Creo que ya puedo discutirle a Platón sobre el amor. El sábado llegué con puntualidad y nervios al lugar acordado para vernos. Después de tanto tiempo viéndote tan lejos, te tuve cerca. Sin embargo, no todo salió como imaginaba. No hubo el típico y gratuito beso de presentación, porque con esta nueva normalidad ya ni se roban, ni se regalan. Pero sí hubo esa magia sin trucos necesaria y tangible que se da en las primeras citas.

Volver a ver fútbol en vivo es lo más parecido a quedar con tu crush Algo que veíamos tan utópico y que, después de tanto tiempo, se hace realidad. Reconozco que cuando vi a Cristo saltar al verde del Romano sentí un escalofrío comparable al que recibo con la mirada de esa chica, aunque este fin de semana confundí fútbol con amor y ya no sé si quiero más citas con ella o con él.

En las gradas había los típicos nervios de dos jóvenes que se gustan, pero que no se atreven a dar el primer paso. «¿Saludo con el codo a ese aficionado de la hinchada rival?», eterna duda de esta primera cita. Quizás los nervios o quizás el exceso de ganas hizo que aquel primer encuentro no acabase con ese beso interminable con el que siempre finalizan las primeras citas en las pelis. Pero dio pasó a una segunda quedada.

Y entonces, en ese segundo encuentro, sí se notó que estamos hechos el uno para el otro. La sinfonía era distinta. Más calor con menos temperatura. El fútbol, como el amor, produce emociones inexplicables e ilógicas. Y en el choque entre Cacereño y Coria ocurrieron cosas tan poco lógicas que explican lo que es el fútbol.

Es poco probable ganar un partido con un solo disparo a puerta, pero el Cacereño demostró que no es imposible y lo hizo. También es incomprensible levantarse después de un mazazo así, pero viendo cómo despidió la hinchada cauriense a los suyos estoy seguro que lo harán. ¿Y saben lo mejor? El sábado tenemos otra cita y algo pendiente: un ascenso.