"Las estrellas están ahí, solo tienes que mirarlas" (Kurt Cobain).

En mayo de 1992, el cantante de Nirvana protagonizaba su particular revolución desgañitándose en los surcos de vinilo de Nevermind , el álbum que marca el antes y el después del rock en su reinvención grunge . El día 10 de ese mes, un domingo soleado, justo mientras que el festival Womad celebraba su primera edición, Cáceres culminaba, pasadas las ocho de la tarde, otra revolución indeleble con su ascenso a la Liga ACB, la máxima categoría del baloncesto español.

La canasta en el último segundo de Jordi Freixanet ante el Prohaci Mallorca que suponía el 80-79 en el marcador del cuarto partido del playoff ha quedado en el imaginario colectivo como un momento insuperable, una explosión de júbilo sin precedentes en la ciudad y hasta en la región, identificadas con el proyecto de un puñado de jugadores y técnicos modestos que consiguieron emocionar a todos con un éxito inesperado.

Las secuelas en positivo de aquello fueron incalculables. El Cáceres CB elevó la autoestima general en un instante que rebasó lo deportivo y alcanzó lo sociológico. Abrió el camino para que el deporte extremeño se viese capaz de todo: los cuatro ascensos a Primera División consecutivos que totalizaron poco después Mérida y Extremadura, las medallas olímpicas de Juan Carlos Holgado, Nuria Cabanillas y Juancho Pérez y las participaciones del propio equipo de baloncesto en competición europea, cuatro en total.

La intrahistoria

"Esto es más importante que el descubrimiento", acertó a decir el entrenador del equipo, Martín Fariñas, todavía chorreando agua en los vestuarios tras ser duchado por sus jugadores a modo de celebración. Se refería --lo ha aclarado algunas veces-- a que los actos de celebración del quinto aniversario de la llegada de España a América habían repercutido menos en Extremadura que la conmoción y las sinergias que habían supuesto el ascenso. Era la inauguración de once intensos años que incluyeron, por ejemplo, el debut en la ACB de Pau Gasol (17 de enero de 1999).

Fue el colofón perfecto de una temporada llena de emociones que había empezado en el verano del 91 con la compra de la plaza en Primera División --la actual LEB Oro-- del Bosco de Vigo. Era Cáceres entonces una plaza secundaria en el basket extremeño, dominado por el pujante Caja Badajoz. El club local sobrevivía en Segunda y se manejaba en una sede de apenas 15 metros cuadrados en la calle Arturo Aranguren. El presupuesto en el debut en la categoría no era, desde luego, de los más altos.

El escenario varió por completo en los siguientes meses con Fariñas dirigiendo el equipo con su particularísimo estilo mesiánico y José María Bermejo armando un club que crecía exponencialmente con un histórico del basket local como Jesús Luis Blanco ejerciendo de cerebro en la dirección deportiva. Las principales empresas de la ciudad se fueron volcando en su apoyo.

Jiri Okac era el icono en la pista, pero al rubicundo checo de 2,14 de estatura le secundaron otros actores principales como los bases Angel de Pablos y Toni Romero; los aleros Juan Méndez, Roberto Gómez, Gabriel Abrines y Freixanet y los pívots Felipe García, Pepe Benedé y Santi García. También colaboraron en el logro tres jóvenes como Alvaro Rodríguez, Víctor Ruiz y Quique Silván; el ayudante de Fariñas, Ñete Bohigas; el delegado, Juan Luis Morán; el preparador físico, Lázaro García; el médico, Jesús Pérez Caro, y el fisioterapeuta, Juanjo Rubio. Todos conformaron una fabulosa fusión de ambición, estajanovismo y carisma que solamente pudo parar el Festina Andorra, ante el que, unas semanas antes de batir al Prohaci, se había perdido la primera ocasión de subir. Pero la vida casi siempre da una segunda oportunidad.

En realidad, la auténtica estrella de aquel Cáceres no tenía cara ni apellidos. O más bien miles de caras y miles de apellidos. La afición llenó la pista de la Ciudad Deportiva en todos y cada uno de los encuentros, algunos de ellos incluso poniéndose en cuestión la seguridad al rebasarse descaradamente el aforo. 3.000 almas gritando desde una hora antes hasta una hora después. Y muchas más en casa, pegadas a la radio ante la imposibilidad de conseguir una entrada. Una locura colectiva que sembró una costumbre que perduraría años: Cáceres y los cacereños habían hecho de la canasta y el balón naranja su principal seña de identidad, rivalizando incluso con la zona monumental.

"Creo que soy imbécil o quizá sólo sea feliz" (Kurt Cobain).