A Marta Frías el arbitraje le apasiona. No tiene pudor en reconocerlo. Pero aunque no lo hiciera, le delata su forma de hablar de un hobby, casi una profesión, en la que se metió hace 20 años, media vida, siguiendo el consejo de un amigo. Hoy, esta extremeña nacida Villamesías (1980) que emigró a Zaragoza por motivos laborales, es una de las referentes del arbitraje femenino español y el pasado sábado fue la encargada de dirigir la final de la Supercopa de España entre el Atlético y el Levante, donde se impusieron 0-3 las rojiblancas.

«Soy una romántica del arbitraje», dice ella, adscrita al Comité Aragonés. Después de dos décadas arbitrando ha dirigido más de 2.000 partidos, desde el fútbol base hasta campeonatos de Europa, pero asegura que sigue sintiendo «mariposas en el estómago» antes de cada encuentro. «El día que se me vayan será el día que lo deje», dice. Es colegiada de Primera Iberdrola, de la Tercera aragonesa, asistente en Segunda B y desde hace una década porta la escarapela FIFA, pero muchos fines de semana sigue bajando al barro para dirigir encuentros de juveniles e incluso cadetes. «Colaboro todo lo que puedo con el fútbol base, aunque antes arbitraba más, ahora hay que dosificarse», dice riendo. «Y por suerte hay más gente».

«Queda lo mejor»

A que haya más gente, sobre todo más chicas, ha ayudado esta pironda (gentilicio de Villamesías), referente del arbitraje femenino aragonés, aunque a ella esta expresión le parezca exagerada. «Lo único que he hecho es ir trabajando día a día y no me he dado cuenta que he ido abriendo puertas», apunta. «Siempre tiene que haber alguien que abra camino», reconoce al final. «Me siento orgullosa de que el arbitraje femenino haya crecido. Y nos queda lo mejor».

Marta Frías, en el centro, antes del Madrid-Levante. (LaLiga)

Queda lo mejor, repite, aunque aún haya mucho camino por recorrer para poder equipararlo al masculino. Vivir del arbitraje femenino es imposible. Ha evolucionado desde que empezó --«creo que éramos 10 o 15 árbitras en España»--, pero aún quedan muros por tirar. «Ahora esto es una autopista y quien la coja en este momento, con trabajo y constancia, puede llegar lejos», explica Marta Frías, feliz por la época que le ha tocado vivir. «La pasión y el esfuerzo con el que nosotras empezamos, el sacrificio, cómo valorábamos todo, creo que ahora mismo no es lo que era, que las jóvenes no aprovechan las herramientas que tienen, las facilidades que les dan. Creo que vivíamos con más pasión».

Entre sus múltiples tareas (además de todo lo relacionado con el arbitraje trabaja de proyect manager en una ingeniería de iluminación en Zaragoza) ha estado la de impartir cursos y, en alguno de ellos, ha sido capaz de captar a más de 40 chicas para el arbitraje. «Yo solo les doy a conocer esta profesión que mucha gente no conoce bien. Les cuento lo que me ha permitido vivir, lo que aporta... Creo que con el arbitraje maduras un poco antes, porque es una profesión en la que tomas muchas decisiones rápidas y eso, a lo largo de tu vida, te hace ser más autónoma».0

Se considera una privilegiada porque el arbitraje le ha permitido vivir múltiples experiencias y visitar lugares donde quizás no hubiese estado de otra forma. «Le debo mucho al arbitraje y espero, de alguna forma, devolvérselo».

La colegiada extremeña, en una de sus visitas a Villamesías. (Cedida)

Desde hace diez años es internacional y recuerda ese día como uno de los más importantes de su vida. «Fue en diciembre del 2011, tuve tantos nervios y tan ilusión, que ‘desbordé’ y hay cosas que he olvidado. Pero sí sé cómo me sentí, la felicidad, el premio al trabajo». Conseguir la escarapela internacional fue motivo de orgullo, mantenerla lo es aún más. «Hay mucho nivel», apunta ella, la más veterana de las colegiadas españolas que arbitran por Europa. En ese escalón está otra extremeña, la pacense Guadalupe Porras, árbitro asistente. «Es súperamiga mía, de hace muchísimos años. Tenemos una relación excelente».

Junto a ese recuerdo, tiene un lugar especial en su memoria la final de la Copa de la Reina del 2016 «porque aquel día estaba mi familia conmigo».

A sus padres, que siguen en Villamesías, los visita cada vez que puede, aunque ahora, con la pandemia, es difícil. El último encuentro lo permitió el fútbol, el pasado mes de diciembre, cuando tuvo que ir hasta Badajoz para arbitrar un Civitas Santa Teresa-Rayo Vallecano. «Mis raíces, mi tierra, siempre será Extremadura, y tira mucho», afirma ella, que tiene previsto de seguir vistiéndose de corto y colgarse el silbato durante muchos años.