En plena Primera Guerra Mundial, en el frente occidental, en un punto a lo largo de las trincheras que se extendían por Francia y Bélgica, el día de Navidad de 1914, los soldados alemanes y británicos protagonizaron una inesperada tregua: dejaron de matarse, salieron de las trincheras, confraternizaron, intercambiaron comida y cigarrillos, y acabaron disputando uno de los partidos de fútbol más célebres e inspiradores de la historia.

Aquella contienda se cobró la vida de 14 millones de personas. Y aquel episodio, llamémoslo futbolístico, aunque el terreno de juego fuera un barrizal y los únicos espectadores que asistieron a él eran unas alambradas retorcidas, fue un acontecimiento que confirió a aquellos fatídicos días un espíritu navideño que humanizó durante unos instantes una de las peores ocurrencias que ha tenido el ser humano: la guerra.

Algunos historiadores consideran que fue muy probable que aquella Navidad en el frente diera lugar a más de un partidillo de fútbol. Se cuenta que algunos de ellos se celebraban, ante la lógica ausencia de balones, con latas de conservas vacías. Pero a partir de la recopilación y análisis de historias, cartas y reportajes que se han escrito recordando aquella tregua navideña, el más recordado y célebre de los partidos jugados en tierra de nadie por los soldados ingleses y alemanes tuvo lugar cerca de la localidad belga de Ypres.

Hay historiadores, como Modris Eksteins y Malcom Brown, que rechazan la posibilidad de que realmente tuviera lugar este choque futbolístico. No lo ven factible. Lo cierto es que aquella tregua fue ignorada por los estudiosos de la Historia hasta hace relativamente poco tiempo. Sin embargo, la correspondencia de aquellos hombres que vivían entre trincheras y el hecho de que varios periódicos de la época incluyeran en sus páginas referencias a la tregua y a la celebración de partidos de fútbol, considerando como fuentes precisamente las cartas de los soldados, otorga al acontecimiento el sello de credibilidad necesario.

Incómodo para los oficiales

Conviene tener en cuenta que para los altos mandos de ambos ejércitos resultaba incómodo y poco recomendable que aquella circunstancia se convirtiera en un símbolo o ejemplo pacifista que acabase inspirando o contagiando a otros soldados en tiempos de guerra. Había que acabar con el enemigo por cualquier medio, pero no precisamente con goles.

De hecho, en aquel partido que disputaron durante un tiempo indeterminado los soldados alemanes y los británicos, no había césped, ni siquiera un terreno arenoso más o menos llano donde rodar el balón. El ‘campo’ era un espacio irregular repleto de barro y el ‘estadio’, esa denominada tierra de nadie, en la que silban las balas, reina el pavor y dejan olvidados los cadáveres de los contendientes.

En ese preciso lugar donde el horror establecía su tiranía y los hombres intentaban acabar los unos con los otros, en la Navidad de 1914 los enemigos dejaron de ser por unos instantes irreconciliables, soltaron las armas, y los disparos no fueron de balas o proyectiles, sino chuts a improvisadas porterías formadas, a buen seguro, por algunas prendas amontonadas sobre el suelo. El fútbol se convirtió entonces en una pasión compartida y en el elemento que, en plena batalla, simbolizaba el entendimiento y la concordia.

Fuentes y testimonios

La dificultad para contar con fuentes directas del suceso se debe fundamentalmente al hecho de que durante el primer año del conflicto bélico, que se extendió de 1914 a 1918, no existió ningún corresponsal acreditado. A los Gobiernos de los países en guerra les interesaba controlar la información que se podía dar y, de hecho, llevaron a cabo importantes acciones propagandísticas y de censura. Ese era un frente más de la contienda. Si un corresponsal era descubierto allí, se procedía a su arresto, se le retiraba el pasaporte y era deportado.

