En su primera aparición ante la prensa como jugador del FC Barcelona, Kevin-Prince Boateng no necesitó más de un cuarto de hora para dejar claras dos cosas: que tiene perfectamente asumido cuál será su rol en el equipo y que sabe cómo finiquitar una conversación cuando la cosa se pone tensa. Le preguntaron en el Camp Nou por esas declaraciones de hace un par de años en las que afirmaba que su sueño era vestir la camiseta del Real Madrid y se deshacía en elogios hacia Cristiano Ronaldo y él, sin mudar el gesto, respondió: “Ahora soy jugador del Barça. El mejor jugador del mundo, de este mundo y de todos los mundos, es Leo Messi, y lo ha demostrado durante estos 10 años. Gracias. Hasta luego”. Y apagó el micrófono. Fin de la comparecencia.

Existía en la sala de prensa cierta expectación malsana por ver de qué guisa se presentaba el futbolista germano-ghanés, precedido como venía por su bien trabajada reputación de hombre excéntrico y farandulero. Pero si alguien esperaba ver a un gallo arrogante y 'malandro' rodeado de un ejército de pandilleros, se llevó un chasco grande. Sobriamente ataviado con un chándal del equipo y manejando un castellano más que aceptable (también habla con fluidez alemán, inglés, italiano y turco), Boateng mostró un perfil humilde y maduro y apeló incluso a la responsabilidad que conlleva su condición de padre. “Quiero que mis hijos me puedan mirar como un ejemplo”, dijo.

AÑOS SALVAJES

Atrás, muy atrás, quedan sus años salvajes en Londres, un periodo de extravío y disipación en el que se forjó su leyenda de tipo fiestero y problemático. Boateng llegó a la capital inglesa con 20 años recién cumplidos para jugar en el Tottenham. Criado en las calles de Wedding, un suburbio berlinés donde la inmigración y el desempleo alcanzan índices muy por encima de la media, y huérfano de referentes familiares viables (su hermano mayor, George, vio frustrada su ambición de convertirse en futbolista profesional cuando una serie de malas decisiones lo condujo a prisión), Kevin-Prince no supo asimilar el cambio. Dejó de contar para el entrenador y su carrera estuvo a punto de estrellarse justo cuando empezaba a despegar.

“Todas las noches salía hasta las seis. Llegué a pesar unos 95 kilos, hinchado por la bebida y la comida basura -explicó en el 2017 al periodista Sid Lowe en una entrevista para 'The Guardian'-. Pero solo tenía 20 años. A esa edad no piensas que las cosas vayan mal ni aunque no juegues. Ves llegar el dinero y te dices: ‘Ok, buscaré la diversión en otro sitio’. Chicas, clubs nocturnos, amigos… Falsos amigos”. Boateng llegó a comprar tres coches en un día. Y posó junto a ellos para una fotografía que aún guarda y en la que parece, dice, el rapero 50 Cent.

EL ENCUENTRO CON KLOPP

Todo cambió con la cesión al Borussia Dortmund y el encuentro con Jürgen Klopp, al que aún hoy considera el mejor técnico del mundo. Solo coincidieron seis meses, pero ese tiempo fue suficiente para que el entrenador de Stuttgart le abriera al jugador un nuevo horizonte. El cambio de actitud no significó el fin de sus episodios de rebeldía (es célebre la imagen en la que aparece fumando un pitillo durante un control antidóping en sus días en el Schalke 04; poco después fue apartado del equipo nacional de Ghana por un enfrentamiento con el seleccionador Kwesi Appiah), pero sí le hizo recuperar la ilusión y le animó a centrarse en su carrera.

A punto de cumplir los 32 años, Kevin-Prince Boateng sabe que su trayectoria no ha sido ejemplar. Pero sabe también que todo ese bagaje de experiencia que atesora, con sus buenas y sus malas decisiones, le brinda la oportunidad de ayudar a jóvenes futbolistas que, como él en su día, corren el peligro de dilapidar su talento por falta de una tutela adecuada. Lo explicaba él mismo en la citada entrevista de 'The Guardian': “He cometido errores en mi vida. Lo acepto. Pero no quiero ver cómo otros jóvenes jugadores hacen ese tipo de cosas estúpidas que te dejan una etiqueta para siempre: 'Chico malo', 'bebedor', 'fiestero'…”.

No es descabellado, pues, pensar que en el vestuario azulgrana encontrará alguna manera de ayudar al equipo más allá de su aportación en el campo de juego.