Les recomiendo que se lean el 'Madrid' de Andrés Trapiello. Se puede estar de acuerdo o no con algunas de sus posturas políticas, pero si quieren descubrir por qué Madrid es como es no pierdan la oportunidad de conocer a partir de esta obra monumental y tan bien escrita los entresijos en los que ha germinado la capital, tan de Galdós, de Cervantes, Larra y Quevedo como de don Ramón de la Cruz, Bretón de los Herreros o Mesonero Romanos; tan de tragedia, costumbrismo y locura como de zarzuela y astracanada.

Pues bien. El nombramiento de Toni Cantó, de profesión actor, como director de la Oficina del Español de Madrid no podría representar de modo más fiel la comedia madrileña en la mejor tradición decimonónica de la astracanada, el vodevil, el sainete o el entremés, a los que Trapiello recurre a menudo para explicar las muchas Españas que confluyen en la villa.

Un poco de historia. Cerca de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, sita en la Puerta de Sol, se encuentra uno de los edificios más hermosos de esa área monumental que parece un puzle de 20.000 piezas, una de esas composiciones a base de troquelados de cartón con las que podría reconstruirse la estampa urbana que a lo largo de los siglos han dibujado el Palacio de Telecomunicaciones, la fuente de Cibeles, el Banco de España, el Círculo de Bellas Artes, el Edificio Metrópolis y el que me refería líneas arriba, la imponente obra arquitectónica del Instituto Cervantes, integrado en el popularmente llamado Edificio de las Cariátides.

La sede del Instituto aloja el organismo que vela por el cuidado del español en el mundo, por la promoción y enseñanza de nuestra lengua y nuestra cultura. En esa labor persevera el Cervantes, dirigido por Luis García Montero, poeta y crítico literario, miembro de la generación de los postnovísimos y doctor en Filosofía.

La labor del Cervantes complementa la desarrollada históricamente por la Real Academia Española, la RAE, que regulariza el idioma y la gramática y fomenta la unidad del castellano allá donde se habla y escribe como lengua primera. Fundada en 1713, su sede está enclavada en los Jerónimos, muy cerca del Retiro, donde se asientan la Iglesia que da nombre al barrio o el Museo del Prado, otro enclave digno de puzle en el que, a medida que uno va fijándose en el paisaje, le entran ganas de dedicarse a pintar, a escribir o a cantar misa de 12. El presidente de la RAE es Santiago Muñoz Machado, jurista de vasta obra jurídica y narrativa y al que debemos agradecer, entre otras cosas, su empeño en que la judicatura dicte sentencia en un castellano correcto y comprensible y no en un farragoso compendio de latinajos, oraciones subordinadas de nunca acabar, comas y puntos de caprichosa ubicación y una redacción que mantiene al lector en vilo hasta el final, de modo que no se adivina hasta el último párrafo si el reo va a ser declarado inocente, culpable, mediopensionista o lo mandan a la horca.

Así pues, tenemos al Instituto Cervantes y al poeta Luis García Montero, por un lado, y a la Real Academia y Santiago Muñoz Machado, por el otro. A esta pareja de instituciones y próceres del castellano acaba de unirse la Oficina del Español y su flamante director, Toni Cantó, una corrala en la casa chispera de Tócame, Roque. ¡Qué necesidad!

Me daría la razón el director de la RAE si afirmo que, en virtud del diccionario, Toni Cantó es un sinvergüenza en su primera y tercera acepciones (1. pícaro, bribón; 3. Desfachatez, falta de vergüenza -en Perú-). Aquí y en Perú, Cantó es un inmoral, y el cargo que acaba de aceptar convierte en inmorales a quien le nombra, Isabel Díaz Ayuso, y a quien asume el puesto y los 75.000 euros de sueldo bruto al año después de convertir en ideario de vida la guerra contra los chiringuitos, el enchufismo y los puestos de regalo con cargo al erario público.

A partir de ahora, Cantó, cuyas obras completas pueden leerse en Twitter, ganará, verbigracia 10.000 euros más que el director de la RAE, y eso que ni siquiera es en Madrid donde se habla y escribe el mejor castellano, un mérito del que pueden presumir en Valladolid, Santander, Buenos Aires o en las columnas de opinión de cualquier periódico de Bogotá, pero no tanto en Chamberí o en Vicálvaro.

Toni Cantó es actor y debe su fama a ese vodevil moderno que se llamó 'Siete vidas'. El precedente inmediato de un actor en puestos de vigilante idiomático es Fernando Fernán-Gómez (RAE), y dudo de que nuestro hombre resista la comparación más allá de lo que se tarda en leer esta frase. Lo de Cantó es obsceno e insultante, un escupitajo a la cara de la inteligencia y un atraco a mano armada al presupuesto público; una injusticia en tiempos de crisis; una sinvergonzonería propia del Madrid de Quevedo y de la España del Lazarillo; una falta de respeto al Instituto Cervantes y a la RAE; un atentado contra las normas elementales de la ética y la estética; un gesto propio de quien ha tomado la decisión de no querer volver a trabajar. El idioma español ya tiene otro prócer que le represente para vergüenza de académicos, poetas, escritores, catedráticos, filólogos, dramaturgos, filósofos, historiadores, traductores, intérpretes, actrices, actores, periodistas, etcétera. Su nombre es Antonio Cantó García del Moral. Como director de la Oficina del Español, debería comenzar a leer atentamente el significado de la última palabra de su segundo apellido. Quizá le inspire de ahora en adelante.

@jorgefauro