A los 54 años, Santiago Lange y su compañera Cecilia Carranza, de 29, no solo han obtenido en los Juegos Olímpicos de Río 2016 la medalla de oro en la Clase Nacra 17 mixta de la vela: también han logrado que una sociedad como la argentina, que ama tanto el éxito y hasta rechaza un segundo puesto, le dedique por unas horas parte de su entusiasmo.

Lange se convirtió, de la noche a la mañana, en símbolo de todo lo que se puede hacer frente a la adversidad. Nadie -ningún político- quiere perder la oportunidad de invocar su ejemplo, el del hombre que derrotó al cáncer y con un solo pulmón se convirtió en el héroe de la Bahía de Guanabara.

INGENIERO NAVAL

Hace un año, este ingeniero naval y diseñador que ya había ganado dos medallas de bronce junto con Camau Espínola no pensaba en la posibilidad de participar de los Juegos de Río. Creía que su vida deportiva estaba completamente arruinada. “Fue tremendo. Yo lo llevé al hospital en Barcelona cuando se descompuso. Jamás pensé que podría recuperarse y acá estamos, listos para navegar”, le dijo Carranza al diario 'Clarín' antes de lanzarse al mar en Río de Janeiro.

Mi filosofía y lo que he aprendido con el deporte me ayudaron muchísimo. Haciendo vela aprendes a sufrir de cierta manera, a atravesar momentos difíciles y mantenerte en pie y seguir luchando”, explicó él. Lange tiene una larga historia como regatista. Estuvo en Seúl 1988, luego en Atlanta 1996 y Sídney 2000. Las medallas le llegaron en Atenas 2004 y Pekín 2008. “Compito contra los hijos de quienes fueron mis rivales”, le dijo a 'La Nación'.

EL ESTÍMULO DE LOS HIJOS

Pero algo más: sus propios dos hijos, Yago y Klaus, participaron de los Juegos en la clase 49er. Y fueron ellos el principal estímulo para lanzarse otra vez al agua. Todo quedó, de algún modo, en familia. La pareja alcanzó el oro después de remontar dos penalizaciones. Cuando todavía no había llegado a la costa, Yago y Klaus alcanzaron el velero a nado y se fundieron en un abrazo con su padre.

Lange se define como trabajador y obsesivo. “Me gusta navegar bien y cuando no lo consigo, me enojo con todos”. No entiende la vida sin navegar. Lo hizo desde pequeño y dicen que la pasión le costó su matrimonio anterior. Como no tenía dónde vivir, encontró la solución en un barco. “No tenía un mango (centavo), y un amigo me prestó un barco: terminé estando cuatro años ahí”.

Del amor se va y viene. Lo que no esperaba, dice, era el cáncer que se detectó a tiempo. Lo operaron en septiembre pasado y desde que le dieron el alta, dos meses más tarde, se fijó en el horizonte el oro que antes se le había escapado de las manos. Se preparó como nunca. Llegó a la “ciudad maravillosa” a principios de este año. “Quiero recuperar el tiempo perdido”, le dijo a Carranza. “ Nosotros somos los primeros en ir al agua para entrenar y eso es porque él siempre quiere mejorar. Me encanta navegar con Santi porque aprendo mucho todos los días”, dijo su compañera.

EMOCIÓN INCONTENIBLE

Mientras se desplazaban a toda velocidad por la bahía de Guanabara no estaban seguros si les alcanzaba para cumplir el sueño. Al cruzar la meta, Lange y Carranza se miraron intrigados. Ella le dijo que creía que se quedaban con la medalla de plata. De repente, un bote de goma se les acercó a los gritos. “Oro, oro”, escucharon. Lange subió al podio sin poder contener su emoción.

Cuando sonó el himno argentino se le escaparon las lágrimas y no faltó en esta ciudad el inoportuno que recordó el modo en que Leonel Messi reacciona ante la melodía patria. “¿Vieron cómo lloró Lange?”. El regatista dijo que después que no fue la canción nacional la que desbarató su compostura sino la presencia de sus hijos y el hecho de que, de alguna manera, la victoria había sido la de toda una familia.