El diario británico Manchester Guardian recogió las explicaciones del por entonces ministro de Economía británico Lloyd George: “Si la gente supiera lo que pasa realmente en la guerra, esta se acabaría inmediatamente, pero, desde luego, ni lo sabe ni lo puede saber". Sin embargo, algunos medios hicieron referencia a aquel partido de fútbol. Así, el Illustrated London News se refería en su edición del 9 de enero de 1915 a la celebración de un partido de fútbol entre soldados de los ejércitos alemán e inglés.

También dejaron su testimonio algunos militares, como el teniente Kart Zehmisch, del 134º Regimiento Sajón de Infantería, que describió cómo unos soldados ingleses llegaron desde sus trincheras con un balón y, de repente, contendientes de ambos bandos se vieron disputando un partido muy animado. Otro teniente del bando alemán, Johannes Niemann, realizó una curiosa observación: el partidillo se llevó a cabo sin el concurso de un árbitro.

¿Fusileros?

Algunas fuentes mencionan que el bando inglés estuvo compuesto por los fusileros de Lancashire; otros apuntan, sin embargo, que eran soldados del Regimiento de Bedforshire. Aunque en un principio las potencias inmersas en la contienda habían previsto que el enfrentamiento duraría unas semanas, tardaron muy poco en percibir que no había espacio para el optimismo y que el conflicto no se resolvería en poco tiempo. A finales de 1914, el número de víctimas rondaba ya el millón.

El cuartel general de las tropas británicas hizo llegar un mensaje a sus soldados el 24 de diciembre de 1914: “Es posible que el enemigo pueda estar preparando un ataque durante Navidad o Año Nuevo. En estos periodos debe mantenerse una especial vigilancia”. La intención del comunicado no era solo la de alertar sobre los peligros de los alemanes, sino también, la de evitar a toda costa que surgiera cualquier tipo de iniciativa desde el lado británico que diera lugar a escenas de confraternización con los alemanes. La propaganda era un arma psicológica muy potente y eficaz, y eso lo sabían en ambos bandos. Alemanes y británicos se habían encargado concienzudamente de convertir a al enemigo en un monstruo despiadado.

Árboles de Navidad

Los soldados en el frente habían recibido algunos regalos. Algunos de ellos improvisaron árboles navideños que decoraban con lo que podían. Los alemanes colgaban velas en las ramas y al caer la noche, desde las trincheras en las que se refugiaban los británicos se extrañaron de aquel centelleo.

Los británicos temían alguna argucia por parte de los teutones y comenzaron a disparar, pero al cabo de un rato se percataron de que aquellas chispas no representaban ninguna amenaza. Finalmente, reconocieron aquellos brillos como velas que reposaban sobre árboles de Navidad.

Algunas fuentes narran que desde el lado alemán comenzaron a cantar el Stille Nacht. Los británicos respondieron con la versión anglosajona, el Silent Night (Noche de Paz, en España). Así lo recordaba, años después, Graham Williams, que estaba enrolado en la Quinta Brigada de Rifles de Londres: “Fue una cosa extraordinaria; dos naciones cantando juntas el mismo villancico en medio de una guerra”.

Aquello representó el inicio de una tregua, el de una noche en la que parecía que, al menos, intentarían que hubiera un cese de las hostilidades y se dejara reposar las armas. Aunque tal circunstancia no le hacía mucha gracia a los oficiales, aquellas canciones pronto contagiaron a aquellos miles de hombres y en unos minutos se extendió por las trincheras un asombroso e inesperado intercambio de cánticos y villancicos populares de ambos países.

Lugar de encuentro

Se cuenta que fueron los alemanes quienes buscaron en un inicio establecer una tregua, un tiempo de reposo para pasar la noche sin sobresaltos, sin ataques, ni bajas. Y en el día de Navidad se acabó produciendo aquello que los altos mandos de ambos ejércitos trataban de impedir a toda costa: de repente de las trincheras comenzaron a salir soldados de uno y otro bando. En un abrir y cerrar de ojos, y aunque al principio los movimientos se realizaran con desconfianza y cautela, la tierra de nadie se transformó en el lugar de encuentro de los que unos instantes antes eran enemigos irreconciliables.

