libros”. Julia Navarro, cliente de siempre (anteayer se compró allí Dos de Irene Nemirowski) de la librería tiene esta idea de por qué un establecimiento así dura cien años: “Porque lo hace bien y no pierde el contacto con la realidad y con los lectores, así que conserva lo bueno del pasado y todo lo que le ofrece el presente”. Ella ha ido en busca de historia, cuando era estudiante, y ahora va por los clásicos y por los modernos entre los cuales, así es, ha de tropezarse con sus propios libros.

La Casa del Libro convocó a dos escritoras de Planeta para que certificaran la alegría del acontecimiento, como reflejo también de la pujanza editorial de la matrizCarmen Posadas escribió el principio de la historia del centenario que viene, y María Dueñas hizo recuento de su relación con aquella librería de la que llevaba libros a su padre en los años en que vivía de estudiante que iba y venía de Alicante a la universidad madrileña.

Ahora es también lectora de La Casa del Libro, donde transita entre sus propias ficciones. Al periodista le dijo que lo primero que compró aquí, de muchacha, eran libros de latín y de filología publicados por Gredos. Ahora sabe latín, o al menos es de las escritoras que, en su prosa, mejor muestra esa enseñanza que le dieron los clásicos. “La Casa del Libro ha tenido la habilidad y la inteligencia de adaptarse al nuevo comercio sin perder su alma”.

Fernando Benzo, el último premio Azorín (que proclama Planeta) con Los perseguidos (saldrá el 12 de abril), sabe que cuando se publique su libro lo primero que hará es ir a La Casa del Libro (eso lo ha hecho con sus tres novelas anteriores) a ver si ya lo han consignado en las estanterías, “pues hasta entonces es como si no hubiera existido”. La librería es “empatía y alma”, decía el decano de los periodistas culturales españoles, Sergio Vila Sanjuán. “Un comercio cultural funciona si tiene alma, poso tangible, vida”.

El libro está seguro. Tras años de incertidumbre este centenario, dijo Crehueras, consolida una esperanza que contiene esos término, casa libro, como esencia de su significado: el refugio, al que se acoge el lector para defender su libertad de saber.

Cuando se dispersaron las palabras los reyes pasaron a la imagen. Un volumen sólido, de colores amarillo y negro, adornado con las viejas fotografías del pasado, es el trasunto editorial del homenaje a lo antiguo, que doña Letizia y don Felipe miraron como si estuvieran viajando a la primera piedra que puso el bisabuelo. En la zona de actualidad de ese volumen, en colores de ahora, numerosos autores explican con sus libros el porvenir al que amanecen.

Un himno cantado por lectores niños, adolescentes, adultos, puso el contrapunto de aquel que había dado la bienvenida a la concurrencia. Nino Bravo hablaba del largo viaje. Estos cantores invitaron a los que ahora van a por el segundo centenario a proseguir el coro que expresó esta convicción: “Hay un mundo que es como soñar”.

Es el himno inédito del centenario. Veintitrés voces para atraer a esta hora el tiempo que hacía en 1923 cuando la Gran Vía estrenaba librería. Anoche aun hacía sol cuando los reyes se despidieron de la librería que inauguró el abuelo.