Manuel Fraga Iribarne murió ayer en su domicilio de Madrid a los 89 años tras sufrir un paro cardíaco. Figura clave del franquismo y de la transición, su desaparición pone fin a un historial que abarca seis décadas de la historia de España. Nacido en Villalba (Lugo) el 23 de noviembre de 1922, Fraga ha sido el decano de los políticos españoles, uno de los más veteranos en activo y el único que ha ejercido cargos públicos durante toda la etapa democrática tras haberlos desempeñado en el franquismo.

Anciano, achacoso, renqueante, pero incombustible, supo adaptarse a los cambios políticos, como ayer destacó otro histórico, Santiago Carrillo. Fraga fue ministro de Franco pero también padre de la Constitución. Este brillante opositor en su juventud --ganó a los 23 años la plaza de oficial letrado de las Cortes-- aprobó todas las asignaturas políticas que se propuso en la madurez, pero suspendió en la que puso más empeño: llegar a la Moncloa. Y eso que consideraba al centroderecha como "la mayoría natural".

Afiliado de muy joven a la Falange Española de las JONS, con 27 años, mientras España salía de la posguerra, inició su trayectoria política al servicio de Franco en 1949, al ser nombrado secretario general del Instituto de Cultura Hispánica. El niño llorón que fue de bebé, que emigró con sus padres a Cuba, donde vivió de los 2 a los 4 años, hizo pronto carrera. Consejero nacional del Movimiento, se le conoció como el niño prodigio del régimen. El caudillo le nombró en 1962 ministro de Información y Turismo, cargo que ocupó hasta 1969.

Bajo su mandato, impulsó la ley de prensa e imprenta (1966) que suprimía la censura previa. Son los años del desarrollismo, del Spain is different , en que el turismo se convirtió en la primera industria del país. Fraga construyó una red de hoteles públicos: los paradores nacionales. De esta época, en 1966, fue el célebre baño en la playa de Palomares (Almería), donde un B-52 norteamericano perdió cuatro bombas de hidrógeno. Siendo ministro, se refirió como "caballerete" al comunista Julián Grimau, sentenciado a muerte.Nunca reconoció obligación alguna de retractarse por su participación en el franquismo, escudándose en que no participó en la guerra civil, no ayudó a alumbrar el régimen y, cuando se incorporó a él, defendió el aperturismo.

"LA CALLE ES MIA" Estrenó la década de los años 70 como embajador de España en el Reino Unido. En el último Gobierno de la dictadura y el primero de la Monarquía, presidido por Arias Navarro, ocupó los cargos de vicepresidente para asuntos de Interior y de ministro de la Gobernación, desde donde impulsó la legalización de asociaciones y partidos políticos.

Una huelga en Vitoria en 1976 se saldó con cinco muertos. Cuando fue increpado por los manifestantes, replicó con una de sus frases lapidarias, tan célebre como desafortunada: "La calle es mía". Mientras participaba en la ponencia que redactó la Constitución, comenzó a mover los hilos para fundar y refundar Alianza Popular. Tras varios fracasos dejó el partido en manos de Antonio Hernández Mancha. En enero de 1989, volvió a ser elegido presidente del rebautizado Partido Popular, cargo que algunos meses después ocuparía José María Aznar.

Entonces, se refugió en su Galicia natal, llegando en 1990 a la presidencia de la Xunta, cargo que revalidó hasta cuatro veces, y siempre con mayoría absoluta. Para sus detractores, la clave fue el fortalecimiento de las redes de poder provincial en las que descansa el tradicional caciquismo gallego. Sus partidarios, en cambio, destacaron el acento galleguista que dio a su política.

Una operación de hernia discal a principios del 2001 hizo correr los primeros rumores sobre su estado de salud. Pero se sobrepuso con su cuarta mayoría absoluta, en octubre. Justo después de hundirse el Prestige , aseguró: "Ya ha pasado el peligro más grave" (15-11-2002). Lo cierto es que lo peor estaba por llegar, ya que la gestión de la marea negra le hizo perder la presidencia. Su retiro espiritual fue el Senado.

Superó una hernia discal y otra inguinal, vivía con marcapasos y sufrió más de un desfallecimiento en público. Su vehemencia casi autoritaria, o quizá su subconsciente, le hizo acumular un nutrido elenco de frases y teorías controvertidas. En pleno fragor del GAL, Don Manuel exclamó: "No es terrorismo de Estado combatir el terrorismo, incluso si se hace ilegalmente". Más recientemente, se deslizó por terrenos más pantanosos: "yo digo verdades sin condón y pienso morirme sin ponerme uno".

La capilla ardiente se instalará hoy en su domicilio madrileño y por deseo de la familia solo asistirán los más allegado. Tal y como pidió, será enterrado en la localidad coruñesa de Perbes.