Nadie ha decretado oficialmente su cese, la lucha de clases ha muerto. Esta teoría del antagonismo social calificada por los marxistas como el motor de la historia ha desaparecido. Los españoles, de manera arrolladora, se ven a sí mismas como parte de “una clase media-media”, según demuestran los indicadores sociales que analizan esta cuestión. Ni las fisuras provocadas por las subidas récord de los recursos energéticos o la pandemia han modificado esta autopercepción.

En el fútbol y LaLiga, de partida se manifestaba un sentimiento similar, con la aceptación de un orden gobernante, formado por un triunvirato de supuestos privilegiados. Sin embargo, el desarrollo de las jornadas abre una lucha de clases en la que emergen valores como el carácter trabajador de una plantilla, los obreros del gol, el valor del talento senior, las manifestaciones contra la justicia arbitral o los asaltos del poder de los de abajo que recrean el viejo entorno de la pirámide social. 

Esta construcción se ha tambaleado con los tropiezos del Real Madrid, incapaz de sobrepasar el muro de Osasuna; del Atlético, amargado ante un Levante que coge aire con dos penaltis; y un FC Barcelona absolutamente desclasado que asumió el cambio de rumbo en el banquillo tras sucumbir ante el Rayo, emblema del obrerismo del fútbol. Un equipo que, como en los grandes movimientos sociales, tiene un líder burgués: Falcao, quien puso la cicuta en el vaso de Koeman con un gol de bandera que nació fruto de una jugada en la que salieron retratados los dos caudillos barcelonistas -Sergio Busquets Piqué- que resisten tras la huida de Messi, que volvió monoteísta al Camp Nou durante demasiadas temporadas. A esto hay que unir la fortaleza de equipos de autor como el Real Betis o la rebelión veterana de jugadores como Diego López, que provoca el tambaleo de un deporte que quiere promesas cada vez más rápidas o lucractivas.

El Rayo Vallecano vive un momento dulce sin deshacer la separación de poderes entre la afición y Martín Presa

El Rayo Vallecano de Andoni Iraola representa uno de las dos variantes del fútbol con clase que se impuso en esta jornada. El de la clase operaria que representa un núcleo que prácticamente es el mismo que consiguió el ascenso a Primera, pero que está demostrando mucho más oficio que otras escuadras. El Campo de Vallecas sigue operando como un microestado al margen de la globalización, con una afición entregada con igual dedicación a disfrutar con sus jugadores como a reprender a Martín Presa, presidente y accionista absolutísimo de la Sociedad Anónima Deportiva de la que posee casi el 100% de las acciones. 

Las actuales empresas deportivas viven tensiones internas que han convertido a los estadios en parlamentos en los que reside una soberanía nacional que no es tal si se observa la realidad del poder económico. Corren tiempos convulsos en la propia supervivencia del deporte, con propuestas nunca antes imaginadas como mundiales bianuales o segmentaciones por criterio económico como las que propone la Superliga. Sin embargo, jornada a jornada, conjuntos como el Rayo u Osasuna aguantan el tirón para aguar los sueños de los que piden un fútbol del G-15.

El Real Betis de Pellegrini, una obra de ingeniería civil

Como en la geopolítica, existe un nutrido grupo de equipos no alineados entre los que se encuentra el Real Betis de Manuel Pellegrini. El entrenador en jefe del equipo bético lidera un equipo alegre que hace disfrutar a propios y visitantes. Un equipo registrado que vapuleó el Valencia de Bordalás (4-1) en lo que fue un choque de estilos. El descaro se impuso a la austeridad, aunque ambas formas sean igual de válidas para conseguir el objetivo en LaLiga del spin off, donde el VAR retransmite de nuevo lo retransmitido para crear una realidad paralela. 

El Betis es el fiel reflejo de la importancia de las buenas dinámicas. Pellegrini ha conseguido crear un artefacto que es puro fútbol clase. Talento distribuido por todas las esquinas del campo donde la verticalidad es el principal factor de sustento. El técnico chileno está haciendo valer su apodo de “Ingeniero”, que no es una metáfora, sino que explica su verdadera formación, puesto que mientras despuntaba en el equipo chileno de la Universidad de Chile, cumplió en la otra vía lectiva y se sacó el título de Ingeniería Civil. 

