El de Mercedes Pila Viracocha es un historión. Y, por muchos tópicos en negativo que contenga sobre lo que es la vida cotidiana en muchos lugares de Latinoamérica, acaba con un final feliz: hace apenas diez días conseguía la medalla de bronce en el Campeonato de España de maratón haciendo la mejor marca de sus 40 años de vida, de su complicadísima vida. Nació en Ecuador, pero tiene la nacionalidad española y desde hace cuatro años vive en Jarandilla de la Vera trabajando en una explotación agrícola. Al mismo tiempo, entrena junto a su pareja, Gonzalo Bernabé. Sus éxitos tanto en atletismo como en la modalidad de carreras por montaña han sido crecientes y se ha convertido en aspirante a, ya con 41 años, ser olímpica el próximo verano en Tokio.

Nacida en la sierra, muy cerca del volcán de Cotopaxi y a 85 kilómetros de la capital, Quito, en la humildísima San Juan de Pastocalle (10-6-1979), su infancia fue todo menos idílica. «Mi padre era alcohólico y mi madre ha trabajado mucho y estaba sola. Yo misma he trabajado desde que tenía 12 años. No teníamos para comer y mucha gente ni se te quería juntar porque éramos tan pobres… A veces solo comíamos un trozo de limón que nos vendían por un céntimo en el colegio. ¡Ni siquiera un limón o medio limón! ¡Un trozo! Era lo que nos servía», cuenta, intentando que no se le rompa la voz.

Pero que nadie se imagine a una persona débil, cobarde ni derrotada. Llegó a España en el 2000, con 20 años. «El mes en el que los cumplí decidí venirme por necesidad. Mi familia no alcanzaba. Un primo que tenía aquí me dijo que, con un mes que trabajase, ya podía tener la lavadora, la nevera… En Ecuador compré una licuadora y estuve dos años pagándola a plazos», cuenta. Trabajó como empleada de hogar, pero «tras tres años de interna en una casa no me querían hacer los documentos, me querían tener casi como esclava. Así que me cambié a otro trabajo con una mujer muy honesta que me ayudó con los papeles y a conseguir la doble nacionalidad».

El deporte siempre fue su vía de escape, aunque también fuente de problemas con una expareja de su país. «Me trataba mal y no me dejaba correr. Tenía que entrenar a escondidas, como cuando era pequeña y lo que hacía era fútbol», apunta Pila, a la que la vida le cambió cuando conoció en Madrid a Bernabé gracias al atletismo. Lo rememora de un modo emocionante: «Terminó la carrera y le vi comiendo una naranja sentado en el suelo, al lado del podio. Se le veía tranquilo y honesto. Le dije: «oiga, necesito ir a Colmenar. ¿Me podría llevar?». Dijo que sí, y me dio parte de su naranja. Fue un detalle que me llamó mucho la atención. Cuando estuvimos hablando, le dije que estaba buscando un entrenador y me dijo que él lo era. En dos meses decidí que tenía que irme con ese hombre. Me dije: ‘si este me sale malo, ¡ya me quedo sola para siempre!’».

ENAMORADA DE LA VERA

Extremadura entró en su vida tiempo después cuando ambos fueron a entrenar un día a La Vera. «Él conocía esta zona y un día venimos a entrenar aquí. Me encantó y le dije que me quería venir. ¿Por qué no? Pidió el traslado del trabajo y se lo dieron. Ya llevamos cuatro años aquí. La gente es como en mi pueblo. Vas dando los buenos días a todo el mundo por la calle», apunta, agradecida al máximo a su pareja. «Siempre le digo que Dios me lo ha regalado», proclama, confesándose «muy religiosa porque siempre llevo a Dios por delante».

Tan positiva es que sus buenos resultados actuales no la llevan a caer en la tentación de pensar en qué hubiese pasado si hubiese tenido un entrenamiento profesional desde joven. «No tengo esa melancolía. Mi esposo me ha trabajado mucho psicológicamente. Me ha hecho entender que hay que disfrutar mucho de la vida», reitera.

Hasta ahora su trayectoria había estado más centrada en las pruebas de trail, que le ocupan de marzo a septiembre. Su mayor éxito fue un bronce en el Campeonato del Mundo de ‘skyrunning’ disputado en Escocia en 2018. En los 52 kilómetros de recorrido demostró una fiereza espectacular, pero lo mejor estaba todavía por llegar.

OBJETIVO: BADAJOZ

El registro de 2 horas, 42 minutos y 56 segundos logrado en el maratón de Sevilla la dejó sorprendida. Es cinco minutos por debajo de su anterior mejor tiempo. «Había chicas que tenían mejor marca que yo y que eran más especialistas en el asfalto. Esperaba un cuarto o un quinto puesto. Fue uno de esos días que vas volando. No sientes ni que corres. Disfruté de la plaza de España, el estadio del Betis… Fue algo que en las carreras por montaña no he sentido. Y eso que llegué allí un poco disgustada porque un patrocinador que me daba una ayuda, me la quitó. Me dolió y lloré, pero la felicidad que luego Dios me ha dado ha sido el doble o el triple», cuenta, muy agradecida a Isla Sport Gym&Fitness, que sí la ha apoyado.

En una vida así, perseguir sueños se convierte en una utopía posible. La próxima es colarse en los Juegos Olímpicos de Tokio si continúa mejorando su marca. «Lo voy a intentar en el maratón de Badajoz», apostilla. Será el 22 de marzo. La niña que solo tenía un trozo de limón para comer en Ecuador no se arruga ante nada: «Estoy feliz. Este país me ha dado un esposo maravilloso, una vida deportiva buena».