Las madres y los padres con los que trabajo llegan convencidos de que son los responsables de la felicidad de sus hijos e hijas. De hecho, el principal motivo por el que se ponen en contacto conmigo suele ser para que les ayude a cambiar algunos de sus comportamientos y adoptar otros, con el objetivo de asegurar que sus hijos “se comportarán mejor, serán más independientes, más sociables, más responsables…”.

Como es de esperar, recibo una reacción de enorme sorpresa cuando les explico por qué no creo en la modificación de la conducta de los niños y niñas a través de «padres/mediadores». La misma sorpresa suele aparecer cuando les digo abiertamente que no creo que ellos sean los responsables de cualquier dificultad que su hijo o hija pueda afrontar, y que, como consecuencia de esto, tampoco tienen ellos la solución a los problemas que puedan aparecer en la vida de sus hijos.

La confirmación de que la responsabilidad de la felicidad de tus hijos no te corresponde la encontrarás si reflexionas sobre las vidas de hermanos y, sobre todo, de gemelos. Si el estilo de parentalidad fuese el responsable único del desarrollo de los hijos, entonces los gemelos que crecen juntos y comparten el 100% de su material genético, deberían afrontar dificultades y disfrutar de éxitos similares. Sin embargo, esto no suele ocurrir. Es incluso muy probable que recuerdes algún comportamiento de tu madre o de tu padre como opresivo o desagradable, mientras que tu hermano/a que fue igual que tu expuesto a esta conducta, ni siquiera lo recuerde o hasta puede que mantenga un recuerdo positivo de la misma situación.

Cabe reconocer que los estudios en su conjunto muestran que, aunque tanto el estilo parental como los genes influyen en el desarrollo de los niños, cada una de estas variables, ni por separado, ni combinadas, determinan la personalidad y el desarrollo de las personas. Los factores responsables de la parte del desarrollo vital de los niños que no resulta como consecuencia de tus elecciones parentales o de la genética, son innumerables, únicos para cada niño o niña y, a menudo, no reconocidos y no controlables.

Si aún no estás convencido de lo anterior, si observas a tus hijos sin prejuicios, puede que tarde o temprano, lo llegues a reconocer por ti mismo. Es muy probable que lleguen momentos en los que hayas identificado todos los posibles motivos de un problema al que se enfrenta tu hijo, y hayas aplicado todas las soluciones lógicas y recomendadas y, aún así, su reacción no sea para nada la esperada. En otras ocasiones, podrá parecer que todo está bien o que todo está mal en tu parentalidad, y que inesperadamente, tu hijo parezca ser completamente inmune a esta realidad.

¿Significa esto que el estilo de tu parentalidad es irrelevante para la vida de tus hijos? ¡Por supuesto que no!

Tu papel en la vida de tu hijo/a es determinante, pero tal vez no de la forma en la que creías. Tu influencia más importante sobre tu hijo se encuentra en su presente y no en su futuro. La forma en la que te comunicas con el/ella, compartís vuestra vida y le muestras tu apoyo va a colorear la etapa más crítica de su vida y será la base sobre la que construirá su autoestima y su independencia emocional. Esa base tan necesaria para poder seguir sus sueños, construir relaciones sanas y enfrentarse a los retos de su vida.

Más allá de esto, para poder gestionar tu estrés parental y la frecuente sensación de culpa, y para poderte relacionar con tu hijo/a con respeto hacia su individualidad, recuerda que:

  • Su camino vital no es un reflejo directo de quién eres tú.
  • Asumir su felicidad como tu responsabilidad personal no te corresponde: todo lo malo no es tu culpa, y todo lo bueno no es tu logro.
  • Por mucho que te esfuerces en controlar el desarrollo de la vida y en encontrar la seguridad deseada buscando culpables y siguiendo exclusivamente razonamientos lógicos y teorías del desarrollo, la vida sigue siendo impredecible.