En ese espacio, ante la sorpresa general, británicos y alemanes (algunos historiadores también incluyen a las tropas francesas y a las belgas) los soldados comenzaron a intercambiar cigarrillos, bebidas y chocolate. Y estrecharon sus manos.

El espacio donde antes se cruzaban alocadamente las balas y los proyectiles era ahora el lugar donde los enemigos mostraban los unos a los otros fotografías de sus seres queridos. El New York Times incluía, en su edición del 31 de diciembre de 1914, una información en la que daba cuenta del intercambio de “regalos entre británicos y alemanes durante la tregua navideña en la línea de fuego”.

También aprovecharon aquel momento para enterrar a los muertos de uno y otro bando. Un día después, el 1 de enero de 1915, el diario The Times publicaba una carta escrita por un médico de la Brigada de Rifleros en la que describía "un partido de fútbol [...] jugado entre ellos y nosotros más allá de la trinchera". El teniente inglés Charles Brockbank, del Sexto Batallón de Chesire lo anotó así en su diario: "Había una multitud entre las trincheras. Alguien sacó una pequeña pelota, así que por supuesto empezó un partido de fútbol".

Cine, música y literatura

De forma inesperada, se había iniciado un alto el fuego no oficial, una tregua que pasaría a la Historia como uno de los momentos más conmovedores de la cruenta Primera Guerra Mundial. Aunque algunos historiadores ponen en duda la verosimilitud del suceso, aquel episodio futbolístico fue descrito por Robert Graves en su cuento Tregua de Navidad en 1962. Otras referencias bibliográficas son Christmas Truce: The Western Front, 1914, de Malcom Brown, y Silent Night: The Story of the World War I Christmas Truce, de Stanley Weintraub. Más recientemente, el exitoso escritor Ken Follett incluyó en su novela La caída de los gigantes.

El cine también ha tratado aquel episodio, en en el filme Joyeux Noel, de Christian Carion. El exbeatle Paul McCartney la recordó en su videoclip Pipes of Peace. Tampoco conviene olvidar el excelente documental de la BBC, Christmas Truce, que en España se estrenó bajo el título de Una tregua en la guerra.

Pese a que Graves señalaba en su cuento que los alemanes ganaron aquel ‘partido’ por tres a dos, nadie pudo nunca confirmar cuál fue el marcador de aquel ‘encuentro’. Ni siquiera Alfred Anderson, el último superviviente conocido de aquella contienda, fallecido el 21 de noviembre de 2005 a la edad de 109 años.

Poco importaba quién ganó realmente aquel improvisado match, especialmente en un escenario en el que casi todos acabarían tarde o temprano perdiendo. Lo importante era lo que aquella tregua simbolizaba. El testimonio de un soldado, reflejado en la carta que envió a su novia, lo mostraba en pocas palabras: “Trata de imaginar que, mientras tú comías el pavo, yo estaba ahí fuera hablando y estrechando la mano a los hombres que había tratado de matar unas horas antes”.

Centenario

En 2014, la UEFA conmemoró el centenario de este acontecimiento. Michel Platini, presidente en esa fecha del organismo del fútbol europeo, participó en un acto de homenaje en la localidad belga de Comines-Warneton, donde se descubrió una escultura en recuerdo de los hombres que protagonizaron aquella historia. "El fútbol construyó un puente vital en una espontánea expresión de humanidad. Así que es normal que el fútbol europeo rinda un caluroso homenaje a todos los que aquella noche decidieron pensar en algo positivo y jugar al deporte que amaban", dijo en aquella ocasión el exfutbolista francés. La UEFA difundió un vídeo en el que participaron, entre otros, Bobby Charlton, Philipp Lahm, Gareth Bale, Wayne Rooney y el propio Platini.

Cerca de otra localidad belga, en Ypres, existe una cruz que representa el recuerdo perenne a los hombres que desafiaron las imposiciones bélicas y las órdenes de sus superiores. Es la huella imborrable del triunfo, siquiera efímero, de la paz sobre la guerra. El fútbol, como alguien escribió recordando la tregua navideña de 1914, fue en aquella jornada más importante que el honor y la patria.