Su obra tiene unos cimientos sólidos en los que cree un equipo con perfiles diferentes, pero que ha hecho complementarios. Véase al 'Panda' Iglesias, fajador, generando segundas jugadas, descolgándose con éxito, pero sabiendo responder igualmente a la tarea del gol. Un deber en el que también está implicado William Carvalho, que encuentra en el Ingeniero Pellegrini el reposo que su cabeza necesita para no ir una marcha por delante de sus compañeros. O Juanmi, a quien el chileno está dotando de un nivel astucia que desquicia a los rivales. 

El talento senior de Diego López, la resistencia del Espanyol

Pero el fútbol de clase no solo se expresa en la creación, sino también en la destrucción de contenidos. Diego López, portero del Espanyol, vive un momento estela en la meta perica. A sus casi 40 años -los cumple el 3 de noviembre-, es el candado de LaLiga. Ningún otro acumula más paradas. Parecen tres porteros, era un pulpo. Ha mostrado un repertorio total”, comentaba resignado Marcelino García Toral, entrenador del Athletic, después del recital de intervenciones y galones que permitió al equipo blanquiazul retener un punto en su feudo. 

Diego López es el triunfo del fútbol de clase trabajadora. Un guardameta que dio el salto al Real Madrid desde el CD Lugo, equipo que ahora vive una dulce historia en Segunda División, pero que a finales de los 2000 no existía en los mapas futbolísticos, donde las ciudades pequeñas figuran solo si se imponen. Diego López es la evidencia del talento senior, ese concepto tan de moda en el ámbito empresarial, pero que en la mayoría de los casos no pasa de etiqueta. Un profesional que, como él mismo admite, quiere hacerse valer “más allá del DNI, demostrando cada día lo que uno vale en el campo”.

Diego López. EFE

El cancerbero gallego es fundamental dentro y fuera del campo. Fue el primero en remangarse y asumir el descenso con el Espanyol a una Segunda División llena de espíritus que quieren volver. El conjunto catalán se negó a formar parte del panteón de equipos ilustres que como el Real Zaragoza expresan sin éxito su continuo deseo de volver al máximo escalón del fútbol español. Conscientes de la dificultad que plantea la categoría de plata y del privilegio que supone militar en Primera, ninguno de los recién ascendidos ocupa puestos de descenso en el arranque del campeonato.

El Mallorca está también un paso por delante de la intranquilidad, aunque su conciencia no es la de "Matagigantes" del Rayo, sino mucho más moderada. Retuvo un punto ante un Sevilla que sigue sin lucir, pero al que le basta una ocasión para percutir. “Si nos dicen que vamos a empatar en casa contra el Sevilla, yo creo que cualquiera lo hubiese firmado. Creo que es una buena noche”, aseguró tras el encuentro Antonio Sánchez, autor del tanto mallorquinista, en lo que podría sonar a un alegato conformista, pero que encierra la realidad propia vivida en los últimos meses. El futbolista, nacido en Palma, vio cómo a finales de julio se truncaba su sueño de debutar con el equipo de su vida en Primera por una operación. Supo reponerse rápido para fijar esta semana un nuevo hito en su carrera, con el primer gol en Primera, de ahí que cualquier asterisco foráneo no le hace daño. 

Las declaraciones de Antonio Sánchez forman parte de la conciencia de clase basada en el ahorro de puntos que tantos equipos de la categoría practican. Otra trasposición al verde de la realidad social, donde el “por lo que pueda pasar” es palabra de ley tras la última crisis. Ese es el contexto social en el que se mueve el Levante, que amargó con dos penaltis transformados por Enis Bardhi la visita del Atlético de Madrid. Es difícil estar abajo y sacar la cabeza, pero aún lo es más defender la condición de privilegiado en un contexto arbitral que se ha enrarecido hasta límites insospechados. 

Simeone: "Me sentí como cuando jugaba y te están buscando la segunda amarilla"

Simeone es el ejemplo del camino hacia el éxito y sostenibilidad deportiva. Pero este año su propuesta está topando con todo tipo de atrancos. La tarifa defensiva le sale cada vez más cara y el equipo se reconstruye tras cada partido, lejos de la continuidad solvente a la que están acostumbrados los aficionados colchoneros. El cabecilla atlético terminó desesperado y expulsado en el Ciudad de Valencia. “Me sentí como cuando jugaba y te están buscando la segunda amarilla”, sentenció tras el encuentro sobre la actuación de Gonzalo Fuertes. Para los visitantes fue un punto vulgar, para los granotas un punto de inflexión desde el que esperan crecer en su salida del abismo. 

