Era la mañana del lunes 16 de agosto y el sargento primero del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA) Roberto Moya recibió una llamada de su superior. Marchaba para Afganistán aquella misma tarde para participar en la misión de evacuación de la que tanto se había rumoreado. Solo tuvo unas horas para prepararse. Fue a la unidad, hizo su mochila con el equipo básico de combate y comida y agua para 48 horas. En principio, el operativo no iba a durar mucho más tiempo. Subió a uno de los dos aviones A400 que les esperaban –a Moya y a 16 compañeros del escuadrón– en la Base Aérea de Zaragoza y partió hacia Dubái.

Un día después, el contingente del Ejército del Aire realizó el primer salto en la base de Kabul. A los mandos de la aeronave se situó el comandante del Ala-31 Javier Ferrer, veterano de misiones en Afganistán o el África Sahel, entre otras. "Fue un vuelo muy intenso. Habíamos ido muchas veces a Kabul antes, pero las condiciones eran muy distintas. El aeropuerto estaba asediado y, aunque no había amenaza oficial contra los militares, la situación era inestable", cuenta vía telefónica tras su llegada de la misión. Por si fuera poco, una vez se entraba en espacio aéreo afgano no había controladores aéreos. "Volaban aviones de transporte de otros países y éramos nosotros mismos quienes nos guiábamos entre el tráfico", recuerda.

Primera evacuación

Los militares del EADA bajaron aquel primer día a la pista de aterrizaje, pero regresaron a los cinco minutos. "Hay 57 personas para evacuar de inmediato, los únicos que han podido entrar al aeropuerto", le dijeron al comandante Ferrer. Eran pocos, pues la capacidad del modelo A400 es de 114 pasajeros, aunque llegó a alcanzar los 150 cuando los talibanes flexibilizaron el acceso a la base.

La situación era desoladora. El piloto cuenta entre pausas lo duro que fue ver a los niños caminando descalzos por la cabina de carga de la aeronave, durmiendo "reventados de cansancio en una plancha de metal". O el recuerdo de aquel hombre mayor y ciego que un pequeño llevaba de la mano como un Lazarillo. "Esa primera rotación nos afectó emocionalmente", reconoce Ferrer.

La imagen se reprodujo los días sucesivos, y poco a poco la situación se fue recrudeciendo. Las aglomeraciones comenzaron a ser la tónica en los tres accesos al aeropuerto. "Allí había de todo: adultos aplastando a chiquillos por alcanzar la puerta, los talibanes golpeando con palos a ancianos… Era la gente intentando salvar lo poco que le quedaba", rememora Roberto Moya, sevillano de 35 años, que describe la escena como "bíblica".

Por otro lado, los métodos de identificación de los cooperantes desarrollaron la originalidad de los militares. Banderas, pañuelos o fondos de pantalla en los móviles hacían las veces de llamada de atención. Sin embargo, hacia el final de la evacuación se comenzó a contactar directamente con ellos. "Muchos compañeros tuvieron conversaciones eternas por WhatsApp para que localizáramos a los cooperantes y pudiéramos ir a por ellos", asevera Roberto Moya. Además, el cansancio iba haciendo mella en el contingente. Los pilotos realizaban jornadas maratonianas de 14 horas. Hasta 17 rotaciones llevaron a cabo entre Kabul y Dubái, donde consiguieron evacuar a 2.206 afganos y españoles que estaban en el país. El comandante del Ala-31 Javier Ferrer explica que ellos mismos "se controlaban el cansancio" para decidir quién necesitaba librar. "Era inevitable que algunos voláramos dos o tres noches seguidas", señala.

"Nada semejante"

El sargento primero de la EADA asegura que lo sucedido en Kabul "no se asemejaba a nada" que hayan podido entrenar o contemplar. En la puerta Este, a los que lograban identificar como cooperantes españoles los llevaban "en volandas por encima de la marabunta". De la puerta de Abbey, donde un canal de desagüe se convirtió en un subacceso, rescataron a gente que llevaba "días y noches" viviendo entre aguas fecales. "Nunca había visto la desesperación humana ni la miseria que hay en Kabul", destaca Moya.

Ni el riesgo, ni los inminentes ataques, ni la presión fueron lo más duro para el sargento primero Moya. "Tuvimos que decidir qué hacer con familias que no estaban en la lista, que no tenían documentación y que se presentaban allí con sus hijos para probar suerte. Y tú eres un señor que, con dos hijas y 35 años, debe decidir que las pequeñas de esa familia no van a entrar. Para todo lo demás estamos de sobra preparados, pero eso es algo que no se puede entrenar".

Moya lamenta que ahí residen "sus demonios", en las familias que no se pudieron evacuar en esta primera fase que finalizó el pasado sábado. "Nadie estaba preparado para lo que nos hemos encontrado en Kabul. Ninguna nación lo estaba ni mucho menos esperaba encontrarse semejante situación", concluye.

Con este pensamiento coincide el comandante Ferrer, valenciano de nacimiento aunque ha vivido la mayor parte de su vida en Zaragoza. Él se acordaba de sus hijos al ver a tantos pequeños por allí. "Choca ver a tantos niños de la edad de tu hijo que van descalzos, que llevan días pasándolo mal", recuerda. Aquello, afirman ambos miembros de la misión, fue lo peor.