Opinión

El problema lo tiene Roland Garros

El torneo francés se tambaleará sin la estrella que le daba sentido, pero París queda muy lejos

Rafa Nadal, en un partido.

Rafa Nadal, en un partido. / EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

Macron le bromea a Felipe VI, en la cena de gala del Elíseo, que Rafael Nadal es prácticamente un ciudadano francés. Con esta apropiación cultural, el presidente galo se refería por supuesto a los catorce triunfos del mallorquín en Roland Garros. Ejecutaba la misma resignación estoica que ha desplegado el tenista para aceptar que esta primavera no pisará la tierra que ha dominado insuperable. "No estoy bien, no me estoy recuperando". Solo ha dejado de ganar el torneo en cuatro ocasiones desde 2015. Nadie puede negar que ha perdido tres partidos en París. A cambio, ha ganado 112.

Hay que reciclar el parón de Nadal como otra derrota francesa, el país que confunde al PSG con un equipo de fútbol. El problema lo tiene Roland Garros, le resultará más difícil reinventarse que al tenista. Nadie olvida con la facilidad de una masa de seres humanos, pero cualquier versión del torneo sin el mallorquín no es una suplantación, es un fraude. Para el jugador, es solo tenis. Es decir, su vida entera. De ahí la frustración evidente al programar un reseteo de calendario indefinido. Por eso le ha costado especialmente pronunciar la palabra "triste".

Roland Garros se tambaleará sin la estrella que le daba sentido, pero París queda muy lejos. El rockero con raqueta en lugar de guitarra anuncia una gira de despedida que pretende en condiciones, que "no sea simplemente de comparsa" porque "no me merezco terminar así". De momento, apaga los focos y se apea por un tiempo de la fama para habitar el misterio con un retiro monacal, porque "cada uno tiene que hacer su proceso". Su discurso solo tiene un error en "la decisión no la tomo yo, la toma mi cuerpo". Como decía el maestro Laín Entralgo, "yo soy mi cuerpo". La conclusión es que Nadal no sabe despedirse, por la misma incapacidad que le impedía rendirse en la pista, de ahí el año de prórroga que se concede. Quién sería capaz de ganar catorce Roland Garros y no pensar que es para siempre.