Otro de los que caminan por esa cornisa, el Getafe, vio cómo su primera victoria del año se le escapaba entre las manos cuando ya se relamía. Un obrero del gol como Jorge Molina rescató al límite un punto para el Granada, que también vive en la cornisa. Parece que hace un mundo de sus aventuras con Europa, pero prácticamente han transcurrido unos meses en los que el conjunto nazarí ha entendido el valor que tiene un proyecto y, sobre todo, un líder como Diego Martínez, ahora sin equipo. 

Igualmente en el terreno de la especulación de la zona baja, el Alavés ganó el pleito judicial al Elche en un encuentro que volvió a hacer plausible el descrédito del VAR. Como la pandemia, vino para hacernos mejores, y seguramente en muchas situaciones conseguirá imponer el salomonismo que algunos buscan. En otras, malversa sobre el reglamento, reescribe lo dictado y todo para volver al punto de origen, que es la interpretación del colegiado. En este caso, Gil Manzano, que anuló un tanto a Carrillo, jugador del Elche, similar al que dio el triunfo a Francia en la Liga de Naciones. 

El delantero hondureño del Cádiz Anthony 'Choco' Lozano. EFE

Ajeno a todos estos debates está la imperial Real Sociedad, una organización que ha hecho de lo colectivo y de la unidad su principal valor. Esto es crucial en LaLiga de los álbumes de cromos sin estrellas. Que se lo digan al ‘Choco’ Lozano, autor de un triplete con el Cádiz que dejó escapar una oportunidad de oro para saquear al domicilio al Villarreal, que impuso su oficio para apagar la euforia del que la crítica apresurada ha dado en llamar como el nuevo ‘Mágico’ González. Palabras mayores. Frente a esta grandilocuencia, de nuevo, la Real más real y pragmática. 

"Les agarré a ustedes como psicólogos"

El equipo vasco no necesita copar titulares de ningún tipo. Le basta con ir librándose de rivales como el Celta, al que tumbó en Balaídos (0-2) en una tarde donde la lluvia no remojó las ideas del líder absoluto de Primera División. Alguno vaticinó apresuradamente al inicio del curso, después del 4-2 en el Camp Nou, que a los de Imanol Alguacil se les haría larga la temporada, teniendo en cuenta que deberá compatibilizar su desarrollo en LaLiga con Europa. Ese falso presagio puede guardarse en el cajón hasta nuevo aviso que no llegará. En el feudo vigués, Mathew Ryan actuó de salvador en la portería desde su rol de secundario. Isak y Mikel Merino le correspondieron con sendos goles que sumen en la desesperación casera de un Celta al que su afición solo ha visto ganar una vez esta temporada. Y fue en el último minuto ante al Granada. 

La temporada pasada, los aficionados celestes acuñaron el término “chachoneta” para referirse al barco en el que se habían subido y que capitaneaba el ‘Chacho’ Coudet, que esta temporada esperaba mantener el vuelo que había liberado al Celta de temporadas de absoluta mediocridad. Pero fallan los resortes de este vehículo, que podría haber sido fabricado en la contigua fábrica de Citroën de Balaídos. El argentino lo sabe y así se lo hizo saber a la prensa en una rueda de prensa previa de más de media hora. 

“El club me ha dado todas las herramientas. Intentamos hacerlo lo mejor posible desde que terminó el torneo”, dijo, justificando la mala racha que espera controlar lo antes posible, “porque quiero ver feliz a la gente”. “Si fuera por los resultados, nos iríamos chiflados a casa todos los días, pero el público ha sido capaz de aplaudirnos en varios partidos. Los jugadores se vacían y eso es lo que quiero sostener en el tiempo. Por eso firmé por tres años, porque tiene que haber un proceso. Quiero acompañar ese proceso”, añadió en su exposición el argentino, que optó “por hacer más grande” al Celta en vez de “irse a un gran club”. Un ejercicio de reflexión que terminó de un modo que difícilmente se ve en el fútbol de lo milimétricamente medido. “Perdonen la extensión, pero tenía ganas de contar lo que va sucediendo. Estoy solo. No está mi familia. Se fue mi mujer. No tengo con quien charlar. Los agarré a ustedes como psicólogos”, sentenció Coudet, humanizando un juego practicado por profesionales que, al igual que el resto de la masa laboral, vive sus propias contradicciones, acusadas entre la gloria de la victoria y el dolor de la